domingo, 28 de febrero de 2010

Tras las huellas del ferrocarril Madrid-Almorox


Cortesía de Gustavo Vieites.

La actual red ferroviaria que atraviesa la Comunidad de Madrid comenzó a gestarse en la segunda mitad del siglo XIX. Muchos trazados de aquella época siguen operativos, convenientemente actualizados y adaptados a las necesidades actuales. Pero otros muchos dejaron de funcionar y quedaron en el más absoluto abandono.

Es el caso del ferrocarril que unía Madrid con el municipio toledano de Almorox, del que aún se conservan diversas infraestructuras de interés histórico, si bien la mayor parte ha desaparecido. Hoy nos ocuparemos del puente de hierro situado sobre el río Guadarrama, todavía en pie, y de sus diferentes estaciones, con especial mención a la de Goya, que fue derribada para edificar viviendas.

Un poco de historia

La citada línea férrea fue promovida por una sociedad de capital belga. Empezó a entrar en servicio el 15 de julio de 1891, cuando se inauguró oficialmente el primer tramo, que llegaba hasta Navalcarnero. Pocos meses después, el 26 de diciembre, se puso en marcha el segundo, que terminaba en Villa del Prado. Hubo que esperar varios años, hasta 1901, para alcanzar Almorox, el destino final.

Se construyó para el tránsito de viajeros, pero, fundamentalmente, para el transporte de mercancías. El objetivo era facilitar la llegada de productos agrícolas a la capital desde los fértiles valles de los ríos Guadarrama y Alberche, que hasta entonces se transportaban en pesados carros tirados por mulas, a través de caminos secundarios.

El ferrocarril Madrid-Villa del Prado-Almorox era de vía métrica, una tipología por entonces muy utilizada en las comunicaciones comarcales, al resultar mucho menos costosa que el ancho nacional, reservado para las grandes distancias. Pertenecía a la red de FEVE, la compañía en la que se integran los ferrocarriles españoles de vía estrecha.

En la década de los sesenta del siglo XX, la línea empezó a tener problemas económicos, debido, principalmente, a la competencia del transporte por carretera, con lo que, en 1965, se tomó la decisión de clausurar el tramo Navalcarnero-Almorox, el más deficitario.

El año 1970 supuso el cierre definitivo del histórico ferrocarril o, mejor dicho, su conversión en una línea de cercanías, gestionada por Renfe, tras proceder al desdoblamiento, electrificación y adaptación al ancho nacional de las vías. Estos trabajos se circunscribieron únicamente al tramo Madrid-Móstoles y se prolongaron hasta 1976.

Las estaciones

La estación término estuvo emplazada junto al río Manzanares, cerca del Paseo de Extremadura y de la actual Calle de Saavedra Fajardo. Fue bautizada con el nombre de Goya, por su proximidad con la Quinta del Sordo, donde vivió el genial pintor aragonés.


La Estación de Goya aparece en la parte inferior de la imagen, hacia el centro.

Sus obras comenzaron en 1883, un año antes de que a la empresa promotora le fuera concedida la licencia del tramo Madrid-Navalcarnero, el primero que arrancó. El proyecto se debió a Fernando María de Castro y fue elaborado en 1882.

De reducidas dimensiones, su modesta arquitectura la convertía en la hermana pequeña de las grandes estaciones ferroviarias madrileñas, como las del Norte, Atocha y Delicias. Ocupaba una superficie de apenas 492 metros cuadrados y estaba hecha en ladrillo, con cubierta de teja.

En 1965, la compañía que gestionaba la línea férrea consideró la posibilidad de derribar la estación para vender su solar y construir viviendas. Las plusvalías obtenidas con este movimiento ayudarían a paliar las dificultades económicas de aquellos momentos. Tal operación no pudo llevarse a cabo hasta 1969, año en el que la Gerencia Municipal de Urbanismo dio el visto bueno a la urbanización de los terrenos.


Cortesía de Gustavo Vieites.

La línea férrea llegó a contar con dieciocho estaciones, entre apartaderos y apeaderos. De las ocho primeras (Goya, Empalme, Campamento, Cuatro Vientos, Alcorcón, Colonia Ramírez, Móstoles y Villaviciosa de Odón) apenas quedan restos, ya que sobre esta parte del recorrido discurre en la actualidad la línea C-5 de Cercanías.

Con respecto a las diez restantes (Río Guadarrama, Navalcarnero, Villamanta, Valquejigoso, Méntrida, Río Alberche, Rincón, Villa del Prado, Alamín y Almorox), se mantienen en pie algunas de ellas, aunque su conservación no es muy buena.

El puente sobre el Guadarrama

Entre las infraestructuras que han llegado a nuestros días, la más destacada es, sin duda alguna, el puente de hierro que salva el río Guadarrama, emplazado justo en el límite de los términos municipales de Móstoles y Villaviciosa de Odón.



Se levanta sobre el punto kilométrico 21,300 de la desaparecida línea ferroviaria, junto a un paraje que antiguamente era conocido como Vado de San Marcos. Presenta una estructura en forma de caja, apoyada en los extremos en estribos y en el centro en una sólida base de sillería de granito, que emerge del propio cauce. Se debe a Simón Ruiz Medrano y fue realizado en Navalcarnero.

Además de su gran relevancia técnica, como punto clave del trazado ferroviario, el puente tuvo un enorme interés social. En sus inmediaciones fue construido un apeadero que, con el nombre de Río Guadarrama, se convirtió en un destino de referencia para los excursionistas y bañistas que, procedentes de Madrid, buscaban pasar un día de campo. Por esta razón, se le habilitó un andén peatonal, que permitía a los viandantes cruzar el río sin peligro.

Pese a su importancia histórica, el puente se halla en un lamentable estado, en medio de una zona donde han proliferado las viviendas ilegales, muchas de ellas chabolas. Actualmente, forma parte de una Vía Verde, con la que la Comunidad de Madrid pretende fomentar la práctica del senderismo y del ciclismo.



