lunes, 26 de julio de 2010

El Puente de Capuchinos

El Puente de Capuchinos es uno de los puentes más desconocidos de la ciudad de Madrid. Su ubicación periférica, en El Pardo, en un enclave dominado por la vegetación de ribera, que dificulta enormemente su visibilidad, ha contribuido a su olvido.



El puente fue diseñado por el arquitecto Francesco Sabatini (1722-1797), en el contexto de las ordenaciones urbanísticas desarrolladas en el Real Sitio, en el último tercio del siglo XVIII. Sin embargo, la estructura que ha llegado hasta nosotros no es la original, sino que data del segundo tercio del siglo XX.

A Sabatini se debe el aspecto actual del Palacio Real de El Pardo, ampliado y reformado en el año 1772, por orden del rey Carlos III (r. 1759-1788). Pero antes de esta fecha, en 1769, el monarca le encomendó la construcción de la Casa de Infantes, proyecto en el que se enmarcaba la realización de un puente sobre el Manzanares. 

El citado edificio, que ya no existe, se encontraba cerca del solar que hoy día ocupa la Iglesia de la Virgen del Carmen, a medio camino entre el palacio y el río.

Debido a la proximidad del cauce, Sabatini se vio obligado a intervenir en el mismo, con la creación de un muro de contención, en prevención de posibles riadas, y del puente que ocupa nuestra atención, al que dotó de unas calzadas de descenso hasta el río. Los trabajos finalizaron en 1785, ya sin la intervención de Francesco Sabatini.

El puente primitivo, en 1901.

Lamentablemente, nada queda de todo aquello. El puente que podemos ver hoy día se construyó de nueva planta en el año 1961, dentro de las obras de acondicionamiento llevadas a cabo en el entorno de El Pardo, durante la dictadura franquista.

Aunque se intentó mantener su estilo primitivo, se incorporaron toques característicos de la arquitectura de la Casa de Austria, como es el empleo del ladrillo visto, al tiempo que se rebajaron los arcos originales.

Con todo, la principal alteración fue la reducción de la longitud original, con la dramática eliminación de tres de los seis ojos concebidos por Sabatini. No ocurrió lo mismo con el ancho, que fue aumentado sustancialmente, para adaptarlo a las necesidades del tráfico rodado.



Arriba, el puente original en una fotografía de Josep Salvany, del año 1915. Abajo, en una postal antigua.


Descripción

El Puente de Capuchinos toma su nombre del convento popularmente conocido como el Cristo de El Pardo, regentado por la referida orden religiosa, que se encuentra en sus inmediaciones. 

Se sostiene sobre tres arcos de medio punto rebajados, con dovelas regulares. Los ojos se apoyan en pilas de planta rectangular, con tajamares cónicos, tanto aguas arriba como aguas abajo, en la línea de los utilizados en la segunda mitad del siglo XVIII.

El puente actual en 1961, recién inaugurado.

Estos elementos arquitectónicos se hallan en un plano muy superior al de la corriente, debido al notable descenso que ha sufrido el cauce con el paso de los años, sobre todo a raíz de la construcción del Embalse de El Pardo en 1970.

Debe tenerse en cuenta que el río, al estar regulado por este pantano, ve limitada su capacidad de sedimentación, lo que ha favorecido la socavación del cauce.

Por esta razón, las pilas y los estribos tuvieron que ser recalzados, al tiempo que se instalaron zarpas de hormigón en los vanos, necesarias para sortear la corriente y hacer frente a posibles riadas.

Los materiales empleados en la fábrica son piedra de granito y ladrillo visto, además de hierro forjado, reservado para las barandillas de protección ubicadas a ambos lados del tablero.



'Vista de El Pardo y Real Sitio de El Pardo'. Anónimo español del siglo XVIII (Biblioteca Nacional de España). El primitivo Puente de Capuchinos aparece a la izquierda (en la imagen inferior, puede verse con mayor detalle).



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martes, 20 de julio de 2010

'Los portadores de la antorcha'

Llegamos a la Ciudad Universitaria, en busca de una de las esculturas urbanas más hermosas que tenemos en Madrid y lo que nos encontramos es un monumento fuertemente degradado.



Éste es el lamentable aspecto que presenta Los portadores de la antorcha, obra de la escultora estadounidense Anna Hyatt Huntington (1876-1973), gran amante de la cultura española, quien decidió donarla a la Villa de Madrid en el año 1955.

