lunes, 31 de octubre de 2011

El día de Difuntos, según Mariano José de Larra

Coincidiendo con el puente de Todos los Santos, recordamos el artículo El día de Difuntos de 1836, de Mariano José de Larra (1809-1837), una de las figuras más destacadas del romanticismo español.

En este escrito, el autor madrileño recurre a la arraigada tradición de visitar los cementerios para criticar ferozmente la organización del Estado y lamentar la ausencia de expectativas de una sociedad que se acomoda en la parálisis administrativa.

Valiéndose de una gran metáfora, Larra convierte a Madrid en un enorme y lúgubre camposanto, el tétrico escenario de sus ataques contra la incapacidad de las instituciones españolas. Reproducimos a continuación algunos fragmentos.


Monumento a Larra, en la Calle de Bailén.

Al cementerio. "Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían de las puertas de Madrid!"

Madrid es el cementerio. "Vamos claros, dije yo para mí. ¿Dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo".

Media España murió de la otra media. "Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles del grande osario:
  • La armería: aquí yace el valor castellano, con todos sus pertrechos. 
  • Los ministerios: aquí yace media España, murió de la otra media. 
  • La Calle de Postas, la Calle de la Montera: éstos no son sepulcros, son osarios, donde, mezclados y revueltos, duermen el comercio, la industria, la buena fe, el negocio. 
  • Correos: ¡aquí yace la subordinación militar! 
  • La Puerta del Sol: ésta no es sepulcro sino de mentiras. 
  • La Bolsa: aquí yace el crédito español. 
  • La Imprenta Nacional: al revés que la Puerta del Sol, éste es el sepulcro de la verdad. 
  • La Victoria: ésa yace para nosotros en toda España. Allí no había epitafio, no había monumento. 
  • Los teatros: aquí reposan los ingenios españoles. 
  • El Salón de Cortes: fue casa del Espíritu Santo, pero ya el Espíritu Santo no baja al mundo en lenguas de fuego".
Salir del cementerio. "Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos".

Aquí yace la esperanza. "¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza! ¡Silencio, silencio!"


Tumba de Larra, en la Sacramental de San Justo, San Millán y Santa Cruz. Fotografía de Luis García (Zaqarbal), en Wikipedia.

martes, 25 de octubre de 2011

San Miguel de la Sagra

Recuperamos la sección "El Madrid desaparecido" de la mano de San Miguel de la Sagra, una de la diez iglesias que aparecen citadas en el Fuero de 1202 y, sin duda, la más enigmática.

En este documento figura reseñada junto a Santa María, San Salvador, San Nicolás, San Juan, Santiago, San Miguel de los Octoes, San Pedro, San Justo y San Andrés, que, con una fundación anterior al siglo XIII, son las parroquias más antiguas de la capital.

Lamentablemente, sólo han llegado hasta nosotros San Nicolás y San Pedro, con elementos arquitectónicos de importancia, que recuerdan su trazado original, mientras que de San Andrés apenas se conservan unos cuantos vestigios medievales. Las restantes o bien se han perdido o bien presentan edificios de nueva planta, como es el caso de Santiago y San Justo.

San Miguel de la Sagra fue la primera iglesia madrileña en desaparecer, lo que explica que casi no existan datos sobre ella. Se desconoce cuándo fue fundada, aunque, por su ubicación junto a la fachada principal del Real Alcázar, en pleno núcleo fundacional de la villa, puede ser considerada como una de las más remotas.

Tampoco hay certeza sobre su localización exacta, ya que no existen evidencias arqueológicas o, al menos, no se han excavado. Estuvo enclavada en el Campo del Rey, en algún punto desconocido de la actual Plaza de la Armería, casi en contacto con la Plaza de Oriente.

Su nombre se explica por su proximidad con la Puerta de la Sagra, uno de los tres accesos con los que contaba la primitiva muralla musulmana, a través del cual se llegaba a la 'sagra' o campo agrícola que se extendía hasta el río Manzanares.

Pero, a diferencia de otras parroquias del Fuero que también han desaparecido, sí que conocemos su fisonomía, no ya gracias a un plano -como ocurre con el resto-, sino por medio de un dibujo artístico.



