lunes, 25 de julio de 2011

El Palacio de Cárdenas (o la Casa de los Salvajes)

Nos dirigimos al Madrid de los Austrias, a la Plaza del Conde de Miranda, donde estuvo el desaparecido Palacio de Cárdenas, aunque todo el mundo lo conocía como la Casa de los Salvajes, en alusión a las dos figuras masculinas de piedra que había en su fachada.


Detalle del plano de Pedro de Teixeira (1656).

Este palacio, uno de los primeros de estilo renacentista construidos en Madrid, fue levantado en la primera mitad de siglo XVI, como la casa del mayorazgo que Juan Zapata y Cárdenas, primer Conde de Barajas, caballerizo mayor de Enrique IV y ayo del Príncipe Juan -hijo de los Reyes Católicos-, fundó en el año 1485.

Contaba con un bellísimo patio porticado y con una meritoria portada, en la que destacaban las mencionadas esculturas de los 'salvajes', que estaban flanqueando los lados del balcón principal.

Como señala Manuel Blas, este tipo de ornamentación, que bien pudiera representar de forma fantástica a aborígenes americanos, fue muy recurrente en la arquitectura palaciega desarrollada en España a partir del Descubrimiento de América.

Sin ir más lejos, en Cadalso de los Vidrios, en el vértice suroccidental de la Comunidad de Madrid, se conserva un caserón de origen renacentista decorado de este modo, que también recibe el nombre de la Casa de los Salvajes.


Casa de los Salvajes, en Cadalso de los Vidrios (fuente: Consorcio Sierra Oeste). ¿Serían así los 'salvajes' de Madrid?

Asimismo, en la ciudad jienense de Úbeda existe otra Casa de los Salvajes, igualmente del Renacimiento. Como puede comprobarse en la fotografía inferior, los grupos escultóricos parecen seguir el mismo patrón de los anteriores, lo que hace pensar que los de Madrid pudieron ser muy parecidos.


Casa de los Salvajes, en Úbeda (fuente: www.andalucia.org)

Las estatuas del Palacio de Cárdenas alcanzaron una gran popularidad entre los madrileños, como así refleja este diálogo de la pieza teatral Mojiganga de las casas de Madrid, escrita en los primeros años del siglo XVII por Juan Francisco de Tejera:

- Ya llegamos.
- ¿Dónde?
- Donde figuras veas extrañas.
- ¿En qué parte?
- Ya te digo que en las casas más nombradas de Madrid. Entra.
- ¿Qué veo? ¿Qué casa es ésta?
- La Casa de los Salvajes.

Con el paso del tiempo, el palacio pasó a manos de los Condes de Miranda y de Montijo, que también se hicieron con un caserón colindante, que afortunadamente todavía se encuentra en pie, aunque muy transformado.

En la segunda mitad del siglo XVIII, ambos inmuebles fueron remodelados y ampliados, hasta quedar anexados por sus extremos, formando una escuadra.

Como consecuencia de estas obras, la Casa de los Salvajes fue demolida en parte, para ser rehecha siguiendo los gustos de la época. Se optó por conservar la fachada exterior con los 'salvajes', pero el hermoso patio renacentista fue tristemente desmontado.



Los resultados de estas reformas pueden apreciarse parcialmente en esta dos imágenes históricas, en las que aparece el ángulo suroriental de la Plaza del Conde de Miranda en los años 1914 (fotografía superior) y 1915 (fotografía inferior).


El Palacio de Cárdenas queda a la izquierda (al este), unido mediante un arco de medio punto con el edificio que cierra la plaza hacia el sur, que, como se acaba de comentar, también fue adquirido por los Condes de Miranda. Al fondo, puede apreciarse la Calle de la Pasa, presidida por el Palacio Arzobispal.

Algunos de los elementos primitivos que se derribaron fueron llevados a la Quinta de Miranda o de Eugenia de Montijo, una villa de recreo que los Condes de Miranda tenían en Carabanchel y que, en el siglo XIX, fue propiedad de la emperatriz.

Como puede verse en la siguiente fotografía histórica, los capiteles y columnas del patio fueron colocados en la parte posterior del palacete, donde estuvieron hasta los años setenta del siglo XX, cuando todo el conjunto desapareció.


Fuente: 'Recuerdos de Carabanchel'. Varios autores. Ayuntamiento de Madrid, 2003.

