jueves, 30 de diciembre de 2010

Feliz año nuevo



En estos tiempos de crisis, cuando estamos a punto de despedir un año negro, queremos acordarnos de tantas y tantas personas que lo están pasando mal.

Adultos que han perdido su empleo y jóvenes que, cansados de entregar currículos, no encuentran una oportunidad, familias condenadas a pagar una hipoteca de por vida y familias que ni siquiera pueden optar a una vivienda digna, gente que no llega a fin de mes y gente que el mes se les acaba el día uno...

Porque con la crisis no sólo hemos perdido lo mejor de nuestro pasado, sino que también está en juego lo mejor de nuestro futuro. Que el año nuevo venga sonriente y generoso.

lunes, 27 de diciembre de 2010

La Casa del Bosque, de Buitrago

Uno de los monumentos más desconocidos de Buitrago del Lozoya es la Casa del Bosque, un palacete de origen renacentista que, a pesar de su lamentable estado de conservación, constituye una curiosa muestra de arquitectura manierista.

Se encuentra en la margen izquierda del río Lozoya, separado del casco urbano por las aguas del Embalse de Puentes Viejas. Antiguamente existía un acceso directo, a través del Puente de la Coracha, pero, con la construcción en 1940 de la citada presa, éste quedó completamente sumergido, sin posibilidad de ser utilizado.


Fotografía: 'Una ventana desde Madrid'

Hablar de la Casa del Bosque es hablar de la poderosa familia de los Mendoza, que, durante la Baja Edad Media, se hizo con el control de grandes extensiones de tierra en el centro peninsular, en las actuales provincias de Madrid y Guadalajara.

Entre ellas, el Señorío de Buitrago, que el rey Enrique II de Castilla (1333-1379) donó a Pedro González de Mendoza (1340-1385) en el siglo XIV.

Fue su nieto, Íñigo López de Mendoza (1398-1458), el célebre Marqués de Santillana, quien, en el siglo XV, convirtió la llamada Dehesa de El Bosque, una finca situada a unos tres kilómetros del recinto histórico de Buitrago, en un coto de caza mayor.

En el siglo XVI, otro Íñigo López de Mendoza (1566-1601), descendiente de aquel y, a la sazón, quinto Duque del Infantado, decidió levantar en este cazadero el palacio que ha llegado hasta nosotros.

Los trabajos de construcción se extendieron desde 1596 hasta 1601 y fueron dirigidos por Diego de Valera, maestro alarife de la casa ducal.

El edificio fue concebido para tener un uso recreativo, en la línea de las casas diseñadas, a mediados del siglo XVI, por el célebre arquitecto Andrea Palladio (1508-1580), en la región italiana del Véneto.

La influencia palladiana ha sido defendida por diferentes investigadores, como el historiador cántabro José Miguel Muñoz Jiménez (1956). La utilización de este término no alude tanto a una pretendida inspiración arquitectónica, como a la existencia un planteamiento similar, en lo que respecta a su configuración como villa rústica.

El palacete tuvo una intensa actividad social. En él residieron, de forma temporal, personalidades muy destacadas y poderosas, que eran invitadas para pasar unas jornadas de caza y asueto. Es el caso del rey Felipe III, que visitó la finca entre el 12 y el 16 de mayo de 1601.

De aquel esplendor no quedan más que unas cuantas ruinas de piedra, teja y ladrillo, entre las que sobresale la estructura de planta circular que sirvió de capilla, sin duda alguna el elemento que mejor se ha conservado.


El palacio, en los años cincuenta del siglo XX.

Artículos relacionados

Otros monumentos de Buitrago del Lozoya:
- La coracha de Buitrago del Lozoya
- La Torre del Reloj, de Buitrago
- El Puente del Arrabal

jueves, 23 de diciembre de 2010

Feliz Navidad 2010

Nuestra felicitación navideña viene de la mano de dos genios de la fotografía española. Nos referimos a Alfonso Sánchez García (1880-1953), más conocido como Alfonso, y a Martín Santos Yubero (1903-1994), cuyo legado fotográfico resulta imprescindible para comprender la evolución de España, en general, y de Madrid, en particular, a lo largo del siglo XX.