La escultura preside la Plaza de Ramón y Cajal, custodiada por tres de los edificios más simbólicos de la Universidad Complutense: la Escuela de Estomatología, la Facultad de Medicina y la de Farmacia.

Ahí se encuentra desde el 15 de mayo de 1955, cuando fue inaugurada en presencia de la autora y de su marido, Archer Hungtinton (1870-1955), fundador de la Hispanic Society of America.

Por ella han desfilado varias generaciones de estudiantes, que han protagonizado numerosos actos de protesta, manifestaciones y revueltas, algunas especialmente dramáticas.

Pero sólo ahora, cuando se supone que la sociedad española ha alcanzado sus máximos niveles de desarrollo cultural y económico, es cuando ve amenaza su integridad.

Aunque ya hemos perdido toda capacidad de sorpresa, ello no hace disminuir nuestra profunda tristeza y preocupación. ¿Cómo es posible que los llamados grafiteros actúen con tanta impunidad? ¿Cómo es posible tanto desprecio por las obras de arte? ¿Cómo es posible que se produzcan atropellos de este tipo, más aún en el seno mismo del mundo universitario?

No se trata de algo nuevo. Antes que nosotros, otros muchos alertaron sobre el estado de conservación de la estatua. Así lo hicieron, por citar sólo dos ejemplos, la enciclopedia Ars Summum y el articulista Manuel Blas, que denunciaron los hechos en otoño de 2009, en sus respectivas páginas web. Es decir, que la historia viene de muy largo.

Y, sin embargo, las autoridades consienten que el monumento permanezca en estas tristes condiciones. Sin ninguna voluntad para reparar los daños, ni, mucho menos, para tomar medidas preventivas, como pueda ser la instalación de cámaras de vigilancia.

Mientras no exista sanción social, los energúmenos de los espacios públicos cabalgarán con plena libertad. Y mucho nos tememos que seguirán haciéndolo durante mucho tiempo, porque el problema no es circunstancial, sino que tiene un calado mucho mayor, al afectar a todo un sistema de valores y al modelo educativo.



Descripción

Anna Hyatt Hungtinton estuvo trabajando en este proyecto entre 1950 y 1954, al que bautizó, en un primer momento, como The Torch (La antorcha).

La obra está planteada como un homenaje a la civilización occidental y a la permanencia de sus valores a lo largo de la historia. De ahí su aire claramente épico, acorde con la trascendencia del tema abordado, y su factura clasicista, como así se pone de manifiesto en el hecho de que las figuras aparezcan desnudas. El material empleado es el aluminio.

Un anciano agonizante yace en el suelo, mientras un joven jinete intenta refrenar su caballo para recoger la antorcha que aquel le entrega, no sin muchas dificultades. Mediante esta heroica escena, con una fuerte carga simbólica, se representa la transmisión, generación a generación, del saber y del conocimiento.

Con respecto al pedestal, se trata de una plataforma circular de piedra de granito, en la que hay instalada una inscripción de bronce con la siguiente leyenda, en español y en inglés:

"El hombre lleva la sagrada antorcha de la fidelidad por las candentes arenas del desierto de los tiempos. La mujer lleva la maternidad como antorcha sublime en su camino. Con ambas luces llevan a su término la incansable tarea de las almas, hasta la eterna puerta de los cielos, ante del gozo de Dios arrebatados."

En un principio, se pensó en colocar la escultura en el Parque de El Retiro, pero, por tratarse de una alegoría del conocimiento, finalmente se determinó que la Ciudad Universitaria era un entorno mucho más apropiado. Consideración que, a la vista del estado en el que se encuentra actualmente el monumento, se ha convertido en una triste paradoja.


Vista de la escultura en mayo de 2006, limpia de grafitis (fotografía de J. L. de Diego, en Madripedia).

Existen tres copias de Los portadores de la antorcha, todas ellas realizadas en bronce. Dos están en los Estados Unidos, en concreto en la Universidad de Carolina del Sur y en el Discovery Museum de Bridgeport (Connecticut). La tercera fue instalada en Valencia en el año 1964.

jueves, 15 de julio de 2010

La iglesia del Teologado de los Padres Dominicos

Nos dirigimos a Alcobendas, donde visitamos la Iglesia de San Pedro Mártir, obra maestra de Miguel Fisac (1913-2006) e icono del proceso de modernización experimentado por la arquitectura española en la segunda mitad del siglo XX.