Hablamos de Le Chateau de Madrid (El Castillo de Madrid), una obra realizada por el pintor flamenco Jan Cornelius Vermeyen (1500-59) hacia 1534, que es tenida por muchos como la primera representación urbana que se hizo de Madrid (cosa que no es cierta, pues existe una anterior, en concreto, un croquis de la parte meridional de la ciudad medieval, fechado a finales del siglo XV).

Vermeyen nos muestra el alcázar madrileño visto desde el sur, con San Miguel de la Sagra a sus pies. Puede distinguirse un pequeño templo, tal vez de una única nave, con una esbelta torre de estilo románico en la parte oriental, adornada con dos galerías de arcos y cubierta a cuatro aguas.



La cercanía de San Miguel de la Sagra con el Real Alcázar motivó su destrucción en 1549, pues constituía un obstáculo para el ordenamiento urbanístico del entorno del palacio. La parroquia fue trasladada a un edificio completamente nuevo, levantado algo más al sur, al tiempo que incorporó una nueva consagración, la de San Gil.

Con el paso del tiempo, la advocación de San Gil se impuso en el imaginario popular, quedando la primitiva en el olvido, quizá porque en Madrid ya existía otra parroquia de San Miguel (San Miguel de los Octoes, en el solar que hoy ocupa el Mercado de San Miguel).

En el año 1606, San Gil el Real fue transformado en convento franciscano por deseo del rey Felipe III (1578-1621), coincidiendo con el retorno de la Corte a Madrid desde Valladolid.

En 1616 fue inaugurado un nuevo complejo conventual, según proyecto de Juan Gómez de Mora (1586-1648), que se mantuvo en pie hasta el reinado de José I Bonaparte (1768-1844), cuando fue derribado en el contexto de las remodelaciones urbanísticas impulsadas por el monarca. El célebre plano de Pedro Texeira, de 1656, nos da una idea de cuál era su aspecto.

lunes, 17 de octubre de 2011

El Puente de la Marmota

Nos dirigimos al extremo septentrional del término municipal de Madrid, prácticamente en la linde con Colmenar Viejo. Aquí se encuentra el Puente de la Marmota, que fue levantado a mediados del siglo XVIII sobre las aguas del río Manzanares, junto a la tapia del Monte de El Pardo.

Lo primero que sorprende de esta construcción es su nombre. ¿Cómo es posible que se llame así, cuando no hay marmotas en España? La respuesta es sencilla: realmente se trata de una degeneración del término 'mamotar', con el que era conocido un cerro cercano al puente, con forma de 'mama' femenina.

La citada montaña aparece con el nombre de Cabeza de Mamotar en diferentes documentos y textos medievales, caso del célebre Libro de la Montería, escrito por el rey Alfonso XI de Castilla (1311-50). Dada la similitud fonética que poseen las voces 'mamotar' y 'marmota', es fácil entender el proceso de corrupción lingüística sufrido por el topónimo.


Fuente: mishobbiesyyo.blogspot.com.

El Puente de la Marmota fue realizado entre 1756 y 1758, en el contexto de un proyecto de acotamiento y mejora de los accesos de El Pardo, llevado a cabo por mandato de Fernando VI (1713-59). No olvidemos que este Real Sitio siempre fue el cazadero preferido de la monarquía española y que estas obras fueron consideradas como una prioridad, incluso por monarcas anteriores.

Además de esta infraestructura, se crearon otras muchas, como la cerca de 99 kilómetros que rodea al monte, la Puerta de Hierro, el Puente de San Fernando, la gavia de Fuencarral y una serie de pequeños puentes, que salvaban los arroyos de Valdeculebras, de las Viudas, de Tejada y de Trofa, todos ellos afluentes del Manzanares.

El puente se construyó para dar continuidad a la valla de El Pardo. Se eleva sobre un cañón natural, justo donde el Manzanares abandona la rampa de la sierra y se adentra en las llanuras arenosas de la meseta. Hoy día este desfiladero se encuentra anegado por la cola del Embalse de El Pardo, inaugurado en 1970.


Fuente: mishobbiesyyo.blogspot.com.