Del primero traemos su famosa Vendedora de pavos en la Plazuela de Santa Cruz (1925), como reflejo de una costumbre navideña que se ha perdido.



La siguiente fotografía, realizada por Santos Yubero en 1933, nos muestra a una niña con una zambomba, un instrumento típicamente navideño que, al igual que la venta ambulante de pavos, resulta casi imposible de ver en nuestras calles.



A este último autor también se debe la imagen posterior, en la que posan los niños del Colegio de San Ildefonso que cantaron el 'gordo' de la Lotería de Navidad en 1935. En este caso, se trata de una tradición que no sólo no ha desaparecido, sino que sigue más viva que nunca.















Nos quedamos con las caras de ilusión de los personajes retratados y, sonriendo como hacen ellos, queremos desearos lo mejor para estas fiestas.

¡Muchas gracias por vuestra fidelidad!
¡Muchas felicidades!

lunes, 20 de diciembre de 2010

'El retablo de Doña María de Aragón'

Cambiamos nuestro habitual registro arquitectónico, para centrarnos en una de las obras pictóricas más importantes surgidas en el seno de nuestra ciudad.

Nos estamos refiriendo a El retablo de Doña María de Aragón, un conjunto de seis lienzos pintados por El Greco a finales del siglo XVI, que decoraron el altar mayor de la desaparecida iglesia del Colegio de la Encarnación, hasta principios del siglo XIX.


Reconstrucción hipotética del retablo.

Historia

El Colegio de la Encarnación fue un seminario agustino, que estuvo situado en las inmediaciones del Real Alcázar, en la actual Plaza de la Marina Española, donde hoy se levanta el Palacio del Senado.

Fue fundado en 1590 por María de Córdoba y Aragón (1539-1593), un personaje muy influyente en la Corte de Felipe II (r. 1556-1598), gracias a su estrecha relación con la reina Ana de Austria (1549-1580), la cuarta esposa del monarca.

De ahí que todo el mundo conociera a esta institución como el Colegio de Doña María de Aragón, nombre que, finalmente, acabó imponiéndose incluso a nivel oficial.


Detalle del colegio en el plano de Pedro Texeira (1656).

Doménikos Theotokópoulos, El Greco (1541-1614) recibió el encargo de realizar el retablo en 1595, de manos del Consejo de Castilla, organismo que se había responsabilizado del colegio, tras el fallecimiento dos años antes de María de Aragón.

Este trabajo, el único que el artista llevó a cabo netamente en Madrid, significó todo un hito en su carrera, dado el enorme prestigio de la fundación que lo había contratado, una de las más relevantes en tiempos de los Austrias.

Por no hablar de los honorarios, cuantificados en más de 62.000 reales, la suma más elevada percibida por el pintor en toda su trayectoria.

Si, en el terreno económico, la empresa fue posible gracias a María de Aragón, quien, antes de morir, dejó asegurada su total financiación, en el aspecto artístico, el escritor y predicador franciscano Fray Alonso de Orozco fue el auténtico y más directo inspirador del proyecto.

El colegio cerró en 1808 o en 1809, en cumplimiento de dos decretos promulgados por José I Bonaparte (r. 1808-1813), dirigidos a reducir la presencia de las órdenes religiosas.

En 1814, el edificio sufrió una profunda transformación, que prácticamente borró su aspecto primitivo, para ser adaptado como Salón de Cortes, precedente del actual Senado de España.


Vista del Palacio del Senado.

Durante las obras de remodelación, se decidió desmontar el retablo y llevarlo al desaparecido Convento de San Felipe el Real, en la Puerta del Sol, regentado también por los agustinos.

En 1835, con la Desamortización de Mendizábal, los lienzos fueron depositados en la Real Academia de San Fernando y, posteriormente, en el Museo Nacional de Pintura y Escultura, llamado popularmente Museo de la Trinidad, en alusión al antiguo monasterio donde tuvo su sede.