En 1913, la Casa de los Salvajes se hizo aún más conocida, porque en ella se cometió el llamado crimen del Capitán Sánchez, uno de los más famosos de la historia de nuestra ciudad. 

Al parecer, el militar mató a martillazos a un viudo adinerado y lo emparedó en el palacio, que, en aquel momento, era la sede de la Escuela Superior de Guerra.

Desconocemos en qué momento exacto el palacio sucumbió bajo la piqueta. Sobre su solar se alzan hoy en día unas modernas viviendas, que contrastan con el sabor añejo de las construcciones que conforman los otros flancos de la plaza.


Lado oriental de la plaza, con el moderno edificio construido en el lugar donde estuvo la Casa de los Salvajes.

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lunes, 18 de julio de 2011

El río Manzanares, según Aureliano de Beruete

Pocos pintores le han prestado tanta atención al Manzanares como Aureliano de Beruete (Madrid, 1845-1912), uno de los paisajistas más destacados de la pintura española.

El aprendiz de río aparece en numerosas obras suyas, como tema central de la composición. Su curso breve y divagante, que tantos y tantos escritores han ridiculizado a lo largo de la historia, queda convertido, gracias a su pincelada fina y suelta, en un espectáculo de colores, con todos los matices lumínicos que dan las estaciones y las horas del día, al más puro estilo impresionista.

Aún a riesgo de omitir algunos de los lienzos que el artista dedicó al Manzanares, realizamos un repaso cronológico de su manera de ver el río. Más que agua, que ya sabemos que no hay mucha, Beruete reflejó la luz de la corriente, cuando ésta discurría libre y salvaje, sin los rigores y apreturas de la canalización actual.



Comenzamos con este óleo del año 1878, titulado Orillas del Manzanares, que se conserva en el Museo del Prado. Se trata de una pintura de corte realista, muy alejada del espíritu impresionista que define la obra posterior del pintor. Madrid puede verse al fondo, con algunos de sus edificios más emblemáticos siluetados, entre ellos San Francisco el Grande y su majestuosa cúpula.



El segundo cuadro que recogemos también lleva por título Orillas del Manzanares. No en vano éste fue uno de los temas más recurrentes en la carrera del artista. Fue realizado hacia 1880 y es propiedad de la Obra Social de Caja España. En él se muestra al río a su paso por la Sierra de Guadarrama, probablemente en las inmediaciones de La Pedriza.



Beruete eligió para sus composiciones lugares hasta entones inéditos en el paisajismo español. Tuvo una especial predilección por la periferia de Madrid y no dudó en plasmar enclaves recoletos, que no cumplían las condiciones estéticas que, según las pautas de la época, tenía que tener un paisaje para ser pintado. Es el caso de este Lavaderos del Manzanares (1904), que se exhibe en el Museo Sorolla, en Madrid.



El Manzanares bajo el Puente de los Franceses (1906, Colección Alberto Corral) pertenece a la etapa de plena madurez del artista. Pese a que el puente queda plasmado únicamente a través de sus pilas, como si no tuviera importancia dentro del paisaje, cumple una función de primer orden, ya que sus tonos rojizos se extienden a todo el conjunto.



Seguimos con otra de las muchas Orillas del Manzanares que pintó Beruete, en esta ocasión dentro de un entorno netamente urbano. Estamos ya en el año 1907, en un momento en el que el artista, muy influenciado por el impresionismo francés, persigue la luz de modo casi obsesivo. La obra pertenece a la colección del Museo del Prado.



El autor madrileño trabajó en este A orillas del Manzanares del Museo de San Telmo, de San Sebastián, entre los años 1908 y 1910. El río parece fundirse con los tonos otoñales, anaranjados y ocres, que deja a su paso.



La cornisa occidental madrileña fue otro de los temas preferidos de Aureliano de Beruete. En El Manzanares (1908, Museo del Prado) aparece reflejada con tonalidades blancas, aunque realmente el verdadero protagonista del cuadro es el el río, que ocupa más de la mitad del lienzo. El autor se sirve de él para llevar a cabo efectistas juegos de colores, creando una magnífica escenografía alrededor la ciudad y de sus símbolos más reconocibles.



En Madrid desde el Manzanares (1908, Museo del Prado) Aureliano de Beruete recurre al mismo paisaje que en el cuadro anterior, con una perspectiva muy similar, ligeramente desplazada hacia el norte. A pesar de las semejanzas, cambia radicalmente la luz, dentro de esa preocupación del autor por captar las variaciones lumínicas que se producen a lo largo del día y en las diferentes épocas del año.