Agradecimiento especial

Queremos expresar nuestro agradecimiento a Gustavo Vieites Brignolo por su colaboración y gentileza permitiéndonos la publicación de dos fotografías históricas que se encuentran bajo el copyright de Ediciones Amberley S.L. (Inglaterra) y de http://gustavovieites.cmact.com.

También queremos recomendar la visita de la citada página web, todo un derroche de conocimiento sobre la arqueología ferroviaria, en general, y el ferrocarril Madrid-Almorox, en particular.

sábado, 27 de febrero de 2010

El Puente de Matafrailes, de Canencia

El Puente de Matafrailes es uno de los tres puentes medievales que hay en Canencia. A diferencia de los otros dos (Canto y Cadenas), situados muy cerca del casco urbano, el de Matafrailes se encuentra bastante retirado, en los límites septentrionales del término municipal, casi en la linde con Gargantilla de Lozoya.



Está construido sobre las aguas del Arroyo de Canencia, muy cerca de su desembocadura en el Río Lozoya. Actualmente está integrado dentro de una vía pecuaria, que recientemente ha sido habilitada como un camino turístico, para la práctica del senderismo, por parte de la Comunidad de Madrid. Junto con otros puentes de la zona, es uno de los atractivos de la llamada Ruta de los Puentes Medievales, que recorre buena parte del Valle del Lozoya.

No se sabe exactamente cuándo fue erigido, pero sí que se ha descartado la fundación romana que tradicionalmente se le ha atribuido. Se dice que puede ser más antiguo que el Puente Canto (siglo XIV o XV), pero no hay nada seguro. Lo más probable es que, como éste, tenga un origen tardomedieval.

Su fábrica es de mampostería y muestra un único ojo, formado por un arco apuntado. El tablero es lo más llamativo, ya que tiene una anchura mayor en los extremos que en el centro, posiblemente para facilitar el cobro de los derechos de pontazgo.

Presenta una altura considerable, a lo que contribuye la elevación de las dos rocas, una en cada orilla, sobre las que el puente se cimienta. Tal disposición protegía al puente de posibles crecidas del Arroyo de Canencia, con lo que no fue necesaria la construcción de tajamares que cumplieran esta función.

jueves, 25 de febrero de 2010

La iglesia mudéjar de Boadilla

Proseguimos con nuestra búsqueda del románico y del mudéjar madrileño, después de haber visitado construcciones tan singulares como el Convento de San Antonio, de La Cabrera; la Parroquia de Santiago, de Venturada; la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de Móstoles; y la Ermita de Santa María la Antigua, de Carabanchel.

Nos detenemos en esta ocasión en Boadilla del Monte, donde localizamos un templo mudéjar del siglo XIII o XIV, situado muy cerca de Palacio del Infante Don Luis (1764), una de las obras maestras de Ventura Rodríguez.



La Parroquia de San Cristóbal, que así se llama, queda empequeñecida ante la majestuosidad del citado palacio, pero no por ello desmerece. Muy al contrario, la contemplación conjunta de ambas arquitecturas resulta fascinante, sobre todo la panorámica que se divisa desde la Avenida de España.

A pesar de los avatares del paso del tiempo, esta iglesia conserva su cabecera y su torre medievales. Bien es verdad que lo que vemos corresponde a una reconstrucción efectuada en 1944, tras los destrozos de la Guerra Civil. Pero también es cierto que, al menos en lo que respecta a los elementos originales, la restauración fue bastante atinada.

La cabecera



El ábside es de planta semicircular y, cómo no podía ser de otra forma tratándose de una iglesia medieval, está orientado mirando hacia el este. Se cubre con bóveda de cuarto de esfera y se une al cuerpo principal mediante un tramo recto en el presbiterio. Presenta tres vanos, formados por arcos doblados de ladrillo.

En el pasado estuvo coronado con almenas, razón por la cual siempre se ha creído que la iglesia fue levantada aprovechando los restos de una antigua fortaleza.

Nada más lejos de la realidad: la presencia de este tipo de remate hay que relacionarla con la costumbre medieval de fortificar los edificios religiosos, como es el caso, sin ir más lejos, de las iglesias de Alpedrete y Navalquejigo, de las que hablaremos en otra ocasión. En cualquier caso, esas almenas ya no existen.

La cabecera está construida con mampuesto con hileras de ladrillo, dispuestas bastante cerca unas de otras, un tipo de fábrica muy utilizado en el centro peninsular durante los procesos de repoblación cristiana que siguieron a la Reconquista.

Depende de dónde se ponga el énfasis, estamos ante una pieza mudéjar con una clara influencia románica o ante un románico en fase degenerativa que asumió pautas arquitectónicas mudéjares. Lo mismo da que da lo mismo, pues, debido a su enclave central, la actual Comunidad de Madrid fue un punto de convergencia donde se mezclaron las corrientes románicas que llegaron tardíamente de la Meseta Norte con el mudéjar toledano, procedente del sur.

La torre



Idénticas consideraciones cabe realizar en relación con la torre, si bien aquí el mudéjar aparece de una forma más clara y precisa, tal vez porque fue realizada con posterioridad a la cabecera. Está situada al lado del evangelio y es de planta cuadrangular. Consta de dos cuerpos diferenciados: el primero repite la fábrica del ábside, mientras que el segundo es enteramente de ladrillo.

Este último se corresponde con el campanario, constituido por arcos ligeramente apuntados, cuya tipología recuadrada parece remitir al siglo XIV. En él se alojan tres campanas y una campanilla con reloj.

Otros elementos arquitectónicos

Como ocurre en la mayor parte de las construcciones de origen románico y mudéjar que se conservan en la región madrileña, la Iglesia de San Cristóbal presenta numerosos añadidos de épocas posteriores.