De las seis pinturas que integraban el conjunto, cinco se encuentran en la actualidad en el Museo del Prado, donde fue trasladada la colección del Museo de la Trinidad, tras su desaparición en 1872. Se trata de El bautismo de Cristo, La crucifixión, La resurrección de Cristo, Pentecostés y La anunciación.

Lamentablemente, La adoración de los pastores salió de nuestro país. Después de pasar por diferentes particulares, terminó en el Museo Nacional de Arte de Rumanía, en Bucarest, donde se exhibe desde 1948.

Descripción

Hasta tiempos relativamente recientes, no se conocía el número de piezas que conformaban el retablo y, mucho menos, su configuración. El descubrimiento en 1985 de un documento en el que se relacionaban las obras existentes en más de treinta conventos madrileños arrojó algo de luz sobre el conjunto.

Según este inventario, estaba integrado por siete pinturas originales de El Greco, además de por seis esculturas de madera, que se han perdido, con las figuras de San Pedro, San Pablo, San Antonio, San Agustín, San Nicolás de Tolentino y Santo Tomás de Villanueva.

A pesar de su brevedad, esta descripción ha permitido concluir que el retablo presentaba dos pisos y tres calles. En la parte inferior, se encontraban La Anunciación, flanqueada por La adoración de los pastores y El bautismo de Cristo; y, en la superior, La crucifixión, con La resurreción de Cristo y Pentecostés a ambos lados.

Todo ello pudo ser reconstruido en el otoño de 2010, con motivo de una exposición organizada por el Museo del Prado, que contó con La adoración de los pastores que se halla en Bucarest. Desde la desmantelación del retablo en tiempos de José I, no se habían podido ver juntos los seis lienzos.

Con respecto a la séptima pintura señalada en el inventario, se desconoce cuál pudo ser, aunque cabe suponer que fuera una obra de tamaño menor, situada probablemente en la coronación. Podría pensarse en una Santa Faz, en un Cordero adorado por ángeles o en una Virgen con Niño, temas muy recurrentes en El Greco.

Estamos ante uno de los trabajos más trascendentes del pintor, con el que éste inició su última etapa, la más personal de toda su producción artística. El conjunto constituye un alarde de composición, dibujo y sentido del color, que, sin embargo, no fue comprendido en el momento de su presentación. Muy al contrario, fue objeto de numerosas críticas.


'La adoración de los pastores', la única obra del retablo que no se conserva en el Museo del Prado.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La Fuente de El Caño, de Torrelodones

Visitamos el municipio de Torrelodones, tras la pista del estilo herreriano, que tanto definió la fisonomía de la región madrileña entre los siglos XVI y XVII.

Aquí se encuentra la Fuente de El Caño, que fue levantada durante el reinado de Felipe II (r. 1556-1598), poco después de que acabasen las obras del Monasterio de El Escorial (1563-1584).

Se trata de una de las fuentes monumentales más antiguas que se conservan en la comunidad autónoma.



Historia

La Fuente del Caño se construyó a partir de una iniciativa municipal, dirigida a hacer más agradables las estancias del rey Felipe II en Torrelodones, donde éste pernoctaba cada vez que se desplazaba desde Madrid hasta el Monasterio de El Escorial.

La localidad estaba situada a una distancia de cinco leguas de la Villa y Corte, dentro del Real Camino de Valladolid, uno de los más utilizados para llegar al Real Sitio. Normalmente, este trecho se recorría en una jornada, lo que obligaba a los viajeros a pasar la noche en el pueblo.

El proyecto de la fuente fue encargado a Gaspar Rodríguez, un maestro de albañilería de origen vallisoletano o, tal vez, palentino, que contó con la colaboración de Juan Aguado, vecino de Galapagar. Ambos habían trabajando con anterioridad en el Monasterio de El Escorial.