Se trata del templo del Teologado de los Padres Dominicos, un complejo conventual proyectado en 1955 y construido entre 1959 y 1960. Se encuentra en el kilómetro 7 de la autopista A-1, muy cerca del nuevo barrio de Sanchinarro.



Lo que más llama la atención de este edificio es su singular planta, constituida por dos hojas de parábola enfrentadas, que configuran una especie de pajarita asimétrica. Se crean así dos naves, cuyo punto focal es el presbiterio o altar mayor, ubicado en la parte más estrecha.

Miguel Fisac llegó a este diseño como respuesta a un problema de tipo espacial, que siempre se ha dado en las iglesias de los conventos y monasterios, ante la necesidad de diferenciar dos grandes áreas, una para uso de los clérigos y otra para los seglares.

La típica solución de destinar el coro a los primeros y la nave a los segundos no podía aplicarse en este caso. Debe tenerse en cuenta que se estaba edificando el teologado más importante de España, donde se iba a concentrar un elevado número de religiosos, que precisaban un espacio mucho más amplio que un simple coro.

En la propuesta de Fisac, el presbiterio se convierte en la estancia donde los dos ámbitos confluyen. Al fondo del mismo, ocupando la sección de menor superficie, se extiende la parte reservada a los monjes, mientras que la nave de uso público se ubica delante del altar, en un plano más bajo.


Fotografía aérea de Bing, en Paginas Amarillas, donde se aprecia la planta del templo.

Todo ello crea un aire muy escenográfico, que queda subrayado por la estudiada iluminación interior, conseguida a partir de la luz natural, sin duda alguna, uno de los grandes atractivos del conjunto.

El presbiterio recibe la luz directamente desde arriba, a través de un pseudo-cimborrio y de una serie de ventanales superiores, abiertos a los lados, que proporcionan una tonalidad dorada.

Esta procedencia cenital crea el efecto de que la luz cae verticalmente, deslizándose sobre el Cristo que preside el altar, realizado por Pablo Serrano (1908-1985).

La talla parece estar flotando en el aire, gracias al sugerente sistema de sujeción ideado por Fisac, consistente en unos finos cables de acero, que cuelgan del techo.




Fotografías de Moncho Rey, en Flickr.

Por su parte, las dos naves se iluminan mediante diferentes vidrieras colocadas en los muros, que filtran la luz en tonos rojos, para la zona de los clérigos, y azules, para la seglar.

La torre del campanario es otro elemento a destacar. Está formada por una estructura de hormigón abierta, de tal modo que la escalera de caracol que recorre su interior queda completamente al descubierto.

En lo alto de la torre hay instalado un adorno metálico, consistente en una maraña de hierros que envuelve una cruz.



Agradecimiento especial

Queremos agradecer a Moncho Rey que nos haya permitido publicar las fantásticas fotografías correspondientes al interior de la Iglesia de San Pedro Mártir. En Flickr podéis encontrar otras fotografías suyas.

martes, 13 de julio de 2010

La puerta del Santuario de Nuestra Señora de Valverde



Buscando las otras puertas de Madrid, llegamos al Distrito de Fuencarral-El Pardo y, más en concreto, al kilómetro 12 de la Carretera de Colmenar Viejo.

Aquí hallamos una espléndida puerta dieciochesca, que sirve de entrada al conjunto monumental del Santuario de Nuestra Señora de Valverde, formado, además de por este templo, por otros tres edificios de interés histórico-artístico: una pequeña capilla, consagrada a la Virgen de Guía, un monasterio dominico y un palacete, que fue propiedad de los Marqueses de Murillo.

Todo ello ha sido objeto de diferentes restauraciones en los siglos XX y XXI, que han conseguido detener el proceso de arruinamiento que estaba afectando al recinto. Las primeras se llevaron a cabo en 1982 y las más recientes, que resultaron definitivas, entre 2002 y 2005.

Durante estos últimos trabajos, el monasterio y la residencia palaciega fueron adaptados como sedes de diferentes servicios públicos, entre ellos un Aula de Interpretación de la Naturaleza, dedicada al Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares y al Monte del Pardo, que se encuentran muy cerca.

