jueves, 28 de octubre de 2010

'Espacio México'

Visitamos el Parque Juan Carlos I, uno de los mayores espacios verdes de Madrid, con 160 hectáreas de extensión, donde se reúnen numerosos elementos constructivos de gran singularidad. Es el caso de la escultura Espacio México, un rueda de hormigón, de ocho metros de diámetro, que llama la atención por su color rojo intenso, pero, sobre todo, por su desafiante posición.



Este enorme disco está colocado de pie, presidiendo la cima de un cerro artificial de 17 metros de altura, con unos apoyos tan escasos que se diría que, en cualquier momento, va a empezar a rodar pendiente abajo.

Se trata de una donación de la Ciudad de México al pueblo madrileño, con motivo de la designación de nuestra ciudad como Capital Europea de la Cultura. Fue inaugurada el 23 de julio de 1992, coincidiendo con la Segunda Cumbre Iberoamericana, celebrada en Madrid, en un acto que contó con la asistencia de Carlos Salinas de Gortari, presidente de México entre 1988 y 1994.

Se debe a los artistas mexicanos Andrés Casillas y Margarita García Cornejo, quienes se inspiraron en las tradiciones más remotas de su país para realizar una obra plagada de simbolismos. Las alusiones al sol, al calendario azteca, al juego de pelota de las ciudades mayas y a la piedra de los sacrificios son muy directas, tanto por las formas como por los colores empleados.

Del mismo modo, el emplazamiento elegido, en lo más alto de una colina, constituye una clara referencia a las pirámides precolombinas, sin olvidar que el acceso, dispuesto a modo de gran rampa, también remite a estas construcciones mayas y aztecas.

Espacio México es uno de los diecinueve monumentos que decoran la denominada Senda de las Esculturas del Parque Juan Carlos I, un paseo en el que se suceden obras escultóricas de gran tamaño, la mayor parte de ellas realizadas entre 1991 y 1992.

lunes, 25 de octubre de 2010

La Marca Media: la Atalaya de Venturada

La Atalaya de Venturada fue construida en un momento indeterminado comprendido entre los siglos IX y X, durante la dominación musulmana de la Península Ibérica. Formaba parte de un conjunto de torres militares, ubicadas en la vertiente meridional del Sistema Central, que fueron levantadas por el poder andalusí para la defensa de la Marca Media.

Con este nombre era conocida una de las demarcaciones territoriales de Al Ándalus, donde quedó integrada la actual Comunidad de Madrid, así como otras provincias del interior español. Se trataba de una zona fronteriza, muy despoblada, que fue fortificada para detener el avance de los reinos cristianos arraigados en la mitad norte peninsular.



Estas atalayas tenían como misión principal custodiar los pasos de montaña, principalmente los puertos de Navacerrada, de la Fuenfría y del Alto del León, y su conexión con los valles fluviales. Su disposición no era lineal, sino en forma de red, lo que permitía un control territorial muy completo, no sólo de los caminos, sino también de las áreas agrícolas y de pasto.

Esta distribución ha llevado a pensar que, además de vigilar la frontera, las torres cumplían una función socioeconómica, tal vez para facilitar la repoblación de la zona, que, en aquellos momentos, era una de las más deshabitadas de Al Ándalus.

Tal hipótesis cobra fuerza si se considera que Abderramán III (891-961) dictó varias políticas, encaminadas a consolidar las regiones fronterizas de Al Ándalus. El califa cordobés favoreció su desarrollo administrativo y demográfico mediante la creación de enclaves económicamente rentables y autónomos.

De ahí que algunos historiadores sitúen la construcción de las atalayas madrileñas concretamente en el siglo X, aunque otras teorías remontan su origen al siglo IX, en tiempos del emir Mohamed I (823-886), considerado el fundador de la ciudad de Madrid.

Aunque apenas se conservan ocho torres islámicas dentro de la comunidad autónoma, cabe suponer que hubo muchas más, dada la considerable extensión de la zona protegida, que abarcaba desde Somosierra hasta la Sierra de Gredos. Además, hay que tener en cuenta que, con objeto de facilitar el contacto visual, su distancia de separación era de aproximadamente dos kilómetros.

Fueron erigidas en cerros o altozanos entre 800 y 1000 metros de altitud, formando agrupaciones diferenciadas, cada una de ellas dependiente de un recinto fortificado principal, que se encargaba de la protección de un valle fluvial determinado.

