sábado, 30 de enero de 2010

El Parque de Mohamed I, casi listo



El Parque de Mohamed I ha sido objeto de una profunda transformación. Aunque el recinto todavía se encuentra cerrado, ya que las obras no han concluido del todo, se han retirado las vallas de protección de algunas zonas, lo que ha dejado al descubierto su nuevo aspecto.



Como puede verse en las fotografías que se acompañan, el núcleo central de esta reforma y adecuación ha sido la explanada situada delante de la muralla musulmana, que ha sido pavimentada y decorada con una fuente, utilizándose motivos ornamentales de clara inspiración andalusí. También se ha ampliado la superficie dedicada a los jardines, con nuevas plantaciones, y se ha actuado sobre el cerramiento perimetral y las pasarelas que servían de miradores de la muralla.

En lo que respecta a la muralla, la construcción más antigua que se conserva en Madrid, se ha ajardinado con plantas tapizantes el desnivel existente en su base y se ha puesto en valor todo el conjunto. Pero lo que más llama la atención es que los restos arquitectónicos adosados a la muralla han sido cubiertos con pequeños rollos de piedra, de tal forma que quedan completamente ocultos a la vista.

Las obras han sido promovidas por el Área de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid y financiadas por el Plan E de Inversión Local, del Gobierno de España.

Un poco de historia

El Parque de Mohamed I fue creado a finales de la década de los ochenta, durante el mandato de Juan Barranco, con objeto de adecuar y adecentar el entorno inmediato de la muralla musulmana y permitir su visita. Fue el punto culminante de un largo proceso que se inició en los años cincuenta, cuando buena parte de los restos que hoy se exhiben quedaron al descubierto, al derruirse el Palacio de Malpica, que había sido construido sobre la propia muralla, a modo de cimiento.

Hubo que esperar bastante tiempo para acometer los trabajos arqueológicos, con diferentes campañas de excavación (de 1972 a 1975 y en 1985) y, finalmente, las tareas de restauración y consolidación, llevadas a cabo entre 1987 y 1988. Y después vino el olvido y el deterioro provocado por la desidia de las autoridades municipales, con la muralla convertida en refugio de indigentes. Toda una triste historia que, afortunadamente, parece ser agua pasada.

Resulta increíble que estos vestigios hayan llegado hasta nuestros días, teniendo en cuenta el desprecio que, históricamente, han mostrado los políticos hacia el patrimonio histórico-artístico. Sin ir más lejos, otro importante tramo de muralla, que era continuación de éste, fue arrasado impunemente hacia 1960, para levantar el actual edificio de viviendas de la calle de Bailén, número 12.

Los pocos restos que no se destruyeron se hallan sepultados en el garaje del inmueble, en un lamentable estado. Y decimos impunemente, con todo el significado de este término, porque en aquel tiempo la muralla ya había sido declarada monumento histórico-artístico (recibió esta declaración en 1954).

Breve descripción


Detalle del dibujo de Madrid, realizado por Anton Van der Wyngaerde en 1562. Puede verse la muralla musulmana, desde el Alcázar (a la izquierda) hasta la Puerta de la Vega (a la derecha).

La muralla se levantó en una fecha indeterminada entre los años 860 y 880. Fue mandada construir por el emir cordobés Muhammad I (852-886), considerado como el fundador de Madrid.

El tramo que se encuentra en el Parque de Mohamed I es el más importante de todos los conservados de la muralla musulmana. Tanto por sus dimensiones (consiste en un lienzo de aproximadamente 120 metros de largo y 2,6 de ancho) como por la posibilidad de ser visitado (la mayor parte de los otros restos no pueden contemplarse, al encontrarse en propiedades privadas).

En el lienzo hay integradas cuatro torres, que se disponen cada 20 metros, aunque de una de ellas sólo se conserva el basamento. Es muy posible que ésta fuera la que flanqueaba la Puerta de la Vega, que fue demolida en el siglo XVIII. Existe una quinta torre, que emerge solitaria junto a la parte trasera del edificio de viviendas de la Calle Mayor, 83.

El trazado de la muralla revela inequívocamente su origen islámico. Las torres son cuadrangulares, con una ubicación poco saliente en relación con el muro, rasgos inconfundibles de la arquitectura militar andalusí, frente a la planta semicircular de las las torres de las fortificaciones cristianas. También su fábrica, sílex y caliza con aparejo cordobés, informa de su construcción musulmana.

Terminamos la descripción de la muralla musulmana con esta crónica realizada por Jerónimo de Quintana, en el siglo XVII: "Fortíssima de cal y canto y argamasa, leuantada y gruessa, de doze pies en ancho, con grandes cubos, torres, barbacanas y fosos".

Galería de imágenes



El antes. Las estructuras adosadas a la parte trasera de la muralla estaban llenas de maleza y suciedad. Pero podían verse...



El después. Las citadas estructuras han sido cubiertas, imposibilitando su contemplación.



El antes. La muralla descansaba sobre un pequeño desnivel, sin ajardinar.



El después. El lienzo se apoya ahora sobre una alfombra de plantas tapizantes.



El antes. Al fondo puede verse cómo estaba la explanada de la muralla.



El después. Han aumentado las zonas ajardinadas y se ha pavimentado la explanada.

viernes, 29 de enero de 2010

La Calle del 7 de Julio



La pequeña Calle del 7 de julio no llamaría la atención de no ser porque ofrece una bella perspectiva de la Plaza Mayor. Es, en realidad, una de sus nueve entradas y, más en concreto, una de las seis que Juan de Villanueva enmarcó por medio de un arco monumental de medio punto, dentro de su proyecto de reconstrucción de la plaza, tras el incendio de 1790 (existe un séptimo arco, pero está cegado).