En una enumeración muy rápida, hay que referirse a las dos sacristías que aparecen junto a la cabecera y a la capilla barroca del siglo XVII, de planta de cruz griega y abovedada con cúpula, que luce en el exterior un inconfundible chapitel de pizarra, al estilo de los Austrias.

También hay que citar el pórtico con arquería que cubre la fachada principal y las tres naves que dan forma al cuerpo principal.

miércoles, 24 de febrero de 2010

El Mercado de San Antón, un nuevo disparate

La asfixiante estructura del nuevo Mercado de San Antón sigue creciendo. Pese a quien pese, las obras avanzan a buen ritmo y, en cuestión de unos pocos meses, Madrid añadirá otra mole más a su perfil urbano. Aunque siempre habrá diversidad de opiniones, mucho nos tememos que estamos ante otro disparate urbanístico, difícil de asimilar en un entorno que, como el Barrio de Chueca, aún conserva cierto sabor galdosiano. 



Pero ahí está, alzándose feroz y agresivo desde su esquina de la Calle de Augusto Figueroa, gritando a los cuatro vientos lo que nuestro ayuntamiento es capaz de hacer cuando se pone en plan moderno. Y ya conocemos algunas de sus habilidades: o nos planta un bloque tan demoledor como éste, o nos monta plazas minimalistas, como la del Callao, o nos instala quioscos para castañeras, auténticos armatostes que algunos llaman piezas de diseño.

martes, 23 de febrero de 2010

El Puente de San Fernando


Los tres ojos del tramo occidental.

De todos los puentes históricos de la ciudad de Madrid, el de San Fernando es, sin duda alguna, el más desconocido. Su emplazamiento en el Monte de El Pardo, alejado del núcleo urbano, y su difícil accesibilidad, al estar encerrado dentro del nudo viario de Puerta de Hierro, donde confluyen las autopistas M-30 y A-6, han contribuido a su olvido.

Hasta el último tercio del siglo XX, fue una de las vías de servicio que desviaban el tráfico rodado hacia la Carretera de La Coruña. En el año 2007 quedó integrado dentro del Anillo Ciclista de Madrid, lo que le ha dado un uso preferentemente deportivo, si bien aún está permitida la circulación de vehículos para acceder a las instalaciones deportivas de la zona.

Historia

Situado sobre el río Manzanares, el puente toma su nombre de una de las esculturas que lucen en su pretil, erigida en honor de San Fernando. Empezó a ser llamado así en el siglo XIX, ya que, con anterioridad, era designado como Puente Verde. Tal denominación provenía de la vieja pasarela de madera a la que sustituyó, conocida como Puente Verde de Madera.

Se construyó en el año 1750, en el contexto de un proyecto de acotamiento de El Pardo y mejora de su accesos, llevado a cabo durante el reinado de Fernando VI, aunque gestado en tiempos de su padre, Felipe V.

Además de esta infraestructura, se crearon otras muchas, entre las que cabe destacar la cerca que rodea al Real Sitio, la Puerta de Hierro, la gavia de Fuencarral y una serie de pequeños puentes, que salvan los arroyos de Valdeculebras, de las Viudas, de Tejada y de Trofa, todos ellos afluentes del Manzanares.

Fue diseñado por el arquitecto Jaime Bort, autor de la fachada principal de la Catedral de Murcia, quien, avalado por su trabajo en el Puente Viejo de esta ciudad, fue reclamado por la Corte para ponerse al frente de las obras. Llegó a Madrid en 1749 y, un año después, en diciembre de 1750, consiguió terminar el encargo. En la decoración del puente, intervino su hermano, el escultor Vicente Bort.

Descripción


Tramo oriental, con cuatro ojos.

En el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, publicado en 1845, Pascual Madoz se refería al puente en estos términos: "es de de mucha extensión y consta de seis ojos, viéndose en el centro del antepecho las estatuas de San Fernando y la de Santa Bárbara".

Tal y como describe Madoz, su longitud es considerable, si bien la estructura que señala ha sido modificada sustancialmente, al haberse reajustado el número de vanos como consecuencia de una variación del curso del río.

En su configuración actual, el puente presenta dos tramos independientes, construidos en diferentes épocas. El situado en la parte más oriental es el primitivo. Como se ha dicho, se levantó en 1750 y consta de cuatro ojos (dos menos que originalmente), con luces comprendidas entre los 6,20 y los 8,45 metros.

El desplazamiento sufrido por el cauce obligó a levantar un nuevo tramo en el año 1856, siguiendo el mismo estilo del primer puente. Tiene tres vanos, todos ellos con una luz de 9,75 metros. Es en esta parte por donde discurre la corriente, mientras que la otra ha quedado asentada sobre tierra firme.


Fotografía de la segunda mitad del siglo XIX, con el tramo nuevo.

Los dos tramos quedan unidos mediante un muro, que da continuidad longitudinal al conjunto, de tal forma que, desde el tablero, no se percibe la existencia de dos estructuras.

Todos los arcos son de medio punto y, en su base, dan cabida a una serie de tajamares, de planta semicircular y con remates cónicos, situados a ambos lados del puente. En lo que respecta a la fábrica, está levantado enteramente en sillería de granito.

A diferencia de la vecina Puerta de Hierro, construida al mismo tiempo que el Puente de San Fernando, los elementos decorativos no son muy abundantes.

Tan sólo hay que señalar la presencia de dos esculturas, que representan a Fernando III el Santo y a Santa Bárbara. Están colocadas frente a frente en sendos pedestales, a ambos lados del pretil, y fueron erigidas en honor de los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza, por ser los santos de quienes provienen sus respectivos nombres.


Vista del tablero.

Como se ha citado, las dos estatuas son obra de Vicente Bort, uno de los artistas que había colaborado en los grupos escultóricos del exterior del Palacio Real, los populares 'Reyes godos', con los que aquellas guardan similitudes más que evidentes, como puede observarse en las fotografías adjuntas.