En Vista de Madrid desde la Pradera de San Isidro (1909, Museo del Prado), el río queda en un segundo plano. Es sólo un elemento más dentro de la sucesión de impactos cromáticos reflejados por el artista, matizados bajo una luz tenue y sutil, tal vez de otoño, según se desprende de las hojas marrones de los árboles situados a la izquierda.

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lunes, 11 de julio de 2011

El quiosco de música de Rosales

Recuperamos la sección "El Madrid desaparecido" trasladándonos al Parque del Oeste, concretamente a la confluencia de la Avenida del Marqués de Urquijo con el Paseo de Rosales, donde estuvo situado el más bello templete de música que ha tenido nuestra ciudad.


Año 1930.

Fue realizado por el arquitecto Luis Bellido y González (1869-1955), a quien los madrileños debemos trabajos tan señalados como la restauración y ampliación de la Casa de Cisneros, la adaptación de la Puerta de Felipe IV a su actual emplazamiento o el diseño del Mercado de Ganados y Matadero Municipal.

El quiosco fue inaugurado por todo lo alto el 15 de mayo de 1923, festividad de San Isidro, con un concierto de música popular española, ofrecido por la Banda Sinfónica Municipal de Madrid, bajo la dirección del Maestro Villa.


Inauguración (15 de mayo de 1923).

El diario ABC se hizo eco de la noticia de apertura y no escatimó en elogios hacia la construcción, que calificó de "realmente notable por sus condiciones y capacidad, un alarde de buen gusto".

Al mismo tiempo, informó que se iban a realizar "obras de explanación y embellecimiento de la glorieta donde el quiosco está enclavado", un recinto que lamentablemente también se ha perdido.

La Banda Municipal estuvo tocando periódicamente en este lugar hasta el estallido de la Guerra Civil (1936-39). Varios años después del final de la contienda, el templete fue reacondicionado y pudo recuperarse la actividad musical, preferentemente cada domingo.


Año 1938 o 1939, durante la Guerra Civil.

En el año 1951 se procedió a su demolición. También fue destruida la plaza donde estuvo ubicado, con objeto de que la calzada del Paseo de Rosales quedase enderezada y mejorase la fluidez del tráfico rodado. En fin, lo de siempre.


Año 1923.

lunes, 4 de julio de 2011

La Fuente Castellana

La Fuente Castellana es uno de los ejemplos más destacados de la arquitectura conmemorativa madrileña de la primera mitad del siglo XIX. Pese a ello, ha sido objeto de un continuo maltrato, que, lejos de detenerse en los momentos actuales, se ha visto incrementado con las obras de Madrid Río.

La reciente remodelación del Parque de la Arganzuela, donde fue trasladada hace 42 años, muy lejos de su primer emplazamiento en el Paseo de la Castellana, ha supuesto la eliminación de elementos que, como los vasos, los estanques o los juegos de agua, son característicos de toda fuente.



Historia

La historia de esta fuente dio comienzo en 1830, cuando el rey Fernando VII ordenó erigir un monumento para celebrar el nacimiento de su hija Isabel (a la sazón, Isabel II), si bien los trabajos no pudieron empezar hasta tres años después.

El monarca no pudo ver realizado su deseo en vida, ya que le sobrevino la muerte pocos días antes de ponerse la primera piedra. El acto tuvo lugar el 11 de octubre de 1833, prácticamente en coincidencia con el tercer cumpleaños de la princesa, celebrado la jornada anterior.

El proyecto corrió a cargo del arquitecto Francisco Javier de Mariategui (1775-1844), quien concibió una gran columna con pedestal, a modo de hito, todo ello en estilo neoclásico. Contó con la colaboración del escultor José de Tomás (1795-1848), en las labores decorativas, además del cantero José Arnilla y del broncista Eugenio Alonso.

Después de cinco años de obras, el monumento fue levantado en el Paseo de la Castellana -que, en aquel momento, se estaba perfilando como una importante zona de esparcimiento- y más en concreto, en lo que hoy se corresponde con la Glorieta de Emilio Castelar.


Grabado del siglo XIX, donde puede verse la fuente con su primitiva fisonomía.

Inicialmente se pensó en colocarlo en el Paseo del Cisne (actual Calle de Eduardo Dato), pero esta idea se desestimó. No fue la única variación que se hizo sobre la marcha, pues también se transformó el concepto original del propio monumento, al incorporarle una fuente.

