lunes, 30 de agosto de 2010

El Puente de Taboada



Fotografía: Viviendo Madrid

La entrada de hoy está dedicada al Viaducto del Lozoya, más conocido como Puente de Taboada, una de las obras de ingeniería más singulares levantadas en la región madrileña en el primer tercio del siglo XX.

Llegamos a este impresionante viaducto ferroviario, animados por Jaime y Lucía, autores del blog Viviendo en Madrid, quienes tuvieron la oportunidad de visitarlo a finales de julio, según dejaron constancia en un estupendo artículo.

En realidad, todas las fotografías que se ilustran en este reportaje son de ellos (muchas gracias, compañeros). Nosotros simplemente nos limitamos a ponerles algo de texto, con la humilde intención de aportar algo de documentación, ya que no hay mucho publicado al respecto.

Contexto histórico


Fotografía: Viviendo Madrid

El viaducto está situado sobre el río Lozoya. Se encuentra en el vértice septentrional de la Comunidad de Madrid, dentro del término de Gargantilla del Lozoya y Pinilla de Buitrago, que, pese a tratarse de dos pueblos diferenciados, están integrados dentro del mismo municipio.

Fue una de las primeras infraestructuras terminadas del Ferrocarril Directo Madrid-Burgos, que nació con la pretensión de reducir cerca de 100 kilómetros la distancia que separaba a ambas capitales.

Hasta entonces, la única posibilidad de llegar en tren a Burgos desde Madrid era pasando por Valladolid, a través de la línea férrea que, desde 1864, explotaba la Compañía del Norte.

El Ferrocarril Directo fue proyectado por el ingeniero Emilio Kowalski Carón en el año 1926, durante la Dictadura de Miguel Primo de Rivera. Formaba parte del Plan Guadalhorce, un ambicioso plan de obras públicas, llamado así por el ingeniero Rafael Benjumea y Burín, Conde de Guadalhorce y Ministro de Fomento entre 1925 y 1930.

A pesar de que las distancias entre las dos ciudades se recortaron sustancialmente, pasando de 369 a 284 kilómetros, el ferrocarril Madrid-Burgos nunca ha pasado de ser una línea secundaria dentro de la red de RENFE, como demuestra el hecho de que nunca se haya procedido a su electrificación y su escasísima frecuencia de trenes.

Descripción


Fotografía: Viviendo Madrid

El Puente de Taboada fue diseñado en 1928 por Kowalski. Se trata de una soberbia estructura de hormigón, recubierta con falsos sillares, de planta ligeramente curvada, con 240 metros de longitud y una cota de vía de 1063,10 metros.

Sus apoyos los forman 16 enormes arcos de medio punto, de 12 metros de luz cada uno y una altura máxima de 45 metros. Existe otro arco más, de configuración apuntada, que se abre directamente sobre el cauce del Lozoya y sobre el que se sostienen los dos arcos centrales.

Hubo un proyecto anterior, redactado en 1926, consistente en un único arco de 50 metros de luz, con el que se salvaban las aguas del río. Pero al final se optó por la audaz solución que ha llegado hasta nosotros, ya que se adaptaba mejor a las modificaciones de trazado introducidas por el propio Kowalski, una vez que las obras dieron comienzo.

El viaducto se construyó en el punto kilométrico 74 de la línea ferroviaria, allá donde iban a confluir los tramos Río Lozoya-Somosierra y Madrid-Río Lozoya, que se ejecutaron en periodos de tiempo muy dispares y con importantes cambios sobre el plan inicialmente previsto.

Todo ello generó un problema a la hora de encajar las dos secciones, ya que el puente, que había sido concebido como el punto de unión de ambas, terminó quedando fuera del trazado definitivo, al haberse concluido mucho antes.

Para no incurrir en nuevos costes, se decidió finalmente preservar el viaducto y rectificar el recorrido de las vías. La existencia de una pronunciada curva y de una contracurva en las inmediaciones del puente tiene su explicación en este dato.