En 1591 la fuente ya estaba concluida. Así consta en el documento existente en los archivos históricos del Ayuntamiento de Torrelodones, donde figura que la obra fue tasada en 5.720 reales, por parte de los canteros Juan de Bargas y Juan de Burga Valdelastras.

Descripción

La fuente está realizada en sillería, a base de granito. A pesar de su aspecto mural, no fue concebida para estar adosada.

Presenta una estructura muy sencilla, con un cuerpo rectangular, sobre el que descansa un frontón de aire clásico, recorrido por una cornisa saliente. A sus pies se extiende un pilón de planta cuadrangular, al que vierten dos caños.

Los vértices del frontón aparecen rematados con tres bolas de piedra, un recurso muy frecuente en las construcciones herrerianas, con una gran presencia de figuras geométricas básicas, tales como pirámides o esferas.

Sin embargo, el frontispicio parece desmarcarse de las pautas típicamente escurialenses. Está presidido por un escudo, alrededor del cual hay labradas varias franjas, algunas de ellas curvadas, que rompen el equilibrio rectilíneo al que suele tender el citado estilo.

Con respecto al escudo, se encuentra muy desgastado. No se conoce su heráldica, si bien parecen adivinarse las armas de los Mendoza, los Luna y los Granados.



La fuente ha tenido tres enclaves diferentes a lo largo de la historia. En 1984, tuvo lugar el traslado definitivo, mediante el cual fue colocada en el centro de una plaza, muy cerca de su ubicación primitiva.

Con tal motivo, le fueron añadidas, a modo de exedra, dos extensiones laterales semicirculares, en las que hay dispuestos asientos. Fueron diseñadas en 1983 por el pintor Manuel López-Villaseñor (1924-1996), vecino de Torrelodones en aquellos momentos.

La Fuente de El Caño no fue el único monumento herreriano construido en Torrelodones en el siglo XVI. En 1589 se puso la primera piedra del Real Aposento de Torrelodones, que el rey Felipe II mandó edificar a su arquitecto, Juan de Herrera (1530-1597). Lamentablemente fue impunemente derribado en el año 1965.

Fotografías de Guerra Esetena, algunas de ellas también publicadas en Wikipedia.

Artículos relacionados

La serie "El estilo herreriano en la Comunidad de Madrid" consta de estos otros reportajes:

- La Iglesia de San Bernabé, en El Escorial
- Francisco de Mora y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial
- El Puente Nuevo

lunes, 13 de diciembre de 2010

El desaparecido Puente de El Pardo

Recuperamos la sección "El Madrid desaparecido" para hablar del Puente de El Pardo, que se levantó en el año 1935 sobre el río Manzanares, siguiendo un diseño de Carlos Fernández Casado (1905-1988).

Fue uno de los primeros 'puentes de altura estricta' realizados en España, una tipología desarrollada por el citado ingeniero, que estuvo vigente en nuestro país en el segundo tercio del siglo XX, claramente entroncada con el racionalismo arquitectónico, imperante en la época.

Lamentablemente, ya no queda nada de este puente. Lo que no deja de ser curioso, porque, en las casi cuatro décadas que se mantuvo en pie, nunca se abrió al tráfico, más allá de determinados usos de carácter privado.


Archivo de Carlos Fernández Casado.

Historia

El puente se proyectó en el contexto de construcción de una nueva carretera, con la que se pretendía conectar la capital con la sierra, a través del Monte de El Pardo, buscando una alternativa más directa a las actuales autovías de La Coruña y Colmenar Viejo.

Todo ello a partir de una iniciativa del Gabinete Técnico de Accesos y Extrarradio de Madrid, dependiente del Ministerio de Obras Públicas, en tiempos de la Segunda República.

Tras la Guerra Civil, Franco decidió inutilizar la nueva vía, al considerar, tal vez por cuestiones de seguridad, que pasaba demasiado cerca del Palacio de El Pardo, donde había establecido su residencia.

El puente quedó abandonado, a merced de las corrientes del río, que terminaron por descubrir sus pilotes.