Cada atalaya estaba a cargo de dos soldados, como máximo. Cuando se producían situaciones de peligro, encendían una hoguera o provocaban una humada, de tal modo que la alerta se transmitía a gran velocidad de un puesto a otro, hasta llegar a la plaza fuerte, desde donde se desplegaban los medios necesarios.



Además de la de Venturada, se mantienen en pie atalayas muy similares en Torrelaguna, El Vellón y El Berrueco, que conformaron, junto a otras desaparecidas, el grupo defensivo del Valle del Jarama, al norte de la comunidad autónoma, vinculado a la ciudadela de Talamanca del Jarama.

Existen otras dos en Torrelodones y en Hoyo de Manzanares, municipios situados en la parte noroeste de la región. Vigilaban el Valle del Guadarrama y sus fortalezas de referencia eran Madrid y Calatalifa, en Villaviciosa de Odón.

En el Valle del Alberche, en las primeras estribaciones de la Sierra de Gredos, se encuentran los restos de la atalaya de Peña Muñana, dentro del término municipal de Cadalso de los Vidrios. En Santorcaz sobrevive una maltrecha torrecilla islámica, que curiosamente presenta un carácter aislado, lejos de la red principal.



Descripción

La Atalaya de Venturada es cilíndrica, con un ligero escalonamiento al exterior. Presenta tres cuerpos principales, aunque en el pasado hubo otro más en la parte superior, que ha desaparecido casi por completo. Mide algo más de nueve metros de altura y tiene un diámetro de casi seis metros de diámetro

Consta de una única entrada, formada por un sencillo vano adintelado, que, en su momento, debió cerrarse con una puerta de madera de doble hoja. Está situada muy por encima de la rasante del suelo, con lo que cabe imaginar que había dispuesta una escalera de mano para facilitar el acceso.

Se trata de un rasgo que comparten todas las atalayas del Valle del Jarama. No era posible abrir la entrada directamente sobre el terreno, ante la existencia de una base maciza entre dos y tres metros de alto, cuya finalidad era asegurar la torre, ya que se construía sin cimientos, directamente sobre la roca.

En el caso de Venturada, la edificación descansa sobre un promontorio granítico de origen natural, que no sólo sirve de plataforma, sino que también contribuye a la sujeción de los muros, al rodear la piedra algunos flancos hasta entrar en contacto con el nivel de acceso.

A pesar de la solidez de este asentamiento natural, fue necesario crear una base maciza, de casi tres metros de altura, a partir de un relleno de cantos y tierra.



Los muros son bastante gruesos. Tienen una anchura de 1,34 metros y están hechos en mampostería concertada, a base de alinear piedras irregulares extraídas del entorno inmediato. Hay también un pequeño escalón perimetral, dispuesto a modo de zócalo, allá donde no aflora la roca.

Con respecto al interior, había tres dependencias, cada una en una planta diferente. Estaban separadas por un tablazón de madera, sostenido por vigas transversales, según se desprende de las hendiduras existentes en la parte interna de los muros, en las que se colgaban los travesaños.

El paso de una estancia a otra se hacía mediante una escalera de mano (seguramente la misma que se utilizaba en la entrada), a través de una oquedad abierta en el suelo de cada piso.

Todas las atalayas del Valle del Jarama han llegado hasta nosotros desmochadas, con lo que no es posible conocer cómo estaban coronadas, aunque es muy probable que estuviesen rematadas con merlones.

Artículos relacionados

La serie "La Marca Media" consta de estos otros reportajes:
- El puente musulmán del Grajal
- ¿Atalaya islámica o torre cristiana?
- El Parque de Mohamed I, casi listo

jueves, 21 de octubre de 2010

La Pasarela en forma de Y y otros puentes caja

La Pasarela Nube, más conocida como la Pasarela en forma de Y, fue uno de los primeros puentes peatonales terminados dentro del proyecto Madrid Río. Inaugurada en el otoño de 2009, constituye el punto culminante del Salón de Pinos, nombre con el que han sido bautizado los jardines y paseos que se extienden al sur del Puente de Segovia.

Cruza el Manzanares en las inmediaciones del Estadio Vicente Calderón, poniendo en contacto los distritos de Centro y Latina, a través de las calles de San Ambrosio y San Conrado, emplazadas en el primer distrito citado, y del Mármol, en el segundo.