Por los mismos motivos, también se barajó la posibilidad de alterar la cota de la vía, haciéndola subir unos tres metros. Esta idea acabó desestimándose, si bien fue necesario realizar algunos retoques en el tablero, así como un reforzamiento de las pilas, según lo aprobado en 1936.


Fotografía: Viviendo Madrid

Sea como sea, el viaducto se ha convertido en un destacado hito de la comarca de la Sierra Norte y en un lugar de referencia para los amantes de los deportes de riesgo, que, como el puenting, llevan practicándose en este enclave desde hace varios lustros.

Artículos relacionados

Puentes sobre el río Guadarrama:
- El Puente Nuevo (Galapagar, Torrelodones)
- El Puente del Retamar (Las Rozas de Madrid, Galapagar)
- El Puente de Hierro (Móstoles, Villaviciosa de Odón)

jueves, 26 de agosto de 2010

La Iglesia de San Bernabé, de El Escorial


Fuente de la imagen: Archidiócesis de Madrid

Si existe algún estilo propio y característico de la Comunidad de Madrid, ése es sin duda el herreriano. Llamado inicialmente estilo desornamentado, por su insistencia en las formas geométricas limpias y depuradas, se fue forjando a lo largo de los más de veinte años que duraron las obras del Real Monasterio de El Escorial (1563-1584).

De allí saltó a los pueblos de la vertiente meridional de la Sierra de Guadarrama, que, al auspicio de las ayudas concedidas por la Corona, reformaron sus edificios principales a partir de las trazas definidas por Juan de Herrera. Pasó después a Madrid, donde se convirtió en la arquitectura oficial de los Austrias, para finalmente expandirse por toda España.

La lista de localidades madrileñas con construcciones herrerianas es tan extensa como desconocida. Galapagar, con el Puente Nuevo, Torrelodones, con la Fuente del Caño y el desaparecido Real Aposento, Valdemorillo, Colmenarejo y Navalagamella, con sus respectivas iglesias parroquiales, son algunas muestras de la rápida propagación que tuvo esta corriente en el último tercio del siglo XVI.

Incluso en el propio ámbito del Real Sitio de El Escorial, donde se alza la imponente silueta del monasterio, encontramos otros magníficos ejemplos de arquitectura herreriana, que han quedado ensombrecidos por la excelencia artística del magno edificio.

Cabe destacar la Primera y Segunda Casa de Oficios, obra de Juan de Herrera, así como la Casa de la Compaña, que realizó Francisco de Mora, discípulo de aquel. A este último arquitecto se debe también la Iglesia de San Bernabé, que describimos a continuación.



Historia y descripción

La Iglesia de San Bernabé (1594-1595) fue una de las obras promovidas por Felipe II (r. 1556-1598) dentro del plan de adecuación y ordenación urbanística del núcleo urbano de El Escorial.

Se trataba de que la pequeña aldea escurialense, en cuyo término fue fundado el monasterio, tuviese las infraestructuras necesarias para dar servicio a los cortesanos y al personal vinculado con la Real Fundación.

El templo se levantó en un tiempo récord, en apenas dos años. Fue inaugurado el 21 de septiembre de 1595 por el obispo de Segovia, de cuya comunidad de villa y tierra dependía en aquel entonces El Escorial.

Por su periodo de construcción (diez años después de que se dieran por finalizadas oficialmente las obras del Monasterio de El Escorial), por su ubicación geográfica (en el corazón mismo del Real Sitio) y por su autoría (se debe al arquitecto Francisco de Mora, discípulo de Juan de Herrera), ejemplifica, como ningún otro edificio, los planteamientos esenciales del estilo herreriano.

A saber: rigor geométrico, relación matemática entre los distintos elementos arquitectónicos, volúmenes limpios, predominio del muro sobre el vano y ausencia casi total de ornamentación. Todos estos rasgos están presentes en estado puro tanto en el exterior como en el interior de la iglesia, que ha llegado hasta nosotros tal y como Francisco de Mora la concibió, sin grandes transformaciones posteriores.