Fue demolido a finales de los años sesenta, coincidiendo con las obras de la Presa de El Pardo, ya que obstaculizaba el llenado de este embalse, el único existente en el término municipal madrileño, con el que se regula la canalización del Manzanares, a su paso por el casco urbano.

'Puentes de altura estricta'

Los 'puentes de altura estricta' de Carlos Fernández Casado surgieron como una alternativa a las convencionales estructuras soportadas en arcos.

Planteaban una solución estandarizada a "los pasos de cauces en caminos vecinales y carreteras secundarias" y tenían como objeto "salvar las luces prácticas más corrientes con la mínima pérdida de altura", en palabras del propio autor.

Haciendo suyo el principio de "menos es más", pronunciado por el célebre arquitecto alemán Mies va der Rohe (1886-1969), Fernández Casado propuso minimizar los elementos constructivos hasta lo 'estrictamente' necesario, con la intención de no modificar el medio natural.

"Que se arranque lo menos posible de mineral en la mina, que la menor cantidad de piedra y arena se desvíen de su proceso evolutivo, que se consuma el mínimo de combustible y se introduzcan las menos ideas nuevas en el paisaje".

En su empeño por llegar hasta la esencia del puente, el prestigioso ingeniero proponía eliminar todo lo accesorio, no sólo en referencia a a las piezas ornamentales, sino también a aquellos elementos estructurales que, como consecuencia del empleo de arcos, obligaban a elevar la altura de la construcción.


Archivo de Carlos Fernández Casado.

Se ttrataba de evitar las elevaciones de rasante que provocaban los tradicionales puentes de arcos o, dicho de otro modo, asegurar la continuidad del perfil de la carretera, prescindiendo de las obras de acompañamiento que, como las rampas, los terraplenes o las variantes de acceso, incrementaban sensiblemente los costes.

Pero la idea de lo estricto iba mucho más allá de esta dimensión económica que se acaba de señalar. El objetivo final no era tanto abaratar los trabajos, como lograr el menor impacto medioambiental posible, en lo que constituye todo un alegato ecologista, que se anticipa varias décadas a los actuales movimientos de defensa de la naturaleza.

"La aspiración de economizar, que, por un lado, apunta hacia una meta de lucro, es decir, de lo ventajoso materialmente, en lo más profundo consiste en causar la mínima alteración de las condiciones de las cosas".

"Al imaginar el puente, estamos en una relación amorosa con el mundo físico, reforzada ahora por la tendencia a economizar en todas direcciones".

"Éste es el gran aliciente del ingeniero: salvar la distancia que separa al hombre actual de la naturaleza".

Los 'puentes de altura estricta' significaron un esfuerzo de normalización, tanto formal como estructural, del puente de tramo recto, sin precedentes en España.

Fernández Casado elaboró diez series de esta tipología, formadas por cinco modelos en losa y cinco modelos de viga, todos ellos en hormigón armado.

Esta colección tuvo una rápida propagación por toda España, con más de cincuenta realizaciones, llevadas a cabo tanto por su autor como por otros ingenieros. Pervivió hasta los años sesenta, cuando la generalización del hormigón pretensado la dejó obsoleta.


Archivo de Carlos Fernández Casado.

Descripción

El desaparecido Puente de El Pardo es un compendio de los grandes principios teóricos de su creador: sentido de lo estricto, rigor geométrico, claro predominio del plano y de la línea recta, sencillez y sobriedad en la composición, ausencia de ornamentación y preciso ajuste entre funcionalidad y resistencia.

Estaba situado a unos dos kilómetros del casco urbano de El Pardo, en terrenos actualmente anegados por las aguas del embalse homónimo. Constaba de cinco vanos, con 20 metros de luz en el caso de los tres centrales y 15 metros en los dos laterales.

Su estructura era de tramo recto continuo, obtenida por la combinación de dos de los diez modelos que integraban la colección de 'puentes de altura estricta' de su autor, en concreto, el de pórtico sencillo y el dintel de tres vanos. Fue, en su momento, uno de los tramos continuos más largos de España.