A pesar de su corto recorrido, la calle tiene una larga y sangrienta historia. Conocida antiguamente como de la Amargura, por ser el camino que seguían los reos para ser ajusticiados públicamente en la Plaza Mayor, cambió su nombre a raíz de los sucesos del 7 de julio de 1822, que, en buena parte, se desarrollaron en esta pequeña vía.

Aquel día la Milicia Nacional salió a la calle en defensa de la Constitución, que estaba amenazada por los devaneos absolutistas de Fernando VII, y sufrió el feroz ataque de dos batallones de la Guardia Real.

En su número del 8 de julio de 1899, 77 años después de aquellos hechos, la revista Blanco y Negro recordaba así lo ocurrido: "La victoria fue completa para las tropas de la Constitución, y declarados en fuga los batallones de la Guardia Real, fueron acuchillados por las caballerías, siendo fama que el propio rey, viendo perdida su causa, azuzó desde un balcón de Palacio a los perseguidores".

Caminando por la calle, apartando la vista de los pies y mirando alto, por encima del arco que da entrada a la Plaza Mayor, el peatón descubrirá un relieve con dos ángeles, custodiando una placa conmemorativa. Fue instalada en 1840, con la siguiente leyenda: "A los héroes del 7 de julio de 1822".

jueves, 28 de enero de 2010

El Arco de Cuchilleros, cada vez más difícil de contemplar

El blog Caminando por Madrid alertó hace unos meses sobre la proliferación de anuncios luminosos, cableados exteriores y aires acondicionados en el Arco de Cuchilleros. Retomamos este tema para que no quede en el olvido y denunciamos el impacto visual que este tipo de instalaciones está provocando en uno de los lugares más singulares de nuestra ciudad.



Resulta curiosa la dejadez del Ayuntamiento de Madrid, sobre todo teniendo en cuenta que, en otros lugares de interés histórico-artístico, ha mostrado una actitud más contundente. Es el caso de la Plaza Mayor, situada tan sólo unos metros más arriba del arco, que fue objeto de una intervención por parte de las autoridades municipales para garantizar su armonía visual y estética.

No hace mucho que el mobiliario de las terrazas que regentan los bares y restaurantes de la plaza fue renovado, a instancias del Ayuntamiento, de tal suerte que los hosteleros de la zona comparten el mismo tipo de sillas, mesas, sombrillas y farolas.



La conclusión es clara: cuando el Ayuntamiento se pone serio y muestra un poquito de voluntad, las cosas se hacen. Si esto es así, ¿por qué esa desidia con el Arco de Cuchilleros? O, parafraseando a Carlos Osorio, del blog Caminando por Madrid, "¿por qué se permite este trato a nuestro patrimonio histórico?"


El mobiliario de las terrazas de la Plaza Mayor es el mismo para todos los establecimientos hosteleros del recinto. ¿Por qué en el Arco de Cuchilleros no se actúa en el mismo sentido, buscando una cierta armonía visual?

Como cierre del artículo, ahí va un extracto de la Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior (B.O. del Ayuntamiento de Madrid, 10/02/2009, número 5.892, páginas 7-21). Aunque esta norma no aborda la presencia de cableados exteriores y aires acondicionados en los lugares de interés histórico-artístico, deja muy claro todo lo relativo a los anuncios, luminosos y no luminosos:

"Se prohíbe, con carácter general, la publicidad comercial en los Bienes declarados de Interés Cultural y en sus entornos de protección; en los edificios, parques y jardines, establecimientos comerciales y elementos urbanos incluidos en los Catálogos de Protección con nivel 1".

"Toda actuación publicitaria que afecta a elementos catalogados, con menor nivel de protección que el señalado en el párrafo anterior, o a las áreas declaradas de interés histórico, artístico, paisajístico y natural estará sometida a las condiciones y limitaciones necesarias para garantizar su integración en el ambiente urbano, su correcta armonización con el entorno y la ausencia de interferencias en la contemplación del bien protegido".

miércoles, 27 de enero de 2010

La Puerta del Sol y sus nuevos quioscos



A la Puerta del Sol le han salido nuevos quioscos. Además de los de prensa, con sus recién estrenados armazones de acero, han aparecido nuevas instalaciones para estancos y administraciones de loterías, que abandonan sus antiguas garitas de piedra (¿las recordamos?) para alojarse en estas estructuras de verde oscuro que vemos en las imágenes.

Es posible que sea por la novedad y por la falta de costumbre, pero mucho nos tememos que estos nuevos quioscos chirrían en la plaza. No sólo presentan un diseño muy diferente a sus compañeros de acera, los quioscos de acero que venden prensa, sino que se ubican dando la espalda. De tal modo que el peatón que, desde ese punto, quiera contemplar la Casa de Correos se encontrará con la pared lisa del quiosco, dispuesta a modo de obstáculo, entorpeciendo la perspectiva.

El otro elemento llamativo, también chirriante, es el rótulo. Lejos de la discreción que el Ayuntamiento de Madrid promovió con su ordenanza sobre publicidad exterior, aprobada a primeros de 2009, las estructuras impactan con sus letreros. Pero quizá sólo sea cuestión de tiempo, hasta que nos acostumbremos. ¿O no?



Los quioscos se suceden, acumulándose, alrededor de la cara norte de la plaza. Las estructuras verdes, reservadas a estancos y administraciones de loterías, se alternan con los quioscos de prensa, de diseño radicalmente diferente y dispuestos mirando hacia otro lado.