La pasarela, de unos cien metros de longitud, tiene una configuración realmente singular, muy alejada de los tramos rectos convencionales. Está estructurada en tres brazos, con origen en cada una de las vías antes señaladas, que confluyen en medio del cauce, sin necesidad de ninguna sujeción en la parte central.

Todo ello da lugar a una curiosa planta en forma de Y, rasgo que finalmente se ha impuesto en el topónimo de la pasarela.

Su diseño se debe a los ingenieros Peter Tanner y Juan Luis Bellod Thomas, quienes se inspiraron en los puentes de hierro de la segunda mitad del siglo XIX, aunque incorporando adelantos tecnológicos, que, como  el empleo de materiales ligeros, han permitido que la pasarela quede suspendida sobre el río apoyándose únicamente en los extremos.



Si, por sus elementos formales, los autores tomaron prestados arquetipos arquitectónicos de tiempos pretéritos, por el color verde con el que la pasarela está pintada, también se observa una clara coincidencia con el pasado.

Nos estamos refiriendo a los antiguos pontones peatonales del Manzanares, hechos en madera, que eran conocidos como "puentes verdes", en alusión a la pintura que protegía sus pretiles. Es el caso del Puente Verde de la Florida, de Pedro de Ribera, del que hemos hablado recientemente.

Pura casualidad, pues no creemos que en el ánimo de los autores estuviera presente este último argumento histórico.

Sea como sea, la impronta decimonónica que acompaña a la obra de Tanner y Bellod nos da la excusa perfecta para conocer algunos de los puentes de hierro realizados en la Comunidad de Madrid a lo largo del siglo XIX.

En concreto, visitamos los que se levantan sobre los ríos Henares y Guadarrama, que comparten con la pasarela del Manzanares el mismo modelo constructivo, en forma de caja.

Puente sobre el Henares (Torrejón de Ardoz)



Este puente está ubicado en Torrejón de Ardoz, cerca de la carretera que conduce hasta Loeches. Fue construido en 1889 por la compañía catalana Material para Ferrocarriles y Construcciones de Barcelona, a partir de un estándar claramente industrial.

Es de tramo recto y se apoya en dos estribos de mampostería poligonal, con esquinas rematadas en sillares. Mide aproximadamente cuarenta metros de longitud.


El puente a finales del siglo XIX.

Puente sobre el Guadarrama (Móstoles, Villaviciosa de Odón)



Se encuentra en el límite de los términos municipales de Móstoles y Villaviciosa de Odón, que, en ese punto, queda definido por el curso del río Guadarrama. Formaba parte del antiguo ferrocarril Madrid-Almorox, cuyo primer tramo, en el que el puente quedó integrado, entró en funcionamiento en el año 1891.

Se debe a Simón Ruiz Medrano y fue realizado enteramente en Navalcarnero. A diferencia de la obra anterior y debido a su mayor envergadura, consta de tres puntos de sujeción, dos laterales y uno central, formados por sólidas bases de piedra de granito.

lunes, 18 de octubre de 2010

El Castillo de Villaviciosa de Odón

Regresamos a Villaviciosa de Odón, un municipio situado al suroeste de la capital, donde visitamos uno de los Reales Sitios más desconocidos del entorno madrileño. Fue constituido a mediados del siglo XVIII, alrededor de un viejo castillo de origen tardomedieval, que fue transformándose en palacio con el paso del tiempo.

Su gran impulsor fue Fernando VI (1713-1759), un enamorado del lugar. Aquí se estableció después del fallecimiento de su esposa, la reina Bárbara de Braganza (1711-1758), y aquí murió apenas un año después, sumido en una profunda depresión.

Tras la muerte del rey, el castillo pasó a tener un uso administrativo. En la actualidad, es propiedad del Ministerio de Defensa y sirve de sede al Archivo Histórico del Ejército del Aire.



Historia

Las primeras referencias del castillo aparecen en el año 1480, cuando los Reyes Católicos autorizaron su construcción al matrimonio formado por Andrés de Cabrera y Beatriz de Bobadilla, primeros marqueses de Moya.

En 1496 arrancaron las obras, a partir de un modelo arquitectónico típicamente medieval, a modo de gran fortaleza, que, a pesar de encontrarse en desuso en aquellos tiempos, permitía cumplir el cometido de vigilar y proteger las tierras colindantes.