El tablero medía 12 metros de anchura. Sus puntos de apoyo estaban formados por sencillos tabiques de hormigón armado, de unos 70 centímetros de espesor, terminados en tajamares triangulares.

En lo que respecta a la cimentación, toda la estructura se sostenía sobre un total de 250 pilotes hincados, con una profundidad media de 9 metros.


Archivo de Carlos Fernández Casado.

En la Comunidad de Madrid, se conservan diferentes obras de Carlos Fernández Casado, entre las que cabe destacar varios pasos en la A-6 y el Puente de Puerta de Hierro (1934), que salva el río Manzanares cerca del monumento del mismo nombre.

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Otros ejemplos de arquitectura racionalista madrileña son:

jueves, 9 de diciembre de 2010

Piedra Escrita, en Cenicientos

Llegamos hasta Cenicientos, el municipio más occidental de la Comunidad de Madrid, donde se encuentra el megalito denominado Piedra Escrita, uno de los monumentos más singulares y curiosos existentes en la región.


Fotografía del Ayuntamiento de Cenicientos.

Se trata de una roca natural de granito, de unos siete metros de alto y nueve de perímetro, que tiene labrado en una de sus caras un relieve escultórico, muy probablemente de origen romano, además de varias inscripciones, de diferentes épocas.

La piedra se halla en las primeras estribaciones de la Sierra de Gredos, dentro de una finca privada dedicada a labores agrícolas, a varios kilómetros del casco urbano de Cenicientos, muy cerca del límite con la provincia de Toledo.

Su lado nororiental está horadado, de tal suerte que se forma una especie de hornacina, de unos 2,40 metros de alto y 1,27 de ancho y una profundidad que oscila entre los 16 y 20 centímetros.

La oquedad presenta tres secciones: una cabecera semicircular lisa y dos espacios rectangulares apaisados, esculpidos. La situada en el centro es, sin duda, la más interesante, ya que aquí aparece una escena en bajorrelieve, donde se representan dos personas mirando a una tercera, todas ellas ataviadas con atuendos romanos.

En la tercera sección distinguida, pueden apreciarse dos siluetas borrosas de animales, una de las cuales podría corresponderse con un toro y la otra con una ternera o, tal vez, una cabra.

Estas dos figuras muestran un estado de conservación muy delicado, tras haber sido raspadas por el dueño de la finca, quien, harto de las continuas visitas a su propiedad, actuó de este modo con la intención de detener el flujo de curiosos.

Igual suerte corrió la leyenda que hay inscrita en una de las esquinas de la hornacina, por lo que resulta muy difícil descifrarla. En realidad, hay que hablar de dos inscripciones superpuestas: una medieval y otra realizada durante la dominación romana, que queda debajo.


Fotografía del Ayuntamiento de Cenicientos.

Mucho se ha especulado sobre la funcionalidad de este megalito. Quizá el estudio más concluyente al respecto sea el de la profesora Alicia M. Canto, a quien ya hemos citado en este blog, concretamente en el artículo dedicado a la Silla de Felipe II.

Para esta prestigiosa investigadora, estamos ante un sacellum o santuario rural, posiblemente del siglo II después de Cristo, que estuvo consagrado a la diosa Diana. Fue levantado por un tal Sisquinio para dar las gracias a la divinidad por algún favor concedido a su esposa.

Al menos, esto es lo que se desprende de la interpretación que hace la autora de las inscripciones semi-borradas y de la propia escena esculpida en la piedra. Podría entenderse que se está representando una ofrenda, con Sisquinio y su mujer como oferentes, y la diosa Diana, en actitud receptiva.

El megalito también fue un hito divisorio, dado su emplazamiento justo en la frontera oriental entre las provincias hispanas de Lusitania y Tarraconense, y una señal que advertía de la presencia inmediata de bosques sagrados, como parecen indicar las garras de oso que hay labradas en la zona trasera de la roca.