En el extremo noroccidental de la Puerta del Sol se ubican, sin alineación, tres quioscos, cada uno con una estructura diferente. El de la derecha corresponde a un diseño anterior, con lo que cabe imaginar que será temporal.

martes, 26 de enero de 2010

El Puente del Arrabal, de Buitrago

No hemos cumplido ni un mes de existencia y, con éste, ya son tres los artículos que este blog ha dedicado a algún puente. Lo confesamos: tenemos pasión por Madrid, pero también por los puentes y, si éstos son madrileños, la pasión se multiplica por dos. Nuestro espíritu apasionado llega ahora hasta Buitrago del Lozoya y se detiene en el Puente del Arrabal, también conocido como Puente Viejo.


Cara meridional (aguas abajo) del Puente del Arrabal o Puente Viejo, en Buitrago del Lozoya.

El puente se alza sobre el Lozoya y fue levantado al comienzo de un pronunciado meandro del río, con el que Buitrago buscó protección natural durante la Edad Media. Pudo haber sido construido a finales del siglo XIV o principios del XV, aunque ha sufrido importantes transformaciones con el paso del tiempo.

Como casi todos los puentes medievales, pesaban sobre él derechos de pontazgo o, lo que es lo mismo, peajes con los que se gravaba a quienes lo franquearan, ya fueran viandantes, caballerías o ganaderías. Los puentes eran verdaderas máquinas de hacer dinero para las casas nobiliarias que disponían de uno y el Señorío de Buitrago, vinculado al Ducado del Infantado, debió de hacer una auténtica fortuna con éste, mientras duró el régimen señorial, dada su situación estratégica.

Era paso obligado de la Cañada Real Segoviana, una de las vías más importantes para la comunicación de las dos mesetas, con unos 500 km de longitud, que iban desde la actual provincia de Burgos hasta la de Badajoz. Más aún: conectaba el casco histórico de Buitrago con el arrabal del Andarrío (de ahí su nombre), en cuyas proximidades se encontraba un transitado lavadero de lana, propiedad, cómo no, de los duques.

El puente consta de un único arco de medio punto, que se deja ver cuándo las aguas del Embalse de Puentes Viejas, en el que es retenido el Lozoya a su paso por Buitrago, están bajas. En las fotografías que ilustran el presente artículo, el embalse superaba por poco la mitad de su capacidad, con lo que puede apreciarse buena parte del citado arco. En lo que respecta a su fábrica, se combinan mampostería y sillería de granito.

Su estado de conservación no es muy bueno, debido a que, en el siglo XX, le fueron añadidas nuevas estructuras, instaladas por el Canal de Isabel II, con objeto de que el agua potable llegara hasta Buitrago. Así, le fue adosado un pequeño acueducto, pero éste terminó derrumbándose con el tiempo, contribuyendo al deterioro del puente. De esta obra quedan algunos rastros en forma de arcos, que aparecen en la cara meridional, aguas abajo, y que sirvieron para sostener un travesaño.

Con tal motivo, también fue levantado un bloque de hormigón armado sobre el pretil, con lo que el puente casi duplicó su altura (de ahí el aspecto tan desproporcionado que presenta en la actualidad). En la cara septentrional, aguas arriba, hay varios contrafuertes a ambos lados del lado, igualmente construidos durante las obras del acueducto.


Cara septentrional del puente (aguas arriba). En esta imagen se puede apreciar la estructura de hormigón instalada en el siglo XX, para facilitar la construcción del acueducto que el puente llevó adosado.

lunes, 25 de enero de 2010

La sorpresa románica del convento de La Cabrera

El Convento de San Julián y San Antonio es una de esas pequeñas sorpresas que podemos encontrarnos en la Comunidad de Madrid, a poco que nos apartemos de la grandes rutas turísticas.

Para empezar, hay que destacar su increíble enclave: está situado a 1.190 metros de altitud, en las laderas meridionales del Cancho Gordo, la máxima cumbre de la Sierra de La Cabrera, dominando el pueblo del mismo nombre.

A la belleza de su entorno se le añade su enorme valor histórico-artístico, ya que integra una de las pocas muestras de arquitectura románica existentes en la región madrileña.


Vista general del Convento de San Julián y San Antonio, de La Cabrera, con la arquería del claustro, en primer término, y la torre, al fondo.

El Convento de San Julián y San Antonio se levantó en el siglo XI o, como muy tarde, en la primera mitad del siglo XII. La tradición sostiene que el rey Alfonso VI lo fundó en el contexto de la campaña militar desplegada por Castilla para la conquista de Toledo, que, como Madrid, se encontraba en manos de los musulmanes. Otros autores afirman que su origen es muy anterior, probablemente visigodo, por la existencia en la Sierra de La Cabrera de yacimientos arqueológicos correspondientes a este periodo histórico.

La iglesia del convento conserva, prácticamente sin transformaciones, su primitivo trazado románico. Es muy pequeña y tiene fábrica de mampostería de granito, toda ella de gran rusticidad e, incluso, con fallos arquitectónicos. A pesar de ello, posee una gran singularidad, derivada de su compleja estructura. El templo presenta tres naves, crucero y, atención, un total de cinco ábsides, algo infrecuente en las iglesias del siglo XI, al menos de las dimensiones de ésta.


Cuatro de los cinco ábsides de la iglesia del convento. Siglo XI o primera mitad del XII.

La existencia de cinco ábsides y, en consecuencia, de cinco altares se relaciona con una costumbre medieval y era la prohibición litúrgica de oficiar varias misas en un mismo altar en una única jornada. Cabe entender que se construyeron cinco altares para poder celebrar varias misas en el mismo día.