Al mismo tiempo, transmitía una imagen de poder y autoridad, acorde con la posición social de los propietarios.

En 1521, durante las revueltas de los comuneros, el edificio sufrió serios destrozos, aunque, afortunadamente, quedó intacta la estructura, gracias a la solidez de su fábrica.

A finales del siglo XVI, Diego Fernández de Cabrera y Mendoza, tercer conde de Chinchón y heredero de la propiedad, ordenó su rehabilitación y conversión en palacio, siguiendo las corrientes herrerianas del momento.

Si bien la tradición sostiene que la remodelación fue realizada por Juan de Herrera (1530-1597), debido al aire escurialense de los nuevos elementos arquitectónicos incorporados, este extremo no está comprobado.

Algunos autores consideran que el proyecto bien pudo recaer sobre Francisco de Mora (1553-1610), discípulo de aquel, e incluso sobre Bartolomé de Elorriaga, maestro de cantería del Monasterio de El Escorial.


Villaviciosa de Odón, a mediados del siglo XVIII. En esta pintura de Francesco Battaglioli (1722-1796) puede verse, a la izquierda, el castillo-palacio. A sus pies, se extiende la llamada Huerta del Infante, rodeada de casas de labor, que abastecía al palacio.

El castillo quedó vinculado a la monarquía española en 1738, tras la compra por parte de Felipe V (1683-1746) del Condado de Chinchón, en el que se encontraba integrado. Bajo su reinado, se llevaron a cabo algunas reformas, encomendadas al arquitecto Giovanni Battista Sacchetti (1690-1764), con un ambicioso plan para mejorar el entorno, que no pudo ejecutarse.

Pero fue con la llegada de Fernando VI (1713-1759), su sucesor, cuando el lugar alcanzó su máximo esplendor. El monarca no sólo prosiguió con los trabajos de ordenación y embellecimiento de la finca, esta vez bajo la dirección de Ventura Rodríguez (1717-1785), sino que, en 1754, impulsó su declaración como Real Sitio.

A lo largo del siglo XIX, el castillo estuvo en alquiler en numerosas ocasiones y sirvió de sede a distintos organismos públicos, tanto civiles como militares, caso de la Escuela Especial de Ingenieros de Montes y del Colegio de Educandos del Cuerpo de Carabineros.

Con el estallido de la Guerra Civil (1936-1939), fue saqueado, hasta quedar prácticamente arruinado. En 1965 pasó a manos del Estado Español, que procedió a su restauración un año después. Desde 1972, sus dependencias acogen el Archivo Histórico del Ejército del Aire, como ya se ha apuntado.


Vista del castillo antes de 1966, cuando fue restaurado. Fuente de la imagen: Gabinete de Comunicación del Archivo Histórico del Ejército del Aire.

Descripción

A pesar de las numerosas remodelaciones realizadas a lo largo del tiempo, todas ellas dirigidas a darle una apariencia palaciega, el castillo sigue conservando su primitiva fisonomía de fortaleza medieval.

Su cuerpo cuadrangular, articulado alrededor de un gran patio central y con cuatro torres en las esquinas, evidencia el modelo defensivo utilizado en el momento de su construcción, similar al empleado en el Castillo de Simancas (Valladolid), levantado igualmente a finales del siglo XV.

Los rasgos fortificados también son visibles en los voluminosos muros perimetrales, con nada menos que trece pies de grosor, así como en el tipo de fábrica empleado: mampostería de granito encintado con trozos de carbón de fragua -al estilo segoviano-, rellenos de cascote y piedra suelta.

Las torres angulares presentan un aire robusto y pesado, lo que subraya aún más la sensación de arquitectura militar. Todas son circulares, excepción hecha de la situada en el extremo norte, que es de planta cuadrada y de mayor altura, a modo de torre del homenaje.



Las intervenciones efectuadas en el siglo XVI suavizaron en parte las trazas medievales, sobre todo en el interior. Fruto de estas obras fueron la portada principal, el patio de estilo herreriano, la sobria escalera de honor y las cubiertas de las torres, con especial atención al chapitel escurialense de la situada en la parte septentrional.