Interior

El templo es de planta rectangular. Se estructura en una única nave, curiosamente sin crucero, que se cubre con bóveda de cañón, reforzada con arcos fajones.

La sensación de túnel que provoca este tipo de cubierta se corrige mediante una galería de arcos de medio punto a cada lado, en cuya parte superior se abren vanos que permiten la entrada de la luz natural, mientras que en la inferior hay alojadas varias capillas.

Con idéntico propósito, Mora situó el altar mayor en un nivel más elevado, cubriéndolo igualmente con una bóveda de cañón, pero de menores dimensiones que la del cuerpo principal. Se crea así un efecto de profundidad y, al mismo tiempo, de cierre.

Esta parte está presidida por un retablo de factura clasicista, obra del propio arquitecto, donde se exhibe una pintura de Juan Gómez, que aborda el martirio de San Bernabé, lapidado hacia el año 70 en la ciudad de Salamina, según la tradición católica.



Exterior

En cuanto al exterior, la fachada principal destaca por su absoluta sobriedad, con una sencilla portada adintelada y un vano rectangular. Su elemento más singular es un tejadillo de pizarra, sobre el que se dispone, en un plano diferente, un frontón triangular, coronado con un pequeño pináculo, en el que descansa una esfera.

Está custodiada por dos torres laterales, que se rematan con los típicos chapiteles escurialenses, que dan algo de verticalidad al conjunto, principalmente gracias a la esbeltez que se deriva de la configuración de los tejados a seis aguas.

No hay prácticamente motivos decorativos, con excepción de diferentes bolas, colocadas en los contrafuertes situados a los lados del edificio, en la punta de los chapiteles y, como ya se ha señalado, también en el frontón de la fachada.

Como mandan los cánones herrerianos, la fábrica es enteramente sillería de granito, con la salvedad de la piedra de pizarra que da forma a los tejados.



Fotografías de Guerra Esetena, también publicadas en Wikipedia.

martes, 24 de agosto de 2010

La Fuente del Rey



La Fuente del Rey está situada al borde mismo de la Carretera de Castilla, una transitada autovía que enlaza el nudo del Puente de los Franceses con la zona noroeste del área metropolitana de Madrid, donde se encuentran los municipios de Pozuelo de Alarcón y Majadahonda.

Viendo el continuo ir y venir de coches que pasan junto al monumento, cuesta imaginar que este paraje, antaño ubicado dentro de los límites la Casa de Campo, constituyó antiguamente un apacible lugar de descanso y punto de encuentro para monarcas e infantes.

Así fue desde el reinado de Carlos III (r. 1759-1788), el monarca que ordenó su construcción, hasta la llegada de la Segunda República en el primer tercio del siglo XX, cuando el que hoy es el parque más extenso de Madrid dejó de pertenecer a la Corona y pasó a ser de uso público.





















La fuente fue levantada en el año 1780, dentro del proyecto de ampliación, acondicionamiento y mejora del Real Sitio de la Casa de Campo, que Carlos III encomendó a Francesco Sabatini (1722-1797), su arquitecto preferido hasta la entrada en escena de Juan de Villanueva (1739-1811).

Fruto de este plan fue la construcción, entre otras muchas infraestructuras, de diferentes rejas y puentes, varios canales de riego y distintas fuentes. Aunque buena parte de este patrimonio se ha perdido, sí que han llegado hasta nosotros notables muestras arquitectónicas, como el bellísimo Puente de la Culebra, sobre el Arroyo de Meaques, y la Fuente del Rey, que hoy ocupa nuestra atención.



Descripción

La fuente se articula alrededor de un cuerpo central, consistente en un prisma cuadrangular de piedra de granito. Su frontal presenta diferentes molduras, entre las cuales asoma la cabeza de un león, en cuya boca hay instalado un caño. Éste arroja agua sobre un pequeño pilón semicilíndrico, que se encuentra debajo las fauces del animal.