El interior de la iglesia destaca por la sobria distribución de los puntos de apoyo, lo que, unido a la ausencia de motivos escultóricos labrados y a la tosquedad de la fábrica, confiere al conjunto una gran austeridad.

Pero, al mismo tiempo, todo queda presidido por la sensación de sosiego y recogimiento que da la sencillez de sus trazas. Las naves se cubren con bóvedas de medio cañón, que se sostienen sobre pilares cruciformes (en la parte del crucero y en los arcos triunfales) y columnas cilíndricas, con capiteles.


Vista parcial de la nave central, con el altar mayor al fondo. Siglo XI o primera mitad del XII.

Resulta increíble que esta iglesia del siglo XI haya llegado más o menos intacta a nuestros días, tras las múltiples vicisitudes históricas sufridas por el convento y que terminaron por arruinar las restantes dependencias del recinto.

Éstas han sido reconstruidas en diferentes momentos y ello ha dado lugar a una mezcolanza de estilos. Así aparecen elementos arquitectónicos de los siglos XV y XVI (como la base de la torre o como la arquería situada junto a la parte posterior de la iglesia, únicos restos conservados del claustro) y del siglo XVIII (como la parte superior de la torre, incluido su campanario).


Detalle de la arquería que se conserva del claustro. Siglo XV o XVI.


La parte superior de la torre es del siglo XVIII, mientras que la base fue levantada en el siglo XV o en el XVI.

Pese a todo, el conjunto presenta una cierta unidad estética, lograda en el segundo tercio del siglo XX, gracias a las reformas promovidas por Carlos Jiménez Díaz, uno de los propietarios del convento (tras la Desamortización de Mendizábal, éste fue pasando de mano en mano). El ilustre médico se enamoró del lugar, restaurándolo con cuidado e incorporando añadidos (pilones, fuentes, canales...), que incrementaron aún más su belleza.

El convento fue restaurado por la Comunidad de Madrid entre 1987 y 1993. Desde el año 2004, pertenece a los misioneros identes, quienes cuidan con esmero uno de los escasos vestigios de arquitectura románica existentes en Madrid. Pero no son los únicos, como nos encargaremos de ir mostrando poco a poco en este blog.


Aspecto de la Sierra de La Cabrera, camino del convento.

sábado, 23 de enero de 2010

El Guadarrama de Mayrit, también llamado Manzanares

Abandonamos el tono crítico y de denuncia de los últimos artículos y recuperamos la mirada pasional y apasionada que define al presente blog. Seguimos con el Manzanares, pero dejando atrás el discutible proyecto de Madrid Río, para realizar un breve recorrido histórico por su nombre.



Por lo general, son los ríos los que suelen prestar su nombre a los pueblos que atraviesan, como sucede, sin ir más lejos, en la propia Comunidad de Madrid, con Guadalix de la Sierra. No ocurre lo mismo con el Manzanares, que, en contra de la norma, toma su denominación del pueblo de Manzanares el Real. Y es que nuestro aprendiz de río es singular hasta por su nombre.

El Manzanares era conocido antiguamente como río Guadarrama. Los escritos medievales así lo reflejan, como puede comprobarse en este texto extraído del Fuero de Madrid, en el que se enumeran las reglas para pescar en el río de la ciudad:

"Toda clase de pescado véndase al peso, aparte de los jaramugos, y quien lo vendiere sin pesar, pague dos maravedises a los fiadores. Y el que matare pescado en el Guadarrama, desde el día de Pascua del Espíritu Santo o Cincuesma hasta San Martín como asedega o con mandil o manga, peche dos maravedises previa probanza. Y el que en el río Guadarrama hiciese presa de agua o azud o cana, o bien arrojara hierba en él, y le hubiera sido probado con dos testigos, pague diez maravedises".



El Manzanares, a su paso por el Monte de El Pardo, aún no sabe nada de canalizaciones (ni de la M-30, ni del proyecto Madrid Río...).

La pregunta no se hace esperar: ¿y si nuestro Manzanares era designado Guadarrama durante la Edad Media, cómo se llamaba entonces el río que actualmente lleva este nombre? Pues Guadarrama, también.

La coincidencia de nombres daba lugar a multitud de confusiones, dada la proximidad geográfica de ambos ríos. Los equívocos se aclaraban añadiendo una coletilla, alusiva a la principal localidad por la que pasaba cada curso. El Guadarrama de Mayrit (o Maydrit) era, obviamente, el río de Madrid (o sea, nuestro Manzanares). Por su parte, el Guadarrama de Calatalia (nombre cristiano de la ciudadela musulmana Calatalifa, cercana a Villaviciosa de Odón) era el actual Guadarrama.

Este uso no sólo era coloquial, sino que también se hacía extensivo a los textos escritos. Así se dice en un documento de 1275: "commo vierten las aguas facia el río de Guaderrama que pasa por Maydrit e por Guaderrama e Calatalia".

En el siglo XVII, el Ducado del Infantado puso fin a la coincidencia de hidrónimos y resolvió bautizar al Guadarrama de Mayrit como Manzanares, por ser el río que pasaba por el Real de Manzanares, uno de sus principales señoríos, territorio que, a su vez, toma prestado su nombre de la villa de Manzanares (actualmente Manzanares el Real).



El Manzanares, llamado hasta el siglo XVII Guadarrama de Mayrit (o Maydrit), atraviesa el Puente de la Reina Victoria, inaugurado en 1909.