El lugar posee una larga historia. Existió una primitiva ermita de origen bajomedieval, que fue transformada en santuario hacia 1600, según un proyecto del arquitecto Francisco de Mora.

En el primer tercio del siglo XVIII, los Marqueses de Murillo promovieron la construcción de nuevos edificios, al tiempo que auspiciaron otras dos remodelaciones del templo, una en 1720 y otra en 1770, ambas firmadas por Fausto de Manso.

Es muy posible que la puerta que ocupa nuestra atención fuera levantada durante la intervención arquitectónica llevada a cabo en el año 1720, como así avala su trazado, que entra en correspondencia con el barroco evolucionado de la época.



Descripción

La puerta está configurada por cinco arcos de medio punto, cerrados con rejas de hierro forjado, de los cuales el central es el único que cumple la función de entrada. Éste no sólo tiene un tamaño mayor, sino que también destaca por su complejidad arquitectónica.

Tal extremo se percibe especialmente en la parte superior, con un claro predominio de las líneas curvas. Así, el arco principal aparece coronado con un singular frontón, en el que se abre una oquedad con forma de óvalo, a modo de hornacina. Aquí hay alojada una pequeña escultura religiosa.

Todo ello se acompaña de las típicas orejeras del barroco madrileño, instaladas a ambos lados, a los pies del frontón.

Con respecto a los otros arcos, están concebidos como si fueran los vanos de una cerca, de tal manera que no es posible acceder a través de ellos, al funcionar como ventanas.

El conjunto está realizado enteramente en sillería de granito. Se remata con un total de siete pináculos de piedra, tres de ellos colocados sobre el arco central.



Artículos y enlaces relacionados

La serie "Las otras puertas de Madrid" consta de estos otros reportajes:
- La Puerta de la Huerta de la Salud
- La Puerta del Labrador
- Las puertas del Palacio del Infante
- Cuatro puertas fuera de contexto
- La Puerta de Felipe IV
- La Puerta Real

El blog "Palomitas de Madrid" publicó en febrero de 2010 el estupendo artículo El Santuario de Nuestra Señora de Valverde, con diferentes fotografías de todos los edificios que conforman el conjunto monumental.

jueves, 8 de julio de 2010

El templete de la Red de San Luis


Fotografía: Mancomunidade de Vigo.

Traspasamos los límites de nuestra comunidad autónoma y llegamos hasta el municipio pontevedrés de Porriño, en busca de un pedacito del Madrid de principios del siglo XX.

Por increíble que parezca, aquí se encuentra el templete que, durante más de cincuenta años, sirvió de entrada a la estación de metro de la Red de San Luis (actualmente, Gran Vía).

Este acceso abrió sus puertas en 1919, coincidiendo con la inauguración de la primera línea del transporte metropolitano. Fue diseñado por el gran arquitecto Antonio Palacios (1874-1945), a quien los madrileños debemos edificios tan simbólicos como el Palacio de las Comunicaciones, el Hospital de Maudes o el Círculo de Bellas Artes, imprescindibles en el paisaje urbano de nuestra ciudad.

El 6 de diciembre de 1969 el templete de la Red de San Luis dejó de funcionar. Permaneció en la Gran Vía hasta 1970, año en el que el alcalde Carlos Arias Navarro (1908-1989) ordenó su desmontaje.

En 1971 fue donado al Ayuntamiento de Porriño, por ser la ciudad natal de Antonio Palacios, donde fue colocado en un pequeño parque público.

No se conserva completo, ya que han desaparecido varios elementos, entre ellos la marquesina de hierro y cristal, una de las piezas de mayor valor arquitectónico del primitivo conjunto.


El templete el día 6 de diciembre de 1969, cuando fue clausurado.

Descripción

El templete estaba ubicado en la confluencia de la Calle de la Montera con la Gran Vía. Se trataba de una pequeña estructura de planta rectangular, con un cierto aire monumental y con una notable influencia art decó.


Fachada norte.

En la fachada septentrional, la que estaba enfrentada a la Gran Vía, quedaba la entrada al metropolitano, mientras que en la orientada al sur, que daba a la Calle de la Montera, estaba situada la salida.

Dos ascensores (originalmente era uno) y una escalera de bajada se encargaban de canalizar el tránsito de unos 30.000 viajeros diarios, según las estadísticas de la época.