Estatuas de Santa Bárbara y de Fernando III el Santo.

domingo, 21 de febrero de 2010

La Playa de Madrid




La Playa de Madrid (1932) fue mucho más que un complejo deportivo y recreativo. Existió realmente una playa, con todo lo que se le puede pedir a este tipo de enclaves: su arena, su orilla, sus tumbonas, sus parasoles, sus barcas y, por supuesto, sus bañistas.

Todo ello fue posible gracias a un embalse con una capacidad de almacenamiento de 80.000 metros cúbicos, arrebatados al Manzanares a su paso por el Monte de El Pardo. Se construyó cerca del actual Hipódromo de la Zarzuela, a la altura de la desembocadura del Arroyo del Fresno, dos kilómetros aguas arriba del Puente de San Fernando.

Fue la primera playa artificial de España, surgida en un momento en el que Madrid se enamoró de su río, al compás de una corriente de pensamiento que defendía el desarrollo físico del individuo, a través del deporte y del contacto con la naturaleza.

Fruto de esa historia de amor fue la canalización y saneamiento del Manzanares y la apertura de áreas recreativas, deportivas y de baño en su entorno inmediato, principalmente en la Casa de Campo y en el Monte de El Pardo.



La Playa de Madrid se debió a una iniciativa de la Segunda República (1931-1939), que, tras la inauguración de la Piscina de la Isla, levantada sobre una isla del Manzanares, procedió a la creación de una nueva zona de baño, fuera del núcleo urbano, en un tramo del río libre de contaminaciones.

A diferencia de aquella, la Playa de Madrid era de titularidad pública y, por tanto, mucho más popular. Además del embalse, constaba de diferentes instalaciones deportivas y de ocio, que fueron diseñadas, al más puro estilo racionalista, por Manuel Muñoz Monasterio. Todo ello, presa incluida, quedó destruido durante la Guerra Civil (1936-1939).

No fue el final de la Playa de Madrid, que tuvo la suerte de ser reconstruida en el año 1947 por el mismo autor, aunque apartándose radicalmente de las pautas arquitectónicas de la primera obra. El nuevo complejo se revistió de tejados y chapiteles de pizarra, en la línea imperialista impuesta por el régimen franquista.

La zona de baño articulada alrededor del embalse sobrevivió unos cuantos años más, pero terminó abandonándose, ante la contaminación del río y el éxito del vecino Parque Sindical (actualmente denominado Parque Deportivo Puerta de Hierro), cuyo proyecto inicial también se debió, casualidades de la vida, a Muñoz Monasterio.

Este último se inauguró en 1955, con un diseño que emulaba el concepto básico de la Playa de Madrid y así llegó a tener su propio embalse, con una gran isla en el centro. Por esta razón y por la cercanía de ambos complejos, mucha gente identifica erróneamente el Parque Sindical con la Playa de Madrid.

Poco queda de aquella playa con su arena y con su orilla. Ya no hay agua embalsada, pero sí que se mantiene en pie la presa, escondida en medio de una espesa vegetación de ribera y convenientemente vallada por motivos de seguridad. El embalse del Parque Sindical también fue vaciado y su presa reconvertida en puente, a través del cual se accede a las actuales instalaciones del Parque Deportivo Puerta de Hierro.

En cambio, sí que se conservan los edificios del primitivo complejo de la Playa de Madrid. A su alrededor se han levantado modernos equipamientos, que conforman la oferta deportiva y de ocio de un club privado, cuyo planteamiento elitista está muy lejos del concepto popular con el que nació la Playa.

Un gran impacto social



La Playa de Madrid abrió al público en el verano de 1932, si bien las obras se prolongaron, en varias fases, hasta 1934. Un año antes de su inauguración, se había creado una gran expectación alrededor del futuro complejo, tal y como se pone de manifiesto en el siguiente poema, publicado en tono irónico por una guía de viajes que contaba con el patrocinio de Viena Capellanes:

"De una playa veraniega a Madrid se dotará y a esas playas de pega, ninguno se marchará. Será la de los Madriles, por su río caudaloso, un brazo de mar hermoso, en donde nenas gentiles, las ondinas madrileñas, maestras en natación, les darán una lección, a las ondinas norteñas".



Hubo también una potente campaña promocional, con la distribución de numerosos carteles, que no sólo anunciaban la apertura del complejo, sino también la puesta en marcha de un servicio especial de autobuses, que cubría el trayecto Puerta del Sol-Playa de Madrid en sólo quince minutos (doce si se cogía en la Gran Vía).

En el cartel podía verse a una bañista lanzándose desde un trampolín con el telón de fondo de una vista panorámica de Madrid, correspondiente a su perfil occidental.

La Playa de Madrid estaba abierta desde mayo hasta octubre. El bono de temporada costaba 30 pesetas para los caballeros y 20 para las damas. Las entradas individuales se vendían a 1,50 pesetas.

El impacto social de la Playa de Madrid fue tal que pronto se convirtió en una de las señas de identidad de la ciudad, como así avalan las diferentes tarjetas postales que reproducían las instalaciones. Además, todavía hoy persiste la denominación de Carretera de la Playa, en alusión a la Avenida del Cardenal Herrera Oria, coincidente en algunos tramos con aquella vía.



La presa

La presa estaba constituida por una estructura de hormigón, en cuyos vanos se alojaba un sistema de compuertas. Así puede verse en las dos imágenes inferiores, correspondientes al año 1932, cuando el complejo abrió sus puertas.





Más abajo se comprueba el estado actual de la presa, en estas dos instantáneas tomadas el 17 de febrero de 2010. Las compuertas han sido retiradas y el embalse vaciado. Sin embargo, no da la sensación de que la estructura se encuentre arruinada, muy al contrario, parece que se conserva en buen estado.