El río Guadarrama, a la altura del herreriano Puente Nuevo (último tercio del siglo XVI), entre Torrelodones y Galapagar. Antiguamente era conocido como Guadarrama de Calatalia.

viernes, 22 de enero de 2010

La gruta del Campo del Moro: recopilando imágenes

Varios blogs de la 'madroñosfera', entre ellos éste, han alertado en los últimos días sobre el lamentable estado en el que se encuentra la boca de salida de la gruta de Juan de Villanueva (1811), tras las obras acometidas por el ayuntamiento, en el contexto del proyecto Madrid Río. Recordamos que este túnel fue realizado por el citado arquitecto en 1811, como uno de los elementos de su eje de conexión del Campo del Moro con la Casa de Campo.

Los estupendos blogs Caminando por Madrid y Arte en Madrid, toda una referencia a seguir, publicaron ayer nuevas fotografías de la gruta. Nos tomamos la licencia de tomarlas prestadas y añadirlas a la que incluimos anteayer en Pasión por Madrid, con objeto de tener una visión ordenada de las mismas. Y también para multiplicar el número de ventanas de denuncia (cuantos más seamos, mejor). Muchas gracias por estos documentos gráficos.

El antes



Gracias a Carlos Osorio, pudimos ver el aspecto que tenía la gruta de Juan de Villanueva antes de las obras de soterramiento de la M-30 y antes de que empezara a ejecutarse el proyecto Madrid Río. Así la dejó el arquitecto ilustrado en 1811, el mismo año de su muerte, con la única excepción de la rocalla decorativa que puede verse en la imagen, instalada por Enrique Repullés Segarra en 1891.

Los jardines embellecían todo el conjunto y aliviaban la congestión viaria de la zona (Glorieta de San Vicente, Paseo de la Virgen del Puerto). La fotografía es obra de Ángela Souto y se publicó en el artículo 'Antes y después de Madrid Río', dentro del blog Caminando por Madrid, de Carlos Osorio.

El durante



Así estaba la salida del túnel en febrero de 2006, dieciséis meses antes de que se inaugurara la nueva M-30 soterrada, justo antes de las Elecciones Municipales de 2007. Mercedes Gómez captó este momento de plena ebullición de las obras y nos lo recordó en su blog Arte en Madrid (véase el artículo '¿En esto consiste la recuperación del Manzanares?'). 

La gruta ya había sido fagocitada por el hormigón, pero aún no habían eliminado completamente la rocalla que la decoraba. Se pueden ver sus restos a la izquierda de la imagen, al lado de una excavadora faenando y amenazando con sepultarlos.

El después



Esta imagen fue tomada el 19 de enero de 2010 y publicada por primera vez en el presente blog Pasión por Madrid (véase el artículo 'La gruta del Campo del Moro: descripción y denuncia'). La salida de la gruta ha sido rodeada de bloques de hormigón y cemento para facilitar la construcción de un ramal de salida de la M-30. 

Nada queda de la rocalla de Repullés, al tiempo que los jardines que se veían en la primera fotografía han desaparecido en su totalidad. Al menos, alguien ha conseguido sacarle algo de utilidad a todo este desastre y ha aprovechado la oquedad para instalar ahí su morada.

jueves, 21 de enero de 2010

Proyecto Madrid Río, una mirada crítica



La política actual se mueve dentro de un modelo cortoplacista. La convocatoria de elecciones cada cuatro años limita el desarrollo y ejecución de las medidas que se adopten a ese periodo de tiempo.

Cualquier plan de actuación que requiera un plazo mayor será ignorado, porque lo que interesa es impactar en el electorado con una obra faraónica justo antes de las votaciones. No vaya a ser que, dejándolo para después, el partido rival sea el que finalmente se beneficie. Lamentablemente, el largo plazo ya no existe en política.

Este planteamiento cortoplacista (o, mejor dicho, electoralista) nos ha privado a los madrileños de una auténtica recuperación, revalorización y relanzamiento de las riberas del río Manzanares, una vez acometido el polémico soterramiento de la autopista M-30.

Con un poquito más de voluntad y, sobre todo, visión de futuro, se hubieran podido acometer planes urbanísticos más ambiciosos y colocar a Madrid en la línea de ciudades como Bilbao, con su profunda transformación a raíz de la construcción del Museo Guggenheim, o como Valencia, con el ajardinamiento del antiguo cauce del Turia y la fabulosa Ciudad de las Artes y las Ciencias. Por no hablar de Barcelona.

Pero, claro, para llegar a estos niveles hacen falta, por un lado, altura de miras (cosa que los políticos madrileños no tienen) y, por otro, una visión largoplacista (cosa que no quieren tener).

Comparado con el Nervión y el Turia, el Manzanares será para siempre el hermano pobre y cateto, que perdió el tren de la vanguardia. Y no por su escaso caudal, sino porque se ha desaprovechado la oportunidad de una operación urbanística de magnitud y alcance.

Lo que pudo haber sido y no fue

Cuando se empezó a reformar la M-30, nos dijeron que las obras se acometían no tanto para solucionar lo que ahora mismo está debajo (el tráfico), sino que lo se quería arreglar era lo de arriba (el río). Esto es, que su gran objetivo era la recuperación de las riberas del Manzanares. Pero, en vista de cómo se está ejecutando el proyecto Madrid Río, nos asaltan las dudas de que esto realmente haya sido así.

Cada vez va quedando más claro que están chapuceando con nuestro río. Que el Manzanares nunca fue el objetivo prioritario. Que lo primero fueron las tuneladoras (no fuera que el lobby constructor, en vez de ganar 100, ingresara sólo 99), porque no hay nada mejor que una Tizona para conseguir mayorías absolutas.

El Manzanares quedó para los restos, cuando ya no había dinero, porque todo él se fue para el subsuelo. Sin plata y con crisis, las riberas del río reciben las migajas del Plan E gubernamental, lo que, unido a la ausencia desde el principio de un proyecto sólido y ambicioso, a la altura de la inversión efectuada, da como resultado una intervención urbanística discutible y discutida. 