Para proteger a los pasajeros de las inclemencias meteorológicas, Palacios instaló una marquesina de forja, con piezas acristaladas, que recorría el templete por todos sus lados, menos por el meridional. Estaba dispuesta en un plano inclinado, como si fuese una gran visera.


Fachada sur.

La salida estaba enmarcada por un arco de medio punto, con dovelas en forma de estrella y dos pilastras rematadas con bolas de piedra custodiando los lados.

En la coronación, descansaba un entablamento rectangular con adornos escultóricos, que portaba una inscripción con la palabra "Metro". Todo ello estaba hecho en sillares almohadillados de granito.

Ni fuente, ni templete

Una vez que el templete fue desmantelado y llevado a Galicia, su solar fue ocupado por una fuente circular, que estaba adornada con unas esculturas de aves, hechas en metal, popularmente identificadas como cisnes. Fueron realizadas por Gerardo Martín Gallego y tenían la particularidad de que movían sus alas.

La fuente, que ya había quedado mutilada con la eliminación de los citados grupos escultóricos, fue definitivamente retirada de este emplazamiento en el año 2009, con motivo de las obras de peatonalización de la Calle de Fuencarral y de la Red de San Luis.

Se dijo que, en su lugar, iba a construirse una réplica moderna del templete de Antonio Palacios, que seguramente cumpliría la función de Oficina de Turismo. Pero llegó la crisis y el proyecto quedó paralizado.

Así que, a falta de pan, el Ayuntamiento de Madrid no dudó en convertir la explanada de la Red de San Luis en una desoladora extensión de granito, en la línea a la que nos tiene acostumbrados, a la vista de sus últimas intervenciones urbanísticas.

Así lo hemos podido comprobar con la reformas de la Puerta del Sol, de la Plaza de Santa Bárbara, de la Carrera de San Jerónimo o de la Plaza del Callao, por señalar sólo algunos enclaves, todos ellos bajo el síndrome del granitazo.


La Red de San Luis en una postal de 1972, con la desaparecida Fuente de los Cisnes en primer término.


Aspecto de la Red de San Luis en julio de 2010, un año después de que se retirara la fuente.

El templete de Sol

Hubo otro templete en la Puerta del Sol, obra también de Palacios, con un planteamiento muy similar al de la Red de San Luis. Compartía con éste la misma tipología de marquesina, aunque, en este caso, colocada en un plano horizontal y no inclinado.

Fue demolido en 1933, en virtud de una orden de la Dirección General de Ferrocarriles, fechada el 7 de abril, en la que se exigía a la Compañía Metropolitana de Madrid el cumplimiento de una serie de condiciones técnicas.

Aunque esta disposición también afectaba al acceso de la Red de San Luis, éste consiguió salvarse, después de que el ingeniero Miguel Otamendi (1878-1958), uno de los impulsores del metro madrileño, se entrevistara con el ministro de Fomento.

Fruto de aquel encuentro fue la realización de diferentes mejoras, entre ellos la instalación de un segundo ascensor, que prolongaron la vida del templete de la Gran Vía hasta el año 1969.


Templete de la Puerta del Sol.

martes, 6 de julio de 2010

La Puerta de la Huerta de la Salud

Nos dirigimos al Distrito de Hortaleza, concretamente al Parque Huerta de la Salud, para visitar la puerta del mismo nombre, que fue erigida a mediados del siglo XVIII.


Cara septentrional.

Llama la atención hallar una puerta de tipo monumental tan lejos del centro histórico, pero debemos tener en cuenta que su actual configuración, a modo de entrada triunfal, es el resultado de una reciente intervención arquitectónica, que modificó significativamente su trazado inicial, su emplazamiento y su estilo artístico.

Historia

La puerta se levantó en el año 1749 como acceso de la quinta del Cristo de la Salud, que perteneció a los Duques de Frías. Se trataba de una hacienda concebida para el ocio y el esparcimiento de sus propietarios, en la línea de las muchas existentes en el siglo XVIII en la periferia de Madrid, casi todas ellas en manos de la nobleza.


Imagen antigua, donde se aprecian las distintas inscripciones de la puerta.

El uso recreativo que se le daba a la finca queda patente en la inscripción que hay grabada en el dintel de la puerta, donde figura la siguiente máxima del poeta latino Ovidio: GAUDIA SUNT NOSTRO PLUSQUAM REGALIA RURI / URBE HOMINES REGNANT VIVERE RURE DATUR / AÑO DE 1749 (aunque los hombres reinan en las ciudades, sus mejores gozos residen en la vida campestre).