El monolito está rematado con una cornisa, de saliente muy pronunciado. En la parte superior de ésta, descansa un dado de caliza, en el que figura la siguiente inscripción: FUENTE DEL REY, AÑO DE 1780.

En la coronación, hay instalado un reloj de sol, formado por una esfera de piedra, que aparece suspendida sobre una barra metálica, dispuesta verticalmente.

El conjunto se completa con dos enormes pilas con planta de arco, que se extienden a ambos lados del cuerpo principal. Reciben el agua de dos caños, ubicados en los costados del monolito, y la depositan a dos pilones semicilíndricos, situados en los extremos. En total se contabilizan cinco caños y cinco vasos (pilas).

En el año 2003, la Fuente del Rey fue retranqueada unos metros más allá de su enclave original, para protegerla del tráfico rodado de la Carretera de Castilla. Las obras, ejecutadas por el Ayuntamiento de Madrid a partir de una iniciativa de Ecologistas en Acción, se aprovecharon para llevar a cabo una completa restauración.

sábado, 21 de agosto de 2010

A vueltas con el Arco de Cuchilleros

En diferentes ocasiones hemos alertado sobre el deterioro del Arco de Cuchilleros, cuya fachada se ha ido llenando de anuncios luminosos, salidas de aire acondicionado, cables y tubos, hasta conformar un totum revolutum visual, que avergüenza a propios y extraños.

Regresamos a este monumento, una de las atracciones turísticas más visitadas de Madrid, para informar de la reciente desaparición de un cartel luminoso, en el que se publicitaba un establecimiento hostelero.

Sin duda alguna, se trata de una buena noticia, que esperemos sea el primer paso para la limpieza y adecuación del Arco de Cuchilleros.



A la izquierda podemos ver el Arco de Cuchilleros en enero de 2010, con el anuncio luminoso al que nos estamos refiriendo (en tonos amarillos). Este cartel ha sido retirado, como puede comprobarse en la imagen de la derecha, capturada en agosto de 2010.

Pese a todo, todavía quedan otros muchos impactos visuales, que repasamos a continuación a través del siguiente reportaje gráfico.



A los cables y tubos que recorren los muros del arco, se añaden los aires acondicionados, así como el cartel municipal que advierte de la existencia de cámaras de vigilancia.



Anuncio de un establecimiento de souvenirs, sobre una persiana.



En este balcón se ha efectuado una reforma que rompe la armonía arquitectónica del conjunto.



Los comercios del entorno inmediato del arco tienen instalados reclamos publicitarios poco apropiados para un recinto histórico-artístico de estas características.

martes, 17 de agosto de 2010

La Silla de Felipe II

La Silla de Felipe II es un canchal de piedra situado en el término municipal de San Lorenzo de El Escorial, en el que hay esculpidos diferentes asientos, plataformas y escalones, en lo que constituye una de las atracciones turísticas más visitadas del Real Sitio.



Desde el siglo XIX se ha venido alimentando la leyenda de que el rey Felipe II (r. 1566-1598) mandó construir un mirador, al que acudía con cierta asiduidad, para vigilar las obras del monasterio, que se extendieron desde 1563 hasta 1584.

Si este lugar realmente existió, es altamente improbable que fuera el que hoy se identifica con el nombre de Silla de Felipe II. Al margen del topónimo, este enclave nada tuvo que ver con el monarca renacentista y sí con un altar de origen vetón, en el que se realizaban sacrificios de animales, en honor de un dios indígena, que podría equiparse al Marte romano.

Ésta es la hipótesis que, desde hace años, viene sosteniendo la profesora Alicia M. Cantó, que basa sus conclusiones en la existencia de numerosos indicios que avalan que los montes escurialenses fueron una zona de contacto entre los vetones y los carpetanos.

Además, el monumento presenta paralelismos muy claros con otros altares prerromanos de la Península Ibérica, como los abulenses de Villaviciosa (Solosancho) y El Raso (Candeleda) y el portugués de Panóias (Vila Real), con los que no sólo comparte una factura muy similar, sino también la misma orientación.