Pero qué más da: será suficiente para lograr una nueva mayoría absoluta en el año 2011, cuando toque otra vez votar. Gracias a nuestros políticos, vivimos en una ciudad donde las obras no son una coyuntura, sino algo estructural.

Un proyecto condicionado por el hormigón que emerge del subsuelo

La ejecución del proyecto Madrid Río se asemeja a una carrera de obstáculos. Cada vez que se quiere abrir un nuevo paseo o un jardín hay que sortear placas de cemento y bloques de hormigón, que surgen amenazantes desde el subsuelo. También hay que tener cuidado cuando se planta un árbol, no vaya a ser que sus raíces penetren en los túneles inferiores.

Al final, los obstáculos que interpone la mayor autopista subterránea del mundo se salvan a golpe de granitazo. Que no hay profundidad suficiente para plantar árboles y arbustos, pues no pongamos jardines, sino un enorme suelo de granitazo. Que el túnel, al ir pegado al río, impide igualar la rasante del cauce, pues venga un paredón de granitazo. 

Nada que ver con los cromos verdes, con recreaciones idealizadas del proyecto, que nos entregó el Ayuntamiento de Madrid antes de las últimas Elecciones Municipales. O, sin ir más lejos, con los carteles que todavía pueden verse en las zonas de obra del propio río.

Y eso que no hablamos del poco respeto que se ha tenido con el patrimonio histórico-artístico, materia que da para toda una enciclopedia. En este mismo blog ya se ha comentado el lamentable estado de la gruta de Juan de Villanueva y el polémico traslado de la Puerta del Río (o del Rey).

Simplemente decimos que nos sentimos engañados: nuevamente Madrid se ha quedado atrás urbanísticamente, pero no será por el dinero que nos hemos gastado. Ahí vamos por delante.

El juego de las diferencias

El proyecto Madrid Río se va perfilando en diferentes tramos del Manzanares. Ahí van varias fotografías del entorno del Puente del Rey, donde ya se han terminado algunas obras. El resultado que se vislumbra es que, del mucho verde que nos prometieron antes de las últimas elecciones, hay más bien poquito. A la inversa, el granito, el gran ausente de las promesas electorales, suple su lugar.



El Ayuntamiento de Madrid nos vendió esta idealización del proyecto Madrid Río, justo antes de las Elecciones Municipales de 2007. Estas imágenes todavía pueden verse en los carteles promocionales instalados en la zona de obras del Manzanares. Se trata ahora de encontrar las diferencias con la realidad, a partir de un análisis del entorno del Puente del Rey (imagen capturada en www.munimadrid.es).



Margen derecha del Manzanares, desde el Puente del Rey (aguas abajo). En la imagen promocional, aparecen árboles junto a la orilla del río, pero no hay rastro de ellos, una vez terminada las obras de este punto. En su lugar, se eleva un muro de granito, que prácticamente duplica la altura del canal por el que discurre el río, con una terrible sensación de encajonamiento.



Vemos ahora la parte superior del muro anteriormente señalado. Se confirma la ausencia de árboles, que han sido sustituidos por un adoquinado. El síndrome del 'granitazo', ya ensayado en las plazas de Callao, Puerta del Sol, Santa Bárbara y Red de San Luis, se cierne también sobre las riberas del Manzanares.



Ampliamos la perspectiva del punto analizado en las dos fotos anteriores. Ahora vemos el tablero del Puente del Rey y, al fondo, un suelo de adoquines de considerables dimensiones. Los árboles del cartel promocional siguen sin hacer acto de presencia y los que se ven ya pertenecen al recinto de la Casa de Campo. 

A la derecha, se vislumbra parcialmente la Puerta del Río (o del Rey), que ha sido desplazada cuarenta metros de su ubicación original, para cubrir un bloque de hormigón que sirve de parapeto a los túneles inferiores. Seguramente el citado suelo ha sido instalado por esta misma razón. Cabe preguntar si esto no se sabía cuando se confeccionó el cartel promocional. O, sencillamente, nos han vendido humo electoral.



Continuamos en la margen derecha del río, vista desde el Puente del Rey, pero ahora estamos aguas arriba. Aquí sí que aparecen los árboles prometidos, pero tan rodeados de bloques de granito que casi no hay sensación de verde. También en esta parte, el muro que recorre la orilla del río duplica la altura del canal por el que discurre el Manzanares, encajonándolo nuevamente. Los graffiteros están de enhorabuena, pues ya tienen nuevas paredes donde estampar sus firmas y dibujos.



Los árboles de la fotografía anterior los vemos ahora de cerca. No desaparece la sensación de desolación que da el granito, pero lo que más llama la atención es que casi todos los árboles están torcidos, cuando apenas han pasado pocas semanas de su plantación. ¿Será que no hay profundidad y que sus raíces topan con el hormigón del túnel inferior? ¿O, sencillamente, es una chapuza?



Es el turno de la margen izquierda, vista igualmente desde el Puente del Rey (aguas abajo). Aunque en esta parte no están terminadas las obras, cuesta imaginar que aquí se vaya a construir una especie de playa, sobre todo si se tiene en cuenta que hay un túnel inferior. Pero, en fin, será cuestión de esperar. La carpa blanca que se ve en la imagen se ha instalado temporalmente para albergar una exposicion.



En esta última imagen del entorno del Puente del Rey (margen izquierda, aguas arriba), vemos por fin algo del verde prometido en el cartel promocional. Está colocado en el terraplén que une la Glorieta de San Vicente con el río (en realidad, los cipreses ya estaban ahí, mucho antes de la reforma) y también a lo largo de las riberas, aunque los árboles plantados son, por el momento, demasiado jóvenes. 