Mucha menor incidencia tuvieron los trabajos realizados por Sacchetti en el siglo XVIII. El arquitecto italiano se limitó a centrar la entrada principal, haciendo de su crujía un importante zaguán que salía al eje del patio. Pero apenas modificó la distribución de las dependencias, salvo en lo que respecta a la capilla, que fue trasladada al torreón septentrional.


El patio herreriano, en una fotografía anterior a la restauración de 1966. Fuente de la imagen: Gabinete de Comunicación del Archivo Histórico del Ejército del Aire.

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Tras las huellas del ferrocarril Madrid-Almorox

jueves, 14 de octubre de 2010

El Puente de Arganzuela, muy avanzado

El Puente Monumental del Parque de Arganzuela, una de las obras estelares del proyecto Madrid Río, ya se perfila sobre el Manzanares. Aunque su inauguración está prevista para la primavera de 2011, algunos de sus elementos estructurales se encuentran muy avanzados, caso de su armazón metálico en forma de tirabuzón.



Se trata de una pasarela para uso peatonal y ciclista, diseñada por el célebre arquitecto francés Dominique Perrault (1953), a quien los madrileños debemos la Caja Mágica, uno de los edificios más singulares realizados en Madrid en los últimos tiempos.

Se ha concebido como una escultura-puente, con un elevado valor simbólico, como puerta de entrada del futuro Parque de Arganzuela. Conectará el Paseo de Yeserías y la Avenida del Manzanares, elevándose por encima del cajero del río y del parque.


El puente tendrá una superficie total de 1.616 m², con una longitud de 250 metros y una anchura que oscilará entre los 4 y los 7 metros. Constará de dos tramos, separados por una loma artificial, que se encuentra en fase de movimiento de tierras. 

El primero de ellos arrancará en el Paseo de Yeserías y, después de cruzar el río, concluirá en una plaza abierta, trazada sobre la cima de la loma, desde donde se habilitarán varios caminos de descenso hacia el Parque de Arganzuela. El segundo atravesará tierra firme y comunicará la citada plaza con la Avenida del Manzanares. 

Como puede apreciarse en las fotografías adjuntas, tomadas el pasado 12 de octubre, la pasarela está formada por anillos concéntricos, que le dan una configuración helicoidal, con un carácter marcadamente escultórico.

Recreación de Madrid Río de la pasarela.

lunes, 11 de octubre de 2010

El Puente Largo del Jarama

Visitamos el Puente Largo del Jarama (1757-1761), una de las obras de ingeniería más espectaculares de la Ilustración española, como prueba el hecho de que Carlos III se refiriera a él como el "rey de los puentes". Está situado cerca de la desembocadura del Jarama en el Tajo, dentro del término municipal de Aranjuez, aunque, en el momento en que fue levantado, este enclave pertenecía al vecino pueblo de Titulcia.



El Puente Largo se hizo para facilitar los viajes reales desde Madrid hasta Aranjuez, donde los monarcas tenían establecida oficialmente su residencia de primavera. Se trataba de asegurar el paso del Jarama mediante una estructura fuerte y sólida, capaz de hacer frente a las crecidas del río, que, debido al deshielo primaveral, solían coincidir con los viajes de los reyes.

Su construcción fue promovida por Fernando VI (r. 1746-1759), según la orden promulgada el 12 de septiembre de 1757, aunque los trabajos se extendieron hasta el reinado de Carlos III (r. 1759-1788), considerado por muchos como su verdadero impulsor, como así señalan las inscripciones situadas en las embocaduras del puente, con leyendas alusivas a su patronazgo.

El rey ilustrado fue más allá de una simple mejora de los accesos al Real Sitio, al vincular las obras con la red radial de carreteras que en esos momentos se estaba perfilando y, más en concreto, con el Camino Real de Andalucía.

De ahí el ambicioso proyecto por el que finalmente se optó. Fue meticulosamente ejecutado por el maestro cantero de origen cántabro Marcos de Vierna, a pesar de las fuertes críticas recibidas por algunos arquitectos contemporáneos.

El puente se inauguró en el año 1761. En 1810, apenas medio siglo después de entrar en funcionamiento, perdió dos de sus arcos, como consecuencia de un intento de voladura llevado a cabo en plena Guerra de la Independencia (1808-1814).

Pero no fueron las tropas francesas las artífices de este ataque, sino las inglesas, que habían desembarcado en la península para ayudar pretendidamente a los españoles.