El embalse

Las aguas retenidas en el embalse no debían tener mucha profundidad, a juzgar por la imagen inferior, tomada a finales de los años cuarenta o a principios de los cincuenta, en la que se ve a un grupo de bañistas haciendo pie a cierta distancia de la orilla.



La fotografía siguiente corresponde a la misma época que la anterior. Puede verse en detalle una de las orillas, decorada con unos pequeños jardines, además de diferentes isletas, en las que se sitúan plantaciones de árboles.



En la actualidad no hay embalse, como recoge esta fotografía aérea de Páginas Amarillas. El Manzanares discurre libre en esta parte de su recorrido, si bien tiende a remansarse, al toparse con las viejas estructuras de la presa.



Los edificios del complejo

En las dos siguientes imágenes, aparece el edificio principal del complejo, en dos años diferentes. En la primera fotografía, de 1935, se aprecia el estilo racionalista con que Muñoz Monasterio concibió el conjunto.

La segunda fue captada hacia 1948, después de la reconstrucción efectuada por el citado autor, en la que él mismo borró los signos racionalistas iniciales, dadas las exigencias estilísticas de la dictadura. Entre las modificaciones efectuadas, cabe mencionar la incorporación de chapiteles de pizarra en las cubiertas y las nuevas formas en los vanos, mucho más convencionales que las originales.





En la siguiente imagen, una vista aérea capturada de Páginas Amarillas, se comprueba el estado actual del edificio analizado. En líneas generales, se mantiene con el mismo aspecto que en 1947, cuando fue reconstruido.

jueves, 18 de febrero de 2010

Santa María la Antigua




Cuando hablamos de iglesias mudéjares en Madrid, todo el mundo piensa en San Nicolás de los Servitas y en San Pedro el Viejo. Pero existe un tercer templo, que, pese a sus reducidas dimensiones, resulta crucial para entender la evolución de las corrientes arquitectónicas medievales en el centro peninsular.

Estamos refiriéndonos a la Ermita de Santa María la Antigua, situada junto a la tapia del Cementerio de Carabanchel, del que es oficialmente su capilla. Su situación periférica, muy alejada de las grandes rutas turísticas, ha sido un obstáculo para su conocimiento, pero ello no debe ensombrecer su enorme importancia histórica y artística.

Su gran particularidad es que ha llegado hasta nosotros prácticamente entera, con casi todos los elementos arquitectónicos primitivos. Constituye por ello un caso singular dentro de la comunidad madrileña, ya que lo más frecuente en los templos medievales de nuestra región es encontrarnos con trozos fragmentados de la estructura original. Así sucede, sin ir más lejos, con las citadas iglesias de San Nicolás y de San Pedro, de las que únicamente se conserva la torre.

Construida en el siglo XIII, Santa María la Antigua fue la parroquia del pueblo de Carabanchel, por entonces bajo la advocación de Santa María Magdalena. Perdió el rango parroquial a finales del siglo XV, cuando se produjo la despoblación de la zona y se fundaron dos localidades independientes, Carabanchel Alto y Carabanchel Bajo. Posteriormente fue convertida en ermita.

Se dice que San Isidro (1080-1172) visitaba la iglesia con asiduidad y que aquí tuvo lugar el milagro del lobo, por medio del cual el santo, encomendándose a Dios en oración, consiguió salvar la vida de un burro del ataque de un lobo. Pero, si damos crédito a la tradición, habría que admitir la existencia de una edificación anterior, ya que San Isidro vivió con anterioridad a la construcción de la ermita.

Lo cierto es que el lugar estuvo habitado mucho antes de la Edad Media, como así avalan las excavaciones arqueológicas y trabajos de restauración realizados en 1998, que han sacado a la luz restos del siglo I. Es muy probable que la ermita se levantara sobre una antigua villa romana (en concreto, sobre unas posibles dependencias destinadas a los trabajadores). También se han hallado vestigios carpetanos.

La ermita es de planta rectangular y muy pequeña (apenas mide 12,20 metros de largo por 9,85 de ancho). Fue realizada en mudéjar toledano, estilo que penetró en la parte central y meridional de la actual Comunidad de Madrid en los siglos XII y XIII, mientras que las comarcas septentrionales de la región quedaron bajo la influencia del románico castellano-leonés.

La cabecera



Como era norma en las iglesias medievales, Santa María la Antigua tiene orientada la cabecera mirando hacia levante. Ésta consta de un ábside semicircular, con bóveda de cuarto de esfera, y de un tramo rectangular en el presbiterio, que actúa como elemento de unión con el cuerpo principal, sobrepasando en anchura al ábside y cubriéndose con bóveda de cañón.

El ábside está realizado en mampuesto, sobre el que se intercalan verdugadas paralelas de ladrillo. Presenta una único vano, formado por un arco de herradura apuntado hecho en ladrillo, con clara influencia del mudéjar toledano. Los canecillos de rollo que aparecen en la parte superior, bajo el alero, también son de este material.

El cuerpo principal

La fábrica del cuerpo principal es la misma que la de la cabecera, esto es, mampostería con hileras de ladrillo. Se estructura en tres naves, separadas por cuatro pilares y unidas a la cabecera a través de un arco triunfal. Éste tiene forma de herradura apuntada y se encuentra trasdosado por un arco lobulado.

Las naves se cubren con techumbre de madera, material que también domina la decoración interior. La ermita conserva la carpintería original, sobre la que aparecen diversos restos de pinturas medievales, tales como figuras geométricas, diferentes escenas de la vida de San Isidro y un escudo de la Corona de Castilla. Los colores predominantes son el rojo y el negro.

La portada



La portada, uno de los elementos arquitectónicos más destacados de todo el conjunto, está hecha enteramente en ladrillo y presenta una disposición saliente con respecto al muro. Se sitúa en la parte meridional, que es precisamente una de las mejor conservadas de la estructura.