La complicada orografía del paraje explica su considerable altura. Su único ojo, formado por un arco de medio punto, con 46 dovelas, salva un desnivel de 11,5 metros, que, para hacernos una idea, equivale casi a un edificio de cinco plantas. 

En cambio, la anchura del arco no es muy grande. Tiene 12 metros de luz, un poco menos que el arco central del Puente de Segovia, con 12,8 metros.

Pero tal vez lo que más llama la atención es el tablero. No tanto por sus dimensiones (45 metros de largo y 4,7 de ancho), como por su disposición, ya que se inclina de un extremo a otro, posibilitando un pronunciado cambio de rasante.

Junto a las embocaduras del puente, se conservan restos de un camino enlosado.

Fuente: Catálogo de Archivos del CSIC. Fotografía de José Royo Gómez (1929).

El Puente de la Marmota es un perfecto desconocido para la gran mayoría de los madrileños, pero no tanto para los aficionados al senderismo y al ciclismo de montaña, que lo toman como punto de referencia de numerosas rutas, que parten tanto desde Colmenar Viejo como desde Tres Cantos.

Es, además, uno de los mejores miradores de la comunidad autónoma. Desde su tablero (o, mejor aún, desde el cercano Cerro de la Marmota), se divisan unas espectaculares vistas de todo el Monte de El Pardo, con la ciudad de Madrid como inmejorable telón de fondo.


Localización del puente dentro del término municipal de Madrid.

Otros puentes históricos sobre el Manzanares

- El Puente del Grajal
- El Puente de Segovia
- El Puente de Toledo
- El Puente Verde de La Florida
- El Puente de San Fernando
- El Puente de Capuchinos
- El Puente del Rey

lunes, 10 de octubre de 2011

'Los atletas', de Fructuoso Orduna

Visitamos el Polideportivo Antonio Magariños, un complejo situado en el número 127 de la Calle de Serrano, anexo al Instituto Ramiro de Maeztu. Aquí se encuentra el grupo escultórico Los atletas, una singular obra de Fructuoso Orduna, que, por su aire épico y monumental, contrasta con la funcionalidad de los edificios que conforman su entorno.



Francisco Orduna Lafuente (1893-1973) fue un escultor navarro, que desarrolló buena parte de su carrera en Madrid. Fue discípulo de Mariano Benlliure (1862-1942), de quien tomó prestada su técnica detallista y minuciosa, aunque sin su riqueza expresiva.

Sus excelentes dotes como retratista le aseguraron una intensa actividad en el campo de la escultura urbana, que incluso se incrementó una vez llegado el franquismo, al asumir Orduna algunos de los postulados artísticos del régimen.

Precisamente a él se debe la primera estatua ecuestre que se hizo en España de Francisco Franco (1892-1975). La empezó en 1942 por encargo del Ministerio de Educación Nacional y, curiosamente, fue colocada en el Instituto Ramiro de Maeztu, donde cuatro años más tarde volvería a trabajar con Los atletas, si bien posteriormente fue llevada a la Academia de Infantería de Toledo.

Con el paso de los años, su estilo fue evolucionando hacia una mayor corporeidad y acentuación de las formas, en detrimento del movimiento, pero siempre dentro de la más pura ortodoxia.

Estos rasgos pueden apreciarse con toda claridad en Los atletas, donde el autor hizo un guiño a la estatuaria fascista italiana, tomando como modelo la serie de setenta figuras que decoran el Estadio de Mármoles del Foro Itálico, en Roma, que Benito Mussolini (1883-1945) mandó levantar en 1927.

Fructuoso Orduna comenzó a trabajar en esta obra en el año 1946. Proyectó seis estatuas independientes, para ser instaladas de manera alineada -y no en grupo como están ahora- en las gradas del Campo de Deportes del Instituto Ramiro de Maeztu.

La construcción en 1965 del Polideportivo Antonio Magariños, sobre terrenos antes ocupados por el citado campo, modificó la ubicación y disposición de las seis esculturas. Éstas fueron agrupadas en un mismo pedestal, como si se tratase de una única pieza, y trasladadas a la plataforma que da acceso al complejo deportivo.