A finales del siglo XIX, la quinta fue adquirida por Pedro Tovar Gutiérrez, notario, abogado y concejal del Ayuntamiento de Madrid, quien la transformó en un complejo agrícola-industrial, dándole el nombre de Huerta de la Salud, que es el que se mantiene en la actualidad.

El nuevo propietario dejó constancia de los cambios realizados colocando una placa conmemorativa en el frontal de la puerta, justo encima de la primitiva inscripción de los Duques de Frías. En ella puede leerse la siguiente leyenda: HUERTA DE LA SALUD / REEDIFICADA EN 1894.

Las construcciones que ya existían en la finca fueron adaptadas a su nueva función industrial, al tiempo que se levantaron otras instalaciones, como silos, graneros y establos. Con respecto a la puerta, quedó integrada dentro de un edificio de nueva creación, lo que alteró parcialmente su diseño original.


La puerta en 1979, cuando todavía formaba parte de un edificio.

Todo ello fue derribado en el último cuarto del siglo XX. El solar fue aprovechado para levantar el actual Parque Huerta de la Salud, varios bloques de viviendas y diversos equipamientos públicos.

Sólo se salvaron un silo, que se utiliza como sala de exposiciones, y la puerta que ocupa nuestra atención, convertida en una de las principales señas de identidad no sólo del parque, sino de todo el distrito.

Descripción

La puerta presenta en la actualidad un aire triunfal que nunca tuvo, fruto de los trabajos llevados a cabo en 1999, cuando fue sacada del edificio en el que estaba encajada y llevada, como un conjunto independiente, a una explanada del Parque Huerta de la Salud.

Con tal fin fueron incorporados elementos arquitectónicos completamente nuevos, ya que la puerta no fue diseñada para estar aislada, sino como parte integrante de una cerca, que, como se acaba indicar, dejó paso más adelante a una edificación.

Con todos estos añadidos, se limó la apariencia tardobarroca que la puerta tuvo cuando que fue construida, adoptándose un aire netamente neoclásico.

Pese a los esfuerzos realizados y los loables intentos de recuperación, el resultado final es un cierto efecto de desestructuración. Extremo que se aprecia, sobre todo, en la cara septentrional, donde precisamente están colocadas las piezas originales del siglo XVIII. Éstas son las jambas delanteras, los capiteles moldurados, el dintel con inscripción y el frontón triangular.

Aunque se ha respetado fielmente la disposición que tuvieron en sus orígenes, sus dimensiones no parecen las adecuadas en el contexto actual, con una estructura mucho más grande que antes, al haberse añadido dos cuerpos laterales.

El frontón, en concreto, resulta demasiado pequeño teniendo en cuenta el ancho y alto que ahora mismo presenta la puerta (6,30 x 5 metros, respectivamente).

Todo ello resta esbeltez al monumento, sin que los remates decorativos incorporados, dos piñas de piedra situadas a ambos lados del frontón, corrijan la sensación de mole que finalmente se transmite.


Cara meridional.

La cara meridional es de nueva factura y, tal vez por ello, resulta algo más armónica. Se trata de una fachada de sillares almohadillados, enmarcada por dos medias columnas dóricas, que sostienen un entablamento simplificado.

En cuanto a la fábrica, se ha empleado mayoritariamente sillería de granito, acompañada de piedra de caliza y mármol blanco.

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sábado, 3 de julio de 2010

Tal día como hoy nacía Ramón Gómez de la Serna

Hoy, sábado 3 de julio, se cumplen 122 años del nacimiento del escritor Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), un madrileño universal, cuya figura, inexorablemente ligada a las vanguardias del primer tercio del siglo XX, aún nos sigue sorprendiendo.

Su obra literaria queda materializada en una escritura sintética y fragmentada, cargada de imágenes, intenciones humorísticas y juegos metafóricos, rasgos que alcanzan su máxima expresión en el género de las greguerías, que él mismo alumbró.

Pero su legado no se limita al centenar de libros salidos de su puño y letra, sino que se extiende a su propio personaje, que fue modelando a lo largo de toda su vida, como si se tratara de un soporte artístico, al compás de un constante afán de experimentación.