Alicia M. Canto apoya este último dato en un texto de Latinus Togatus, redactado en el siglo III después de Cristo: "si en un hito divisorio o sobre una piedra natural se representara la garra de un oso, significa que comienza un bosque [sagrado]".

Se concluye así que en el entorno de Cenicientos hubo antiguamente un bosque sagrado y que éste estuvo encomendado a Diana, diosa virgen de la caza y protectora de la naturaleza.


Fotografía del Ayuntamiento de Cenicientos.

Bibliografía consultada


La 'piedra escrita' de Diana en Cenicientos (Madrid) y la frontera oriental de Lusitania, de Alicia M. Canto. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid, 1994

lunes, 6 de diciembre de 2010

La Gruta de la Virgen de Begoña, en Miraflores

Miraflores de la Sierra es uno de los pueblos más conocidos de la Comunidad de Madrid. Está situado en la parte septentrional de la región, a casi 1.150 metros de altidtud, en una zona montañosa de gran valor medioambiental, recorrida por los puertos de La Morcuera y de Canencia.

El municipio posee una larga tradición como destino de veraneo, que se remonta a finales del siglo XIX, cuando se edificaron las primeras mansiones de recreo. Ha sido el lugar de residencia, ya sea de forma permanente o temporal, de personalidades tan ilustres como Manuel Azaña (1880-1940) o Vicente Aleixandre (1898-1984).



Uno de los atractivos de esta localidad es la Gruta de Nuestra Señora de Begoña, que, pese a su carácter privado, se ha convertido en uno de los sitios más visitados de Miraflores. El enclave ha sido reconocido por la Comunidad de Madrid como Sitio de Interés Turístico.

El santuario fue construido en 1952, a partir de una iniciativa de Julián Reyzábal Delgado (1903-1978), vecino del municipio, utilizando terrenos de su propiedad.

Se trata de un recinto al aire libre, articulado alrededor de una roca natural, sobre la que se abre una gran oquedad. Ésta ha sido aprovechada para instalar un altar, presidido por una imagen de la Virgen de Begoña, que se protege dentro de una hornacina de cristal.


La gruta en una postal de los años setenta del siglo XX.

La presencia de esta advocación mariana en tierras madrileñas, tan lejos del País Vasco, de donde es originaria, obedece a la devoción que sentía el fundador de la capilla, que, pese a su origen castellano, pasó buena parte de su vida en Bilbao.

El entorno inmediato de la capilla está decorado con jardines, estanques y grupos escultóricos, entre los que cabe destacar varias imágenes religiosas, así como un busto del propio Julián Reyzábal.

Todo ello da como resultado una estética un tanto kitsch, que, en cualquier caso, tiene su encanto.


Garganta del río Guadalix, vista desde la gruta.

Sólo por contemplar el paraje natural donde se encuentra la gruta, merece la pena la visita. Está ubicada al borde un barranco, desde donde se divisa una magnífica panorámica del casco urbano de Miraflores y de la garganta del río Guadalix, que, en ese tramo de su curso, recibe el nombre de Miraflores, en alusión directa al pueblo.

jueves, 2 de diciembre de 2010

La Madona de Madrid

La Madona de Madrid es una de las tallas marianas más bellas y, al mismo tiempo, más desconocidas de la ciudad, a pesar de su enorme relevancia histórica y artística.

Estamos ante una de las escasas muestras de escultura medieval que tenemos en la capital y, sin embargo, no puede ser visitada, al estar ubicada en la zona de clausura del nuevo Convento de Santo Domingo, en el número 112 de la Calle de Claudio Coello.


La talla en un fotograbado de principios del siglo XX.

Historia

La Madona de Madrid se veneraba en el desaparecido Convento de Santo Domingo el Real, el primero de nuestro país regentado por una congregación femenina, según figura en algunas fuentes. Fue construido en 1218, en el solar sobre el que actualmente se extiende la Plaza de Santo Domingo.

La tradición sostiene que la imagen llegó a esta institución en 1228, año en el que Fernando III el Santo (1199-1252) tomó a las monjas bajo su protección y les hizo entrega de los terrenos de la llamada Huerta de la Reina.