A pesar de esta alteración, la configuración actual tiene su gracia. Desprovisto de la impronta grandilocuente con la que fue concebido, el conjunto adquiere un toque de modernidad, quizá nunca previsto por el autor, con el que se suaviza la marcialidad del proyecto original.

La obra está hecha en arenisca blanca, un material muy endeble, que hace peligrar su pervivencia más allá de un número limitado de años. Así pasó con los leones del Monumento a Alfonso XII, en El Retiro, realizados con el mismo tipo de fábrica, que tuvieron que ser rehechos completamente hace ya algunos lustros.

Las figuras presentan un gran realismo en su composición, aunque con cierta tendencia a la idealización. Están distribuidas en dos hileras, formando grupos de tres. Las de la cara frontal, mirando hacia la vía pública, representan a un lanzador de piedra con honda, a un remero y a un saltador de pértiga.

Las situadas en la parte posterior, con la vista puesta en los muros del polideportivo, están integradas por un lanzador de peso, un lanzador de martillo y un jugador de pelota.

Todas las estatuas están desnudas, al más puro estilo clásico. No se miran entre sí, lo que no impide que exista una tímida interacción, conseguida por medio de la armonización de las posturas y de los movimientos, estos últimos muy contenidos.

Actualización (19 de julio de 2013)

El grupo escultórico 'Los atletas' fue destruido el 17 de julio de 2013, al parecer de forma accidental, durante la realización de unas obras en una edificación próxima. Cuatro de las seis estatuas originales han quedado seccionadas en varios trozos, algunos muy pequeños. Las otras dos se mantienen íntegras. Cabe entender que se procederá a su restauración, aunque este extremo no lo tenemos confirmado.

Nuestro agradecimiento a Juan Luis García, quien nos ha hecho partícipes de esta triste noticia.

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lunes, 3 de octubre de 2011

La Casita del Príncipe, de El Pardo (2)

Seguimos con nuestra visita por la Casita del Príncipe de El Pardo (1784-85), tal vez una de las obras más desconocidas de Juan de Villanueva (1739-1811). En esta ocasión nos detenemos en su espléndido interior, así como en los jardines, que lamentablemente fueron mutilados en el siglo XX, durante el franquismo.


Decoración de Juan Bautista Ferroni en uno de los vestíbulos. Fotografía de Antonio M. Xoubanova.

Interior

El austero exterior del edificio no permite adivinar que, una vez dentro, nos vamos a encontrar con una exquisita decoración. Aunque gran parte del mobiliario original ha desaparecido, sí que se mantiene la ornamentación primitiva de las bóvedas y de las paredes, que, gracias a que el palacete apenas fue utilizado, permanece prácticamente igual que cuando fue realizada.

Todo ello estuvo a punto de perderse en el siglo XX, a causa de las humedades acumuladas en el edificio, que obligaron a clausurarlo en diciembre de 1990. Afortunadamente, los trabajos de restauración llevados a cabo entre 2005 y 2009 han permitido su recuperación y su reapertura al público.

Estamos ante una magnífica muestra de las artes suntuarias del último tercio del siglo XVIII, en la que quedan representados estilos tan opuestos como el último rococó y el neoclasicismo.

Especial mención merecen los adornos textiles, que, por su calidad y buen estado, forman un conjunto irrepetible, con creaciones que, como el terciopelo chiné a la rama que allí se conserva, son únicas en la historia del tejido.

En palabras de Lourdes de Luis, Jefe del Servicio de Restauración de Patrimonio Nacional, "lo que hoy ven nuestros ojos no es posible verlo en ningún otro palacio de Europa".

De las nueve estancias que posee la Casita del Príncipe, siete están decoradas con textiles, en concreto, con bordados de seda. Uno de los trabajos más sobresalientes son las telas azules que cubren las paredes del Salón Comedor, con uno de los colores más difíciles de conseguir en la sedería.


Salón Comedor. Fotografía de Javier Calbet (Patrimonio Nacional).

Las colgaduras fueron fabricadas en la ciudad francesa de Lyon, donde se encontraba la reconocida manufactura de Camille Pernon (1753-1808), que proveía a Napoleón (1769-1821) y a las principales cortes europeas.