De este modo, se mataban dos pájaros de un tiro: por un lado, se cumplían los deseos de la Casa Real y, por otro, se sustituía la primitiva Fuente Castellana, que recogía las aguas del arroyo homónimo, por otra más artística y ornamentada, algo que, en aquellos momentos, se había convertido en una prioridad, dado el empuje que estaba adquiriendo el nuevo Paseo de la Castellana.

La columna con pedestal ideada por Mariategui fue instalada en el centro de un pilón circular, flanqueada por dos esfinges de bronce con surtidores en la boca, que fueron hechas por José de Tomás en 1838.

Así permaneció hasta 1869, cuando se produjo el primero de los maltratos históricos a los que hemos aludido, con la sustitución del pilón por una zona ajardinada y el traslado de las esfinges a la entrada del Estanque Grande del Parque de El Retiro.

El segundo desaguisado llegó en 1906: el monumento fue sencillamente retirado y su lugar ocupado por el actual grupo escultórico de Emilio Castelar, realizado por el célebre Mariano Benlluire (1862-1947).


El monumento a principios del siglo XX, poco antes de su retirada de la Glorieta de Emilio Castelar. Fotografía de J. Lacoste (Museo de Historia de Madrid).

Ocho años después, en 1914, la Fuente Castellana fue rescatada del olvido y, debidamente recompuesta, fue llevada a la Plaza de Manuel Becerra, donde volvió a ser la fuente que fue en sus orígenes. No sólo se reconstruyó el pilón circular que le servía de base, sino que también regresaron las esfinges decimonónicas.

La reordenación del tráfico llevada a cabo en la citada plaza motivó un nuevo traslado, esta vez al Parque de la Arganzuela. Aquí fue embellecida con un impresionante estanque, de más de 100 metros de largo y casi 60 de ancho, sobre el que emergían distintos surtidores de agua. Corría el año 1969.


La fuente en 1969, recién instalada en el Parque de la Arganzuela.

Durante los trabajos de soterramiento de la M-30, desarrollados entre 2004 y 2007, fueron arrasados tanto el estanque como el pilón circular sobre el que se apoyaba directamente la estructura.

No obstante, sobrevivieron varios sillares, que fueron reutilizados como material de construcción en la reciente remodelación del Parque de la Arganzuela, finalizada en el año 2011. Pueden verse desperdigados en algunos de los nuevos elementos levantados en el recinto, caso de los terraplenes sobre los que descansan los ya famosos toboganes-tubo de Madrid Río.



Con respecto a las esfinges, ahí siguen custodiando el monumento. Pero yacen sobre dique seco, con los surtidores vacíos, evidenciando el contrasentido de una fuente sin pilón y sin agua.



Descripción

La fuente también recibe el nombre de Obelisco de la Castellana, en alusión (equivocada, ya que no es un obelisco) a la columna estriada que preside todo el conjunto. Después de su traslado al Parque de la Arganzuela, empezó a ser conocida como Fuente de la Arganzuela o como Obelisco de la Arganzuela.

Como se ha dicho, su elemento más destacado es la columna. Está asentada sobre una basa toscana y tiene integrado, en su parte intermedia, un cubo de piedra, cuyas cuatro caras están decoradas con relieves de bronce, con el sol, la luna y dos coronas de laurel. Carece de capitel y, como remate, hay instalada una estrella polar, que simboliza la capacidad de guía de la princesa Isabel.

La columna se apoya sobre un basamento cúbico y éste sobre un pedestal de planta rectangular, mucho más grande. Este último cuerpo queda recorrido por una cornisa moldurada, sobre la que descansan, en los lados mayores, dos grupos escultóricos, cada uno de ellos con dos amorcillos sosteniendo un blasón.

Uno es el escudo real y el otro reproduce las armas de la Villa de Madrid, con el oso y el madroño a la derecha y un dragón rampante a la izquierda.



El monumento mide cerca de veinte metros de altura, de los cuales aproximadamente nueve corresponden a la columna. Combina diferentes tipos de piedra, como la caliza blanca, el granito rojo y el granito gris, lo que le confiere una gran variedad cromática.

A estos tonos se añaden los matices marrones de la estrella polar y de los relieves de bronce, además del color negro con el que están pintadas las esfinges situadas a los pies de la estructura.


Postal de los años setenta del siglo XX, con una panorámica de la fuente, antes de las obras de Madrid Río.