Pero, ni siquiera en este caso, el hormigón desaparece: el bloque situado justo en el centro informa de cómo los túneles inferiores están condicionando, a cada paso, cualquier actuación del proyecto Madrid Río. A pesar de que este punto se encuentra vallado, ya se atisba algún que otro graffiti en el bloque de hormigón (para ver la imagen ampliada, haz click sobre ella).

miércoles, 20 de enero de 2010

La gruta del Campo del Moro: descripción y denuncia



Acceso a la gruta de Villanueva, bajo las escaleras de la entrada del Paseo de la Virgen del Puerto del Campo del Moro.

Descripción histórica

Uno de los trabajos menos conocidos del arquitecto Juan de Villanueva es su actuación urbanística sobre el Campo del Moro, realizada varias décadas antes de que este espacio abriera sus puertas con su actual aspecto.

Un año antes de su muerte, acaecida en 1811, Villanueva recibió el encargo de José I de conectar el Palacio Real con la Casa de Campo. El rey francés, temeroso de algún atentado, había fijado su residencia en el palacio existente en este parque, destruido durante la Guerra Civil, y necesitaba una vía de comunicación directa con el Palacio Real, donde se tomaban las grandes decisiones de Estado.

Juan de Villanueva unió la fachada oeste del Palacio Real con la Casa de Campo, a través de un camino que, manteniendo en todo momento la línea recta, discurría por una avenida arbolada, un túnel y un viaducto, hasta llegar a la Puerta del Río (también llamada del Rey), que él mismo diseñó como entrada principal de la citada zona forestal.



Vista aérea del Campo del Moro (imagen procedente de 'El Callejero de Páginas Amarillas'). La flecha amarilla sigue la trayectoria del camino rectilíneo concebido por Juan de Villanueva, uniendo la fachada oeste del Palacio Real y la Puerta del Río, que da entrada a la Casa de Campo.

De la avenida diseñada por Villanueva no se conserva nada. Sobre ella fueron levantadas posteriormente las actuales Praderas de las Vistas del Sol, ideadas por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer en 1844. En cierto modo, éstas son herederas del diseño de Villanueva, al establecer un gran eje de conexión entre el Palacio Real y el Paseo de la Virgen del Puerto.

El túnel es, junto con la Puerta del Río, el único resto que se conserva del proyecto de Juan de Villanueva. Fue excavado para atravesar el citado paseo, con el fin de que el monarca no fuera visto por los viandantes, al tratarse de una vía pública (el actual Paseo de la Virgen del Puerto era uno de los tramos del desaparecido Camino Nuevo de Castilla).

Terminado en 1811, el túnel arranca bajo las escaleras de la entrada principal del Campo del Moro, según puede verse en la fotografía superior, y su salida se sitúa en el desnivel existente antes de llegar a las riberas del río Manzanares, cerca del Puente del Rey. Construido inicialmente en ladrillo y granito, fue revestido con rocalla en el año 1891, durante las reformas llevadas a cabo por Enrique Repullés Segarra.

Con respecto al puente, se levantó un viaducto provisional que, salvando las lavanderías del Manzanares y el propio cauce del río, llegaba hasta la entrada de la Casa del Campo. Este viaducto fue sustituido, durante el reinado de Fernando VII, por el actual Puente del Rey (1816).

En cambio, sí que se conserva la Puerta del Río (o del Rey), el último de los elementos concebidos por Villanueva en su plan de conexión del Palacio Real con la Casa de Campo. Sin embargo, el monumento ha sido objeto de algunas modificaciones, que han alterado el diseño de Villanueva.

En marzo de 2009, dentro del proyecto Madrid Río, la puerta fue desplazada de su ubicación original, moviéndose unos cuarenta metros en sentido este (hacia el río), con el objetivo de cubrir un bloque de hormigón, construido durante las obras de soterramiento de la M-30. También fue desprovista de su cancela de forja.



Aspecto de la Puerta del Río (o del Rey), tras su adecuación dentro del proyecto de Madrid Río. Fue realizada por Juan de Villanueva como entrada principal de la Casa de Campo.

Denunciamos el lamentable estado de la gruta

Hasta aquí la descripción histórica del proyecto de Juan de Villanueva. Ahora corresponde abordar la dura realidad del momento actual y denunciar el deplorable estado en el que se encuentra la gruta del Villanueva.

Pero antes repasemos lo ocurrido en los últimos años. La gruta se estuvo utilizando en épocas muy recientes como vía de entrada del Museo de Carruajes. Venía como anillo al dedo, ya que facilitaba la visibilidad del museo desde la calle, al ubicarse éste dentro del mismo recinto del Campo del Moro, escondido a la vista de los viandantes.

Con la expansión de la M-30 y, más en concreto, del nudo viario del Puente del Rey, el túnel quedó aislado. Lo que, unido al cierre del Museo de Carruajes (por el traslado de su colección al futuro Museo de las Colecciones Reales), determinó su clausura.

Con las obras de soterramiento de la autopista M-30, impulsadas por el alcalde Alberto Ruiz Gallardón e inauguradas a bombo y platillo justo antes de las Elecciones de 2007, se ha tenido la oportunidad de sacar del olvido una de las piezas clave del proyecto de Villanueva. Sin embargo, el discutible plan Madrid Río no sólo ha eludido su recuperación, sino que ha degradado aún más la gruta.