Tras una serie de arreglos de carácter provisional, pudo ser reparado con materiales pétreos en 1828, gracias a la intervención del arquitecto José Cortines y Espinosa.

Los destrozos no terminaron ahí. Durante la Guerra Civil (1936-1939) quedaron destruidos cuatro ojos, que fueron rehabilitados al término de la contienda, entre 1939 y 1940, por José Martínez Youne.



Hasta el último tercio del siglo XX, el Puente Largo estuvo soportando el tráfico de la N-IV, heredera del Camino Real de Andalucía. Con el desdoblamiento de esta carretera y su conversión en autovía, ha pasado a canalizar el tráfico que accede al núcleo urbano de Aranjuez, desde la A-4.

Descripción

El Puente Largo del Jarama debe su nombre a su considerable longitud, aproximadamente 500 metros de una embocadura a otra. Se trata, en cualquier caso, de una denominación oficiosa, que se ha impuesto a la oficial de Puente Real, que casi nunca se utiliza.

Para hacernos una idea de sus medidas, basta comentar que el Puente de Segovia, construido por Juan de Herrera sobre el río Manzanares, es dos tercios menor, con poco más de 148 metros.

Está formado por veinticinco tramos, todos perfectamente iguales, que se apoyan sobre otros tantos arcos de medio punto, con una altura máxima de 11 metros. Su fábrica es de sillería de piedra de caliza, procedente de las afamadas canteras de Colmnenar de Oreja.

Las pilas de los extremos están reforzadas mediante tajamares apuntados, que, en consonancia con las modas arquitectónicas de la época, aparecen rematados con sombreretes gallonados, al igual que ocurre en los puentes de San Fernando y del Retamar, levantados en el mismo periodo.

Esta configuración se da en un total de once ojos, ocho de los cuales se sitúan del lado de Aranjuez y los otros tres del de Madrid. Se trata de los arcos que están o que estuvieron en contacto directo con el agua, razón por la cual fueron consolidados con este tipo de estructuras.

En la actualidad, el río discurre por un único cauce, coincidente con los ocho vanos señalados en primer término. Pero en el pasado hubo un segundo cauce, que ha desaparecido con el tiempo, lo que explica que los otros tres ojos se encuentren en la actualidad sobre tierra firme.



La imagen superior reproduce parcialmente el plano del Real Sitio de Aranjuez de Domingo de Aguirre (1775), con un detalle del puente y de los dos cauces primitivos del río. En la imagen inferior, capturada de Google Earth, el Jarama aparece con un único cauce.

Los catorce ojos restantes carecen de tajamares, dada su ubicación en medio de los dos citados cauces, fuera de la embestida de la corriente. No obstante, descansan sobre pequeños estribos de planta rectangular, que fueron instalados en prevención de posibles riadas.

Uno de los grandes problemas surgidos durante la construcción del puente fue su cimentación, como consecuencia del suelo arenoso que sirve de base, característico de los cursos bajos de los ríos. Marcos de Vierna mostró un especial cuidado con este tema e ideó un complicado sistema de pilotajes de madera, hundidos en un enrejado macizado de piedra y argamasa.

Con respecto al tablero, presenta rasante horizontal, con un ancho de 8,5 metros. En un principio constaba de aceras a los lados, pero fueron eliminadas al procederse al asfaltado del puente.

Las embocaduras están presididas por cuatro grupos escultóricos, dos por cada extremo. Representan leones, con escudos bajo sus garras, en los que hay grabadas inscripciones alusivas al rey Carlos III, al autor y a la fecha de finalización.

Artículos relacionados

También hemos hablado de estos otros lugares de Aranjuez:
- El Embarcadero Real de Aranjuez y la Escuadra del Tajo
- La Puerta del Labrador
- Villanueva en Aranjuez

jueves, 7 de octubre de 2010

La Hiruela y la arquitectura negra

Regresamos al vértice septentrional de la Comunidad de Madrid, a la llamada Sierra Pobre, para visitar uno de los municipios con más encanto de toda la región. Nos estamos refiriendo a La Hiruela, un pueblo de apenas 76 habitantes, situado a casi 1.300 metros de altitud, que surgió durante los procesos de repoblación cristiana de los siglos XII y XIII.