No obstante, la hipótesis más aceptada es que, dadas sus características formales, la estatua sea de mediados del siglo XIV. Pero de lo que no cabe ninguna duda es que fue donada por algún miembro de la realeza, como así se desprende de las armas labradas en su base, alusivas a la Corona de Castilla y León.


Fotografía de Mercedes Pérez Vidal.

Es posible que fuese una donación de Pedro I el Cruel (1334-1369) o tal vez de su nieta, Constanza de Castilla y Eril, que fue abadesa del convento durante buena parte del siglo XV. A ella se debió el traslado de los restos mortales de su abuelo, el rey, desde su primer enterramiento en Puebla de Alcocer (Badajoz) hasta Santo Domingo el Real.

En 1869 se ordenó la demolición del monasterio, lo que supuso la desaparición de casi todos los tesoros artísticos y documentos históricos que se custodiaban en sus dependencias. Una pérdida de incalculable valor, que los madrileños no hemos lamentado lo suficiente.

Las monjas fueron acogidas en el Convento de Santa Catalina de Siena, en la Calle de Mesón de Paredes. Aquí permanecieron hasta 1882, año en el que se trasladaron al actual edificio de la Calle de Claudio Coello, cuya construcción dio comienzo en 1879, a partir de un proyecto del arquitecto Vicente Carrasco.


Interior de Santo Domingo el Real en una estampa anterior a 1869. Museo de Historia.

Además de la talla que nos ocupa, las religiosas se llevaron consigo la pila bautismal donde, según la tradición católica, fue cristianado Santo Domingo de Guzmán (1170-1221). Desde tiempos de Felipe III (1578-1621), es utilizada por la Familia Real española para bautizar a sus descendientes.

Otra de las obras rescatadas fue el sepulcro tardomedieval de Pedro I el Cruel, que se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional, en la madrileña Calle de Serrano.

La Madona de Madrid sólo ha salido de su actual emplazamiento en muy contadas ocasiones, con motivo de la celebración de algún acto religioso, caso de la procesión que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1929, o de una alguna que otra exposición, como la organizada en 1986 para conmemorar el centenario de la Diócesis de Madrid-Alcalá.

Descripción

En pleno Siglo de Oro, el clérigo Jerónimo de Quintana, considerado por muchos como el primer cronista de la Villa de Madrid, dijo de la imagen que era "grande, de bulto". Quizá fue una calificación excesivamente generosa, ya que la talla mide aproximadamente 100 centímetros de alto, 45 centímetros de ancho y 20 centímetros de fondo.


Fotografía del catálogo de la Exposición conmemorativa del centenario de la Diócesis de Madrid-Alcalá (1986). En la actualidad, la Virgen está coronada.

Santa María aparece sentada en un trono bajo, con una expresión entre serena y alegre. Con el brazo derecho agarra una rosa, mientras que, con el izquierdo, toma a su hijo, mostrándolo al mundo. En plena consonancia con las pautas románicas, se ha rebajado la carga maternal, para enfatizar la majestad del recién nacido.

La escultura utiliza el modelo sedente característico del románico, si bien la riqueza de matices conseguida en los rostros de la Virgen y el Niño, así como la sensación de movimiento que transmite el manto materno, revelan que estamos ante una fase muy tardía del citado estilo.

El Niño Jesús se encuentra también sentado, apoyado sobre una de las piernas de la Virgen. Con una de sus manos, imparte la bendición y, con la otra, sostiene un pequeño libro. Le envuelve parcialmente el gran manto de la madre, con la que ésta se cubre desde el cuello hasta los pies del sitial.

La escultura está hecha en madera policromada, con el rojo, el negro y el oro como colores dominantes. En su parte inferior, se alternan representaciones de castillos y leones heráldicos, que informan de su procedencia real.


'La Plaza de Santo Domingo' (1665-68), por Louis Meunier. Museo de Historia. El Convento de Santo Domingo se alza detrás de la fuente.