La actuación del Ayuntamiento de Madrid no ha podido ser más lamentable, como bien puede apreciarse en la fotografía inferior. Mostrando el más absoluto desprecio por el patrimonio histórico-artístico de los madrileños y lejos de cualquier intención de recuperación, la salida del túnel ha sido fagocitada por el hormigón, al tiempo que su parte superior ha quedado condenada por la construcción de un ramal de la M-30. 

La degradación cobra aún mayor dramatismo por la presencia de vagabundos, que han optado por instalarse bajo la estructura de hormigón.

El eje de conexión entre el Palacio Real y la Casa de Campo, concebido por Villanueva, queda, de esta manera, irremediablemente roto. Ahí va nuestra denuncia, con la esperanza de que sirva para algo.



La salida del túnel de Villanueva, en las inmediaciones del Puente del Rey. La fotografía fue tomada el 19 de enero de 2010, varios meses después de la intervención del Ayuntamiento de Madrid, dentro del proyecto Madrid Río.

martes, 19 de enero de 2010

Accidente aéreo en la Calle Mayor



Esta escultura de las inmediaciones de la Calle Mayor abre la sección "Mirar hacia arriba", reservada al Madrid de los balcones, las cornisas, los áticos y los tejados. Aquí tendrán cabida las estampas menos conocidas de una ciudad que se mira demasiado los pies y que, por sus prisas, no ha descubierto que existe otra realidad suspendida en las azoteas.

Es el caso de este ángel situado en lo alto del edificio de la Calle Milaneses, número 3, muy cerca de la Calle Mayor, donde lleva colgado desde el año 2005. Su difícil equilibrio suele pasar inadvertido a la gran mayoría de los viandantes y solamente unos pocos reparan en su existencia. Es entonces cuando se abre el debate: ¿y por qué está boca abajo?

Lejos de interpretaciones luciferianas, que pudieran vincular la pieza con El Ángel Caído de El Retiro, Miguel Ángel Ruiz, su autor, habla sencillamente de un aviador distraído.

En el diario El País del 11 de agosto de 2007, el escultor cuenta la historia de esta distracción: "hace 10.000 años, un hombre alado sale a dar una vuelta, y al volver, volando tranquilamente de espaldas, mientras toma el sol, no se percata de que, en el prado que aterriza siempre, ha crecido toda una ciudad". Para Ruiz, se trata de "una escultura del despiste, una estatua pre-Samur".

La obra es de bronce, con pátina de cobre, y pesa más de 300 kilos. Se titula Accidente aéreo, circunstancia que el autor remarcó retorciendo, a modo de fractura, las extremidades de su hombre alado.

lunes, 18 de enero de 2010

Las atalayas de la Villa y de la Corte


Pintura de la Iglesia de Santa Cruz, con su campanario, denominado Atalaya de la Corte.

Las expresiones Atalaya de la Villa y Atalaya de la Corte nada tienen que ver con fortificaciones militares. Surgieron en el primer tercio del siglo XVII como sobrenombre de las torres de las desaparecidas iglesias de San Salvador y de Santa Cruz, respectivamente. Con esta denominación, los madrileños hacían referencia a su notable altura y, sobre todo, intentaban remarcar que estos campanarios eran distintos a los demás.

No sólo desempeñaron una actividad estrictamente religiosa, sino que, además, tuvieron encomendadas funciones civiles, fruto de la vinculación de los templos de San Salvador y de Santa Cruz con el Ayuntamiento de Madrid.

Entre sus misiones se encontraba alertar en caso de situaciones de emergencia, como incendios y catástrofes, y avisar de la celebración de diferentes actos municipales. Ambas torres lucieron en sus frontales sendos blasones municipales, que informaban de ese nexo directo con el Concejo.



La Atalaya de la Villa fue la torre de la Iglesia de San Salvador, una de las diez que aparecen citadas en el Fuero de 1202, que estuvo situada en la Calle Mayor, enfrentada a la Plaza de la Villa. En este templo tenían lugar las juntas del Concejo de Madrid hasta la construcción de la Casa de la Villa en el siglo XVII.

La convocatoria de las reuniones municipales se realizaba a través de la campana de la torre, que también tenía como misión marcar el toque de queda (a las nueve en invierno y una hora más tarde en verano), cuando la situación así lo requería. El otro elemento destacado de la Atalaya de la Villa fue su reloj, el más antiguo que hubo en la ciudad.

En la imagen superior, detalle del famoso plano de Madrid de Pedro Teixeira, puede apreciarse cómo era la Iglesia de San Salvador en 1656. Presenta un aspecto herreriano, fruto de las reformas llevadas a cabo a lo largo del siglo XVI, que difuminaron las trazas medievales originales. El templo, campanario incluido, fue demolido en 1842, debido a su estado ruinoso.



La Atalaya de la Corte estuvo ubicada en el solar que actualmente ocupa la Plaza de Santa Cruz. Pertenecía a la iglesia de este nombre, construida en el siglo XIII y transformada a lo largo del siglo XVII, tras incendiarse en 1620.

La torre, en concreto, se levantó entre 1627 y 1680, a partir de un proyecto del arquitecto Francisco del Castillo, quien ideó una solución de cuatro cuerpos, planta cuadrangular y chapitel herreriano con linterna, según puede comprobarse en el detalle del plano de Teixeira.

Al igual que la Atalaya de la Villa, tuvo instalado un reloj y su campana sirvió para convocar al consistorio, pues en la Iglesia de Santa Cruz se reunía ocasionalmente la Sala de Alcaldes para celebrar sus festividades.

El templo fue destruido en 1868 y con él también desapareció la Atalaya de la Corte, una de las torres más altas del Madrid de los Austrias, con 144 pies de altura (aproximadamente 40 metros).


La Atalaya de la Corte en 1868, el año de su demolición.