Lo primero que llama la atención es que está inclinada hacia el suelo, al igual que el muro donde se integra, que parece estar cediendo a pesar de la resistencia del contrafuerte instalado posiblemente en el siglo XVII. Da la sensación de que todo ello puede venirse abajo de un momento a otro, pero, después de la restauración llevada a cabo a finales del siglo XX y según aseguran los expertos, esta posibilidad está descartada por completo.

La portada consiste en una caja rectangular de inspiración mudéjar, en la que se alojan tres arcos arquivoltados de medio punto, con el central decorado con doce lóbulos. Los apoyos se realizan a través de jambas en degradación.

La torre



La torre sorprende por su estrechez y lados desproporcionados. Presenta una planta rectangular de 5,70 metros de largo y tan sólo 2,25 de ancho, desde la que emerge una estructura de 20 metros de altura. Con una planta de tan reducidas dimensiones, la sujeción sólo es posible mediante una construcción maciza.

Así es hasta el campanario, que lógicamente es hueco para poder alojar las dos campanas existentes. Esta parte consta de seis vanos, dos por cada lado largo y uno por cada lado ancho, constituidos por falsos arcos, cuyo apuntamiento se ha conseguido mediante la aproximación de las hiladas de los ladrillos. El acceso al campanario se realiza desde una escalera de hierro exterior, instalada en el siglo XX en el muro norte.

La torre repite el mismo tipo de fábrica del ábside y del cuerpo principal, exceptuando el campanario, realizado enteramente en ladrillo, y los esquinales, construidos igualmente con este material.

Elementos no medievales

Además de los elementos medievales que han llegado hasta nuestros días, el templo integra añadidos de siglos posteriores, fruto de las obras de consolidación y mejora llevadas a cabo en el siglo XVII, realizadas a raíz de la canonización de San Isidro en 1622.

En esta reforma, la ermita fue ampliada con dos naves adicionales y dos construcciones adosadas, la sacristía y una casa junto al muro este. Es probable que el contrafuerte que aparece en la parte meridional también corresponda a esta época.

Localización


Vista del entorno de la ermita, a partir de una imagen aérea de 'Páginas Amarillas'.

La iglesia de Santa María la Antigua se ubica en la confluencia de la Calle del Monseñor Óscar Romero con el Camino del Cementerio. Está pegada a la tapia del Cementerio de Carabanchel, como puede verse en la parte superior de la imagen, muy cerca del solar de la desaparecida cárcel del mismo nombre, que aparece en la esquina inferior izquierda de la fotografía. Pese a su enorme valor histórico-artístico, el templo se encuentra en una zona sin pavimentar y fuertemente degradada.


Panorámica de Carabanchel en 1959. La ermita aparece a la derecha, con los muros enfoscados y pintados de blanco. A la izquierda puede verse la antigua cárcel, demolida en el año 2008.

Por favor, basta ya

miércoles, 17 de febrero de 2010

El Puente de Fuentidueña de Tajo

La arquitectura de hierro aplicada a la ingeniería de caminos, que floreció en el siglo XIX, se introdujo en nuestra región a través de Fuentidueña de Tajo y, además, por partida doble. En este municipio del sudeste madrileño se levantó en 1842 un puente colgante de hierro, reemplazado en 1868 por un puente viga, mucho más robusto que aquel, que aún sigue dando servicio a los habitantes de la comarca de Las Vegas, a la que pertenece el pueblo.


Puente viga sobre el Tajo (1868-1871).

Siendo justos, el primer puente de hierro construido tanto en la Comunidad de Madrid como en el conjunto español es el que se eleva sobre la ría del Jardín de El Capricho, en la capital. Data de 1830, con lo que se adelantó doce años al primitivo puente de Fuentidueña y quince al de Triana (1845-1852), de Sevilla, considerado el puente de hierro más antiguo entre los que aún se conservan en nuestro país.

Pero, por sus reducidas dimensiones y su naturaleza recreativa, alejada de los planteamientos de las grandes infraestructuras viarias, no se le suele reconocer su condición de pionero. Estamos, en cualquier caso, ante un curioso y sugerente antecedente, que sorprende por su línea sencilla y ligera, en la línea de los puentes venecianos.

Un poco de historia

Fuentidueña era un punto problemático en el viejo camino que unía Madrid con Castellón de la Plana, ya que, hasta que se hizo el primer puente, la única forma de cruzar el río Tajo era por medio de lentas e incómodas barcas. La citada vía, que ya aparecía citada en el Repertorio de todos los caminos, publicado por Juan de Villuga en 1546, fue incrementando su importancia con el paso del tiempo hasta ser declarada carretera de primer orden en el siglo XIX.

El primero de los puentes de Fuentidueña fue proyectado por la Sociedad de Puentes Colgantes, una empresa dirigida por el francés Jules Seguin (1796-1868), que se instaló en Madrid en 1840 con objeto de introducir su prototipo de puente colgante en España. La obra no duró mucho, porque, en enero de 1866, sucumbió ante una acción militar del General Prim, lo que obligó a recuperar el sistema de barcas para atravesar el río.

El Gobierno de la Nación, a través de la Dirección de Obras Públicas, procedió entonces a la construcción de un nuevo puente, no sin antes realizar las oportunas reclamaciones a la compañía de Seguin. Para evitar que se repitiera lo sucedido, se eligió un modelo arquitectónico completamente diferente, menos frágil que el de los puentes colgantes, que se habían demostrado demasiado vulnerables y costosos de mantener.

Hay que señalar que el estándar popularizado por la citada sociedad consistía en un tablero de madera colgado de cables y varillas verticales de hierro, cuyo sostén eran cuatro soportes movibles de hierro colado.