La única excepción es una pieza conocida como la colgadura de Valencia, que fue realizada a mano en la capital levantina.

El tema dominante en la ornamentación textil es la naturaleza. Abundan los motivos florales y animales, no sólo en consonancia con el concepto de casa de campo que impera en la construcción, sino también con las ideas de la Ilustración, con una naturaleza reinterpretada y recreada de manera racional.

Este planteamiento ilustrado se refleja en el Gabinete de las Fábulas, donde cuelgan sedas bordadas con guirnaldas, entre las que se esconden representaciones de las fábulas más célebres de la literatura.

Pero también hay temas clásicos. Las Saleta Pompeyana, decorada con dibujos alusivos a los frescos hallados en Pompeya, es un excelente ejemplo. No olvidemos que el rey Carlos III (1716-88), padre de Carlos IV (1748-1819), patrocinó los trabajos arqueológicos que se llevaron a cabo en esta ciudad a partir de 1748.


'La feliz unión de España y Parma impulsando las ciencias y las artes' (1788). Pintura al fresco de Francisco Bayeu en el Salón Comedor.

Además de sus valiosos tejidos, la Casita del Príncipe cuenta con interesantes pinturas realizadas sobre las bóvedas. Sus autores fueron Mariano Salvador Maella (1739-1819) y Francisco Bayeu (1734-95), además de Vicente Gómez, que pintó el techo del citado Gabinete de las Fábulas.

Los dos únicas dependencias que carecen de ornamentación textil son los vestíbulos de las entradas, adornados con materiales pétreos.

El más cercano a la portada principal está recubierto con estucos polícromos y relieves escultóricos, que se deben a Juan Bautista Ferroni. El otro vestíbulo, que se extiende bajo la cúpula central, está hecho enteramente en mármol.

Jardines

A diferencia de los elementos arquitectónicos y decorativos, que han llegado hasta nosotros prácticamente intactos, los jardines han sido objeto de diversas intervenciones, bastante desafortunadas.



Inicialmente, la Casita del Príncipe estaba unida por su lado oriental con el Palacio Real de El Pardo, a través de una avenida arbolada (concretamente, de tilos), que salvaba los 400 metros de distancia que separa a ambos edificios.

No sólo este paseo ha sido eliminado, sino que el recinto ajardinado y silvestre que se extendía junto a la parte posterior del Palacio Real lo ocupan en la actualidad distintos acuartelamientos militares.

Más dramática, si cabe, es la mutilación sufrida por el jardín existente a los pies de la cara oeste de la Casita del Príncipe.

Aprovechando el desnivel del suelo, provocado por la cercanía del Manzanares, Juan de Villanueva diseñó dos terrazas, que se unían mediante una escalera-fuente de granito, de aspecto rústico.



Un eje longitudinal ponía en contacto el núcleo central del palacete con las riberas del río. A ambos lados del citado corredor se distribuían los parterres, hechos a base de plantaciones de boj, con un trazado geométrico.

De todo este conjunto sólo queda la terraza inferior. La superior fue eliminada durante el franquismo, tras la construcción de una carretera, con la que se comunica el casco urbano de El Pardo con el barrio de Mingorrubio.

Las obras también se llevaron por delante una fuente artística, que estaba enfrentada a la portada occidental de la Casita del Príncipe, tal y como puede verse en la siguiente fotografía histórica.



Con la restauración desarrollada entre 2005 y 2009, se ha intentado recomponer, en la medida de lo posible, el aspecto original que tenía el jardín. Aunque la carretera no ha desaparecido, en el solar donde antes estaba la terraza destruida se ha acondicionado ahora una plazoleta.

Y, en su punto central, se ha colocado una fuente, reconstrucción de la primitiva en lo que respecta a su base y a sus caños, si bien no ha sido posible recuperar el grupo escultórico que había anteriormente.



Véase también

- La Casita del Príncipe, de El Pardo (1)

Artículos relacionados

Otros lugares de El Pardo:
- Torre de la Parada
- El Puente de Capuchinos
- El Puente de San Fernando
- El Arroyo de Trofa
- El desaparecido Puente de El Pardo