Su histórico aislamiento, provocado por su ubicación en una zona montañosa de difícil acceso, ha facilitado la conservación de su primitivo casco urbano. Se trata de uno de los mejores exponentes de la denominada arquitectura negra, que es como se ha bautizado a los usos constructivos empleados en algunas comarcas serranas de Madrid, Guadalajara y Segovia, caracterizados por la utilización de la pizarra como material principal.

En lo que respecta a nuestra comunidad autónoma, este tipo de arquitectura popular está presente en la Sierra del Rincón, que se extiende por los términos municipales de La Hiruela, Montejo de la Sierra, Horcajuelo de la Sierra, Prádena del Rincón y Puebla de la Sierra, así como en otras localidades del norte madrileño, como Patones.



La Hiruela ha dejado de ser el lugar abandonado y olvidado que era hace tan sólo un par de décadas. A pesar de ser uno de los municipios más desfavorecidos de Madrid, está comenzando a despegar de la mano del turismo rural y como lugar de residencia, ya sea fija o temporal, de todos aquellos que huyen del trepidante ritmo de la gran ciudad












Todo ello ha permitido detener el proceso de despoblamiento en el que se encontraba y recuperar un patrimonio arquitectónico que parecía condenado a la ruina, gracias a las restauraciones llevadas a cabo tanto por la administración como, sobre todo, por particulares.

La sensación que uno tiene cuando visita el pueblo es que todo es tan rabiosamente bonito que no puede ser real. Y es que verdaderamente se respira un cierto aire escenográfico, como de mentirijilla, resultado del nuevo uso residencial y recreativo que ahora se le da a las casas, en el que domina la estética sobre la funcionalidad de tiempos pasados.



El entramado urbano de La Hiruela se articula en torno a dos vías principales, que discurren paralelas y a diferente rasante, hasta confluir en la plaza. Están atravesadas por una serie de callejuelas, que salvan la pendiente por medio de escaleras de piedra y cuestecillas, tan bien puestas que se diría que son tarjetas postales.

Las calles son muy cortas, pero ello no es impedimento para que el paseo por el pueblo sea un continuo descubrimiento de rincones singulares.



Las casas han sido reconstruidas con esmero, adaptándolas a las comodidades de los tiempos modernos, pero sin perder nunca de vista la tradición, empezando por el empleo de bloques lajados de pizarra en los muros, tal y como mandan los cánones más centenarios.

Curiosamente, la iglesia es de los pocos edificios que no tiene este tipo de fábrica. Está hecha también en pizarra, pero ésta se dispone en mampuesto, con algunos elementos en ladrillo. Fue levantada entre los siglos XVI y XVII con un trazado tan sencillo como sugerente, en el que cabe destacar la espadaña y el arco triunfal del interior. Su advocación es la de San Miguel Arcángel.



Otras construcciones de interés son la Casa Consistorial, la fuente pública, el molino harinero y la carbonera, convertidos en la actualidad en atracciones turísticas.

Capítulo aparte merecen las huertas que rodean el casco urbano, cuya producción de manzanas, cerezas y peras fue muy valorada en tiempos pasados, aunque hoy día ha quedado reservada para el consumo local. Testigo de aquellos momentos es el enorme peral que se eleva a la entrada del pueblo, considerado uno de los más viejos de España.



Pero si algo ha dado fama a La Hiruela ha sido la ganadería, actividad que ha resultado clave para el desarrollo del pueblo, como prueba el hecho de que su cañada alcanzase rango real a finales del siglo XV.

Desde entonces hasta nuestros días han sido muchos los altibajos sufridos por el municipio. Su máximo esplendor se produjo a mediados del siglo XVIII, cuando había censados casi 250 habitantes, que vivían, en su inmensa mayoría, del sector primario.



El siglo XIX significó su declive, hasta el punto de que la población se redujo a la mitad. Mucho peores fueron los dos primeros tercios del siglo XX, que dejaron al pueblo prácticamente despoblado, como consecuencia de los fenómenos migratorios a las áreas urbanas.

Afortunadamente, La Hiruela está resurgiendo, al compás de un cambio de tendencia. Si antes eran los del pueblo los que se iban a vivir a la ciudad, ahora el movimiento es el contrario. Son muchos los madrileños que han decidido establecerse aquí, así como en otros lugares de la siempre mal llamada Sierra Pobre.