Finalmente, se optó por un puente de palastro, que es como en aquella época eran conocidos los puentes fijos de hierro o puentes viga, utilizando una terminología más actual. Se trata de estructuras de tramo recto, compuestas por dos o más vigas longitudinales, formadas por palastros o chapas planas de hierro forjado con sección en doble T.

Esta tipología tuvo una rápida expansión en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en las líneas de ferrocarril, gracias a sus avances técnicos y a la reducción de los costes económicos. En un número de la Revista de Obras Públicas publicado en el año 1873, se explican sus ventajas:

"A la economía que ofrecen los puentes de palastro, se une la facilidad de salvar, con ellos, grandes luces, sin necesidad de alterar el régimen de una corriente; la rigidez del sistema, su fácil conservación y la dificultad de que ocurran en ellos accidentes lamentables, todo, pues, coadyuva a la preferencia que este sistema ha merecido en lo que va de siglo".


Plano del puente, publicado en 1873 por la 'Revista de Obras Públicas', dos años después de su inauguración.

Descripción técnica

El actual Puente de Fuentidueña de Tajo fue proyectado por José de Echevarría. Las obras se extendieron desde 1868 hasta 1871 y corrieron a cargo de la compañía Eng. Imbert et Cie., que ganó un concurso al que concurrieron once empresas metalúrgicas. La vinculación de esta sociedad con Gustave Eiffel (1832-1923) ha llevado a la falsa creencia de que el ingeniero francés fue su autor.

Consta de un tablero continuo, que se eleva sobre dos vanos iguales de 31,61 metros cada uno, alcanzándose una longitud total de 65,2 metros de longitud, incluyendo los estribos. Su sección se compone de dos vigas de borde en celosía de 2,5 metros de canto, espaciadas 6 metros entre sí.



La anchura del puente es de 6 metros en el tablero y de 7,5 en los estribos. Sobre aquel discurre una calzada de 4 metros, reservada al tráfico rodado, así como dos aceras peatonales de un metro cada una, a los lados. La estructura se apoya en su punto central sobre dos columnas ahuecadas, que emergen del cauce, unidas por un panel de cruz de San Andrés, como puede verse en la imagen.

Más de veinte puentes de hierro en Madrid

La geografía madrileña esconde más de una veintena de puentes de hierro, la mayoría de ellos construidos en el último tercio del siglo XIX. Además del de Fuentidueña de Tajo, cabe destacar los de Arganda del Rey, Torrejón de Ardoz, Titulcia y Villaviciosa de Odón.

Duermen arrinconados en viejas carreteras, antaño de primer orden y hoy rebajadas a caminos secundarios, desplazados por el hormigón de las modernas autovías, ellos que asombraron al mundo con sus revolucionarias técnicas constructivas.


A la derecha se ve uno de los estribos del puente, que superan en un metro y medio la anchura total del tablero.

martes, 16 de febrero de 2010

La Fuente de los Tres Caños, de Villaviciosa de Odón



Villaviciosa de Odón posee un importante patrimonio artístico, del que destaca, sin lugar a dudas, su castillo-palacio de tiempos de los Reyes Católicos, aunque muy transformado con el paso del tiempo, principalmente durante las remodelaciones de los siglos XVI y XVIII.

Constituido en Real Sitio por orden del rey Fernando VI (1713-1759), fue una de sus residencias preferidas y el lugar donde pasó sus últimos días, sumido en una profunda depresión, tras la muerte de su esposa, la reina Bárbara de Braganza.

Pero no vamos a hablar de este notable edificio, ni de sus ilustres moradores, al menos por el momento. En nuestro afán por descubrir las pequeñas cosas, nos detenemos en una hermosa fuente del siglo XVIII, adosada a una pared de ladrillo, no muy lejos de la fachada principal del castillo.

Conocida como Fuente de los Tres Caños, tiene su propia leyenda, que asegura que quien beba del surtidor central se casará en breve con un vecino o vecina del pueblo. Hay que señalar que el citado caño es el de peor accesibilidad, de tal modo que habría que introducirse en el pilón para poder acercarse al mismo.

Leyendas aparte, el origen de la fuente no está del todo claro. No se sabe exactamente quién es su autor, aunque es muy probable que sea una obra del arquitecto Ventura Rodríguez (1717-1785), encargada por Fernando VI, que, como ya se ha apuntado, fue un enamorado del lugar.

Pese a ser la teoría más aceptada, también cabe pensar que pudo ser diseñada por Giovanni Battista Sacchetti (1690-1764), dentro de su proyecto de remodelación del castillo-palacio, realizado en 1739, a instancias de Felipe V (1683-1746). Esta posibilidad la apunta Guillermo Calleja Leal en su estudio El Castillo de Villaviciosa de Odón. Pabellón de caza de los Borbones. Según este autor, podría ser una de las dos fuentes murales que figuran en los planos del citado proyecto.

La fuente toma sus aguas (o, al menos, las tomaba) de un manantial situado en la Colina de la Atalaya, llamada así por una antigua torre-vigía, que fue demolida. Es neoclásica, si bien presenta reminiscencias herrerianas, en su gusto por las formas geométricas y la depuración de los volúmenes. Es probable que el autor rindiera un pequeño homenaje a Juan de Herrera, que restauró el castillo en 1584, imprimiéndole su inconfundible estilo.



Se encuentra empotrada en un muro de ladrillo visto y custodiada por cinco mojones enlazados con cadenas, que dibujan un semicírculo a su alrededor. Construida en sillares de granito abujardado, se corona con un frontón en forma de arco, donde descansa un escudo, del que falta la corona, al haber sido destruida. Como remate, hay instalados tres pináculos con bola, que dan verticalidad al conjunto. En la parte inferior, se ubica un pilón lobulado, sobre el que arrojan agua tres gruesos caños.

domingo, 14 de febrero de 2010

Una isla en el Manzanares



Ahora que tanto se habla de las playas proyectadas dentro del plan Madrid Río, vale la pena recordar que nuestra ciudad ya tuvo aire marinero.