Estuvo en permanente contacto con los movimientos vanguardistas del periodo de entreguerras y los introdujo en España por la puerta grande, logrando el reconocimiento de los intelectuales de la época y convirtiéndose en la referencia indiscutible de las generaciones de escritores que vendrían después, como su gran maestro y mecenas.

Fue, además, un madrileñista a ultranza e, incluso, se permitió el lujo de reinventar el rancio costumbrismo que pesaba sobre nuestra ciudad. Madrid siempre estuvo presente en su obra, como así ponen de manifiesto los numerosos libros que dedicó a la capital.

Entre ellos, cabe citar El Rastro (1915), Toda la historia de la Puerta del Sol (1920), Toda la historia de la Calle de Alcalá (1920), El Prado (1920) o Nostalgia de Madrid (1956), este último escrito desde su exilio en Buenos Aires.

Rendimos homenaje a Ramón Gómez de la Serna visitando algunos de los lugares de Madrid que marcaron su vida y su obra, así como la fuente monumental que preside la Plaza de Gabriel Miró, que fue levantada en su honor.

Su casa natal



Ramón Gómez de la Serna nació en la Calle de las Rejas (actualmente, de Guillermo Rolland), en pleno barrio de Palacio, muy cerca del Senado y del Monasterio de la Encarnación.

La vivienda donde vino al mundo aún se conserva y en ella hay instalada un lápida conmemorativa, inaugurada en 1949, a partir de una iniciativa del Ayuntamiento de Madrid.

Antes de emanciparse de sus padres, el escritor también vivió en la Cuesta de la Vega, en la Corredera Baja de San Pablo, en la Calle de Fuencarral y en la Calle de la Puebla, donde montó el primero de sus singulares despachos.

Sus despachos


Despacho del Torreón de Velázquez.

Al margen del hogar parental, la primera casa que tuvo Ramón Gómez de la Serna fue la situada en el número 4 de la Calle de Velázquez, que él llamó el Torreón de Velázquez.

Aquí estuvo el más célebre de sus despachos, salas de trabajo convertidas en abigarrados museos, donde acumulaba todo tipo de objetos, entre ellos, la popular muñeca de cera con la que el escritor aparece en diferentes fotografías.

Hubo otro despacho en el número 38 de la Calle de Villanueva, donde Ramón se trasladó hacia 1930. Fue su último domicilio madrileño.


Despacho de la Calle de Villanueva.

El Café del Pombo

Ramón Gómez de la Serna puso sus ojos en un modesto establecimiento del número 4 de la Calle de Carretas, denominado Antiguo Café y Botillería del Pombo, para fundar en 1912 la que puede ser considerada como la tertulia más importante y seguida en la historia de Madrid.


'La tertulia del Café del Pombo', de José Gutiérrez Solana (1920). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.


Bautizada como la Sagrada Cripta del Pombo, la tertulia se celebraba los sábados por la noche, una vez terminada la cena. Los contertulios se reunían en el sótano, a luz de gas y sin calefacción, y era frecuente que les dieran las tantas de la madrugada. Se mantuvo hasta el año 1937.

Plaza de Gabriel Miró

En esta plaza ajardinada, ubicada en Las Vistillas, se encuentra una fuente monumental dedicada al escritor madrileño, que fue colocada en 1972. 

Consiste en un pilón circular de 5,5 metros de diámetro, en cuyo centro emerge un grupo escultórico de bronce, obra de Enrique Pérez Comendador (1900-1981). 

La estatua de una mujer desnuda con los brazos en alto y mirando al frente domina todo el conjunto. Se apoya sobre un bloque de figuras alusivas a la vida y obra de Ramón Gómez de la Serna, tales como una lira, una máscara teatral, diferentes libros, una esfera armilar, un arco y una flecha, una pipa, varias plumas estilográficas... y un cántaro, del que mana agua, arrojándola al pilón.

Todo ello rodeando un medallón, instalado en el frontal, en el que aparece el rostro del escritor, esculpido en altorrelieve.

Detrás de la fuente, hay una estructura arquitectónica en forma de rotonda. Posee dieciséis puntos de apoyo, sobre los que descansa un tejadillo de pizarra. Siguiendo la tónica de numerosos monumentos y elementos urbanos madrileños, se encuentra llena de grafitis, al tiempo que se ha convertido en un refugio para indigentes.