Artículos relacionados

La serie de reportajes "La Sierra del Rincón" consta de estos otros artículos:
- El Hayedo de Montejo
- La iglesia medieval de Prádena del Rincón

lunes, 4 de octubre de 2010

El Puente Verde de la Florida

El gran arquitecto Pedro de Ribera (1681-1742) llevó a cabo diferentes intervenciones urbanísticas en el entorno del río Manzanares. Algunas de ellas, como el Puente de Toledo y la Ermita de la Virgen del Puerto, han llegado hasta nuestros días, pero otras no han sobrevivido al paso del tiempo.

Es el caso del Puente Verde de la Florida, llamado así por el color con el que estaban pintados sus pretiles. Estuvo situado a escasa distancia del actual emplazamiento del Puente de la Reina Victoria (1908-1909), en las proximidades de la Ermita de San Antonio de la Florida.


Los lavaderos del río Manzanares, en una fotografía de A. Begué, realizada hacia 1860. El puente puede verse al fondo de la imagen superior y, con mayor detalle, en la ampliación inferior.

El Puente Verde de la Florida empezó a construirse en 1728, un año después de que Pedro de Ribera concluyese el Puente de Toledo, uno de los mejores trabajos de su brillante carrera.

Pero, a diferencia de éste, se trataba de una obra menor, que partía de un planteamiento absolutamente temporal, sin grandes retos arquitectónicos y para un uso exclusivamente peatonal.

Tal extremo se comprueba en la fragilidad del material empleado en la fábrica. Era de madera, excepción hecha de las pilas, que, por su contacto con la corriente, estaban labradas en piedra de granito y ladrillo. A pesar de ello, fueron necesarios dos años para terminarlo, dada la complejidad de la estructura, con nada menos que once arcos.


Ubicación del puente en el plano de Ibáñez de Ibero (1874).

Aunque fue levantado para enlazar el Camino Real de El Pardo con el Camino de Aravaca, en el siglo XIX tuvo una utilización preferentemente gremial, vinculada a los famosos lavaderos del Manzanares, que estaban instalados a ambas orillas del río.

La inauguración en 1909 del Puente de la Reina Victoria lo dejó completamente en desuso, aunque ello no significó su desaparición. Según la planimetría de la época, pervivió al menos hasta 1926, cuando es muy probable que fuera definitivamente eliminado, junto con distintos lavaderos abandonados, en el contexto de un plan de ordenación de las riberas del Manzanares.

Con todo, cabe entender que, a esas alturas, sólo se mantuvieran en pie los elementos hechos en piedra, tras la terrible riada de 1906, que se llevó por delante las partes realizadas en madera, como puede comprobarse en la siguiente fotografía, publicada por el periódico ABC el 4 de enero de 1906.


El puente en 1906, prácticamente destruido. Fuente: Hemeroteca de ABC.

No fue el único infortunio que padeció el puente a lo largo de sus casi 200 años de existencia. A principios del siglo XX, un grupo de personas sufrió heridas de consideración al caerse al cauce, tras romperse la barandilla de madera.

Suceso que el escritor Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) describió en los siguientes términos: "sólo se debió al desorden del público el que un día de San Antonio se desprendiese uno de los pretiles y se cayesen varias personas al río, haciéndose graves daños, no por causa del caudal de agua, sino por la altura y violencia de la caída en seco".


Vista del tablero en una imagen histórica.

Los puentes y pontones de madera sobre el río Manzanares fueron muy recurrentes en el siglo XVIII. Además del puente que ocupa nuestra atención, hubo otro en El Pardo, anterior al de San Fernando, que igualmente fue conocido como Puente Verde, porque su balaustrada también tenía este color.

Asimismo, hay que señalar la pasarela de madera que comunicaba el Campo del Moro con la Casa de Campo, precedente del actual Puente del Rey.


Dibujo de 1859, publicado en 'El Museo Universal', donde se ve parcialmente el puente.

Bibliografía

El Puente Verde sobre el río Manzanares. Una obra civil del arquitecto Pedro de Ribera en el Madrid del siglo XVIII, de Ernesto Agustí García, Pablo Guerra García, Jorge Morín de Pablos y Laura Cantallops Perelló.

Actas de las terceras jornadas de Patrimonio Arqueológico en la Comunidad de Madrid. Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, Madrid 2006.

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Fotografía antigua del Puente de la Reina Victoria, que vino a reemplazar al Puente Verde.