La fantasía de tener zonas de baño en el Manzanares se hizo realidad en los años treinta del siglo XX, con dos piscinas emblemáticas: una metida en el cauce mismo del río, construida como si fuera un barco varado, sobre los lomos de una isla (decimos bien, una isla) y la otra surgida alrededor de un embalse, en el Monte de El Pardo. Sus nombres, la Piscina de la Isla y la Playa de Madrid, hace mucho que son sólo un recuerdo.

Hablaremos en este artículo solamente de la primera. Comenzamos con la isla sobre la que fue levantada, una construcción artificial, aunque no completamente, ya que se asentaba sobre una verdadera isla del río, como tal reflejada en la cartografía histórica de la ciudad, de aproximadamente 300 metros de largo por 20 de ancho.

Siempre se han puesto en cuarentena las islas que aparecen en el Manzanares en los antiguos planos de Madrid. Se ha considerado que eran exageraciones de los cartógrafos, que fantaseaban intentando enaltecer a nuestro pequeño río.

Aunque esto es así en la mayoría de los viejos mapas, en otros no cabe pensar en ningún tipo de recreaciones. Es el caso del célebre y acreditado plano de Pedro Teixeira, de 1656, cuyo rigor y precisión tanto han ayudado a conocer la historia de Madrid y en el que se pueden contabilizar hasta seis islas.

Tampoco deberían cuestionarse los planos de periodos posteriores, sobre todo los del siglo XIX, elaborados con técnicas muy depuradas y con escaso margen para la fantasía, donde también se dibuja un Manzanares con varias islas.

La presencia de islas en el río puede causar sorpresa, habida cuenta su escaso caudal. Pero no hay que olvidar que, en el Monte de El Pardo, poco antes de que el río penetre en el área urbana, se forman islas a partir de remansos, que la corriente rebasa, hasta configurarse otro brazo de agua.

La isla que nos interesa estuvo situada a escasos metros del actual Puente del Rey, aguas arriba. Siempre estuvo ahí, si nos fiamos del prestigioso plano de Teixeira y de los elaborados posteriormente (y no hay razones para no hacerlo).



Detalle del plano de Pedro Teixeira, de 1656, con la isla en la que, bastante tiempo después y con muchas transformaciones, se construiría una piscina pública.



La isla vuelve a aparecer en estos tres planos del siglo XIX, fechados en los años 1844, 1848 y 1870-73, respectivamente.

Seguramente era una isla diminuta y sucia, despreciada para cualquier iniciativa urbanística (no se podía esperar otra cosa de nuestro pequeño Manzanares). A pesar de su aspecto, consiguió llamar la atención de alguien, que la eligió como el insólito escenario para levantar una de las primeras piscinas públicas de Madrid y, convenientemente transformada, acoger una de las más bellas arquitecturas racionalistas que ha tenido la capital.

El primer tercio del siglo XX supuso el reencuentro de la ciudad con el Manzanares. En palabras del arquitecto Enrique Domínguez Unceta, "en ningún otro momento había dedicado Madrid tanta atención a su río", que no sólo fue saneado y encauzado (la primera canalización se llevó a cabo entre 1914 y 1925), sino que también fue objeto de un Plan General, redactado en 1930, en el que se contemplaba la creación de zonas de baño y otros equipamientos.



Primera canalización del río Manzanares, a la altura del Puente de la Reina Victoria. Siguiendo el cauce hasta el extremo de la imagen, se observa parcialmente la isla.

La Piscina de la Isla era una parte fundamental de esta ambiciosa actuación urbanística, junto con la ya mencionada Playa de Madrid, considerada, esta última, como la primera playa artificial de España. Las obras comenzaron en 1931, recién instaurada la Segunda República.

El conjunto fue diseñado por Luis Gutiérrez Soto, que hizo suyo el racionalismo arquitectónico imperante en la época, tomando como referencia el Club Náutico de San Sebastián, acabado un año antes. La isla utilizada como solar fue ampliada y acondicionada hasta modelar la forma de un gran buque varado, con su proa y popa, su babor y estribor.



Vista aérea de la Piscina de la Isla, donde se aprecia claramente su forma de buque. La zona boscosa de la izquierda es la Casa de Campo.



La Piscina de la Isla, en 1931, cuando se construyó. Puede apreciarse el desaparecido Palacio de los Vargas (a la derecha, en el centro) y, en la esquina superior izquierda, aparece la Estación del Norte, hoy convertida en centro comercial. También puede verse el Puente del Rey junto al extremo superior de la isla.









Las instalaciones eran de carácter privado y constaban de tres piscinas (dos exteriores, "en la proa y en la popa", y una interior), además de solarium, restaurante, bar, zona de juegos y gimnasio. El acceso se hacía a través de dos pasarelas peatonales, situadas en ambas orillas.

La piscina sufrió algunos destrozos durante la Guerra Civil, que fueron reparados durante los primeros años del franquismo. Estuvo dando servicio hasta febrero de 1954, cuando fue derribada con motivo de las obras de la segunda canalización del Manzanares. La isla que le servía como base también fue eliminada, ya que constituía un obstáculo para el nuevo sistema de exclusas proyectado.



Fotografía aérea de Madrid en 1943. En este año la isla aún no había desaparecido, como puede apreciarse en la parte central izquierda de la foto (para ampliar la imagen, haga click sobre la misma).

El buque varado en medio del Manzanares desapareció para siempre y la historia de reencuentro de la ciudad con su río comenzó a enfriarse, hasta romperse por completo a raíz de la construcción de la M-30, en los años setenta del siglo XX. Con el soterramiento de esta autopista en 2007, el río empieza otra vez a ser considerado, pero queda por ver cómo será la reconciliación.



Plano del entorno de la isla, en la placa instalada en la Glorieta de San Vicente en el año 2009, dentro del proyecto Madrid Río.