Existe otra evidencia, que, no por obvia, deja de ser enormemente valiosa: la llamada Silla de Felipe II ofrece una panorámica tan remota del Real Monasterio, que difícilmente pudo servir de observatorio, mucho menos para comprobar en detalle cómo evolucionaban las obras del edificio.


Vista de San Lorenzo de El Escorial, desde la Silla de Felipe II. Como puede comprobarse, es improbable que el monarca utilizara este lugar como mirador para vigilar las obras del monasterio, debido a la lejanía.

Descripción

La Silla de Felipe II se encuentra a unos dos kilómetros y medio del casco urbano de San Lorenzo de El Escorial, en pleno bosque de La Herrería, una de las fincas que Felipe II anexionó para la creación del Real Sitio.

Preside la parte superior del Canto Gordo, como es conocido un enorme canchal de granito, ubicado al pie de las montañas de Las Machotas, desde el que se divisa a lo lejos la imponente fachada meridional del monasterio.

Consiste en una serie de rebajes realizados sobre la piedra, en forma de asientos, que se agrupan en tres grandes secciones. La más importante de ellas está conformada por tres cavidades, que parecen sillas, con sus respectivos reposabrazos, que miran directamente hacia el Real Monasterio.

El conjunto se completa con varias plataformas, igualmente labradas sobre la roca, y diferentes escaleras. Es posible que algunas de ellas fueran construidas en el siglo XIX, cuando se forjó la leyenda antes señalada, en un momento en el que las recreaciones historicistas se pusieron de moda.

No debe olvidarse que, en este siglo, era frecuente añadir elementos arquitectónicos completamente nuevos a los monumentos que se restauraban, a partir de una visión idealizada de la época a la que pertenecían.

A modo de ejemplo, podemos citar el Patio de los Leones de la Alhambra, donde fueron colocadas cúpulas de inspiración oriental en las edificaciones circundantes, en lugar de los tejados piramidales originales, que, afortunadamente, pudieron recuperarse con posterioridad.

Artículos relacionados con el Real Sitio de El Escorial

- La Casita del Príncipe, de El Escorial
- Francisco de Mora y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial
- La iglesia fortificada de Navalquejigo

martes, 10 de agosto de 2010

El Pasaje del Comercio



En el segundo tercio del siglo XIX, florecieron en Madrid los llamados pasajes comerciales, siguiendo la línea de los construidos en otras capitales europeas.

Eran galerías abiertas en el interior de una manzana de edificios, que comunicaban dos calles, donde tenían su sede tiendas de lujo y cafés destinados a un público selecto.

Pero, a diferencia de lo ocurrido en París o Londres, donde este modelo de negocio se consolidó rápidamente, en nuestra ciudad constituyó un sonoro fracaso, ante la ausencia de una tradición consumista, equiparable a la de aquellas urbes.

Éste es el caso del Pasaje del Comercio, situado entre las calles de la Montera, a la altura del número 33, y de las Tres Cruces. También era conocido como Pasaje de Murga, en recuerdo del financiero Mateo Murga, quien lo fundó en 1845.

Tan sólo un año después de su apertura, la compañía propietaria tuvo que abandonar el proyecto. Y, aunque hubo intentos posteriores de relanzamiento, ninguno de ellos tuvo el éxito esperado, al menos de forma prolongada.



Pese a todo, el pasaje todavía sigue abierto, si bien sus instalaciones nada tienen que ver con las primitivas. Las transformaciones introducidas a lo largo del tiempo no sólo han alterado la fisonomía arquitectónica original, sino también el planteamiento comercial, pues los lujosos establecimientos del principio han dejado paso a tiendas más populares y de urgencia, como los típicos "Compro Oro".

Descripción

El Pasaje del Comercio (o Pasage, como reza en la placa identificativa, instalada en el acceso de la Calle de la Montera) fue proyectado por el arquitecto Juan Esteban Puerta, quien aprovechó un antiguo pasadizo configurado por los fondos de los patios interiores de varias casas.

Estaba formado por dos galerías corridas con arcos de medio punto, levantadas a ambos lados de un patio al aire libre, de planta rectangular, en cuyos entresuelos estaban dispuestas las tiendas y cafeterías.

Con el paso de los años, se han ido añadiendo plantas a estas galerías, hasta desvirtuar por completo el diseño inicial.



En cualquier caso, constituye un espacio singular, que todavía conserva un cierto sabor decimonónico, apreciable, principalmente, en la decoración exterior, a base de grecas, coronas de laurel y otros motivos vegetales, y en la forja de sus balcones y puertas.

No fue el único pasaje comercial de la época, pero sí el único que ha conseguido sobrevivir, junto con el célebre Pasaje de Matheu (1843-1847) de la Calle de Espoz y Mina, del que hablaremos en otra ocasión, reconvertido hoy día en una concurrida zona de bares y restaurantes.

Peor suerte corrieron el Pasaje del Iris (1847), entre la Calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo, y la Galería de San Felipe, en la Plaza de Herradores.

lunes, 2 de agosto de 2010

La casa de Calderón de la Barca

Visitamos el número 61 de la Calle Mayor, donde se encuentra la casa en la que residió Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), un madrileño universal, cuya producción teatral significa la culminación del modelo barroco desarrollado previamente por Lope de Vega (1562-1635).



El gran dramaturgo se instaló definitivamente en Madrid en 1663, coincidiendo con su designación como capellán de honor del rey Felipe IV (r. 1621-1665).

Con este nombramiento, el monarca quiso reconocerle la enorme calidad de sus obras teatrales, muchas de ellas escenificadas bien en el Salón Dorado del Real Alcázar, bien en el Coliseo del Palacio del Buen Retiro, por encargo directo de la Casa Real.

Acorde con su rango y prestigio, Calderón se estableció en la Calle Mayor, la vía principal de la villa en aquel entonces, que, en el tramo donde estuvo situada su casa, era conocida como Calle de las Platerías, por el elevado número de establecimientos de este tipo existentes en la zona. Allí vivió durante dieciocho años, hasta el día de su muerte, el 25 de mayo de 1681.

Su vivienda era conocida como "la casa estrecha", debido a sus reducidas dimensiones, con una fachada de apenas 4 metros y 36 centímetros de ancho, que solamente daban para albergar una única ventana en las plantas superiores.

Aunque estas medidas pueden resultar insólitas, eran muy frecuentes en el Madrid del Siglo de Oro. Tras su proclamación como capital de España en 1561, la ciudad incrementó considerablemente su población, lo que, unido a la existencia de diferentes cercas que impedían el crecimiento urbano, favoreció la especulación inmobiliaria, ante la escasez del terreno.

Sin ir más lejos, en el número 57 de la propia Calle Mayor, a escasos pasos de la casa de Calderón de la Barca, existe otro inmueble de estas características, con una anchura de solamente 3,68 metros. Su solar es heredero del modelo constructivo imperante en aquellos tiempos, caracterizado por "el todo vale".

La casa que ha llegado hasta nuestros días no es exactamente la original donde habitó Calderón. Su aspecto actual es fruto de las intervenciones arquitectónicas realizadas en el siglo XIX, en las que fueron añadidos dos pisos, hasta los cuatro actuales. Todo ello alteró sustancial y fatalmente la fisonomía que el inmueble tuvo en la segunda mitad del siglo XVII.

El 28 de octubre de 1859 fue inaugurada una lápida conmemorativa de mármol blanco, ubicada en el muro exterior de la primera planta, en la que reza esta sencilla leyenda: "Aquí vivió y murió Don Pedro Calderón de la Barca".

La placa fue colocada a iniciativa de Mesonero Romanos (1803-1882), que, según dicen, meses antes logró evitar la demolición del inmueble, enfrentándose, bastón en mano, a los albañiles encargados del derribo.

A pesar de sus esfuerzos, el insigne escritor madrileño no consiguió impedir las profundas transformaciones que finalmente se llevaron a cabo, tal y como se acaba de comentar.