lunes, 30 de enero de 2012

El río Manzanares, según el paisajismo del XIX

Recuperamos la sección "El río Manzanares según...", que pretende plasmar los escritos y obras pictóricas que, a lo largo de la historia, se han inspirado en nuestro pequeño río.

Nos centramos en esta ocasión en la pintura paisajista española del siglo XIX, pero dejando a un lado a uno de sus máximos exponentes, el gran Aureliano de Beruete (1845-1912), al que dedicamos un artículo entero hace pocos meses.

José María Avrial

Empezamos con José María Avrial y Flores (1807-1891), discípulo del pintor italiano Fernando Brambilla (1763-1832). Claramente influido por éste, cultivó un paisajismo clásico, más cercano al concepto de vistas idealizadas que al estilo romántico propio del momento, por no hablar de los impulsos vanguardistas que marcarían la evolución del género a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Para Avrial el Manzanares no fue un tema en sí mismo, sino un elemento escenográfico más, que acompañaba a sus espléndidas panorámicas de la cornisa de Madrid, su verdadero centro de atención.

Tal extremo puede comprobarse en esta Vista del Palacio Real desde la montaña de Príncipe Pío, acabada en el año 1836, que se encuentra en el Museo de Historia de Madrid.



Genaro Pérez Villaamil

Genaro Pérez Villaamil (1807-1854) es el principal representante del paisajismo romántico español. Aunque gallego de nacimiento, pasó buena parte de su vida en Madrid. Su carrera estuvo muy influenciada por  el pintor escocés David Roberts (1796-1864), al que Villaamil conoció en 1833.

El cuadro que reproducimos, Las lavanderas del Manzanares, sintetiza las características esenciales de su estilo. Mediante una técnica empastada y el recurso a una amplia perspectiva, el paisaje queda envuelto bajo una atmósfera dorada y cálida, que imprime a la composición un aire de ensoñación y enigmático, absolutamente romántico.

Esta obra pertenece a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y fue realizada hacia 1835. El puente que se ve en el centro es el desaparecido Pontón de San Isidro.



Carlos de Haes

El artista de origen belga Carlos de Haes (1829-1898) es considerado como el gran renovador del paisajismo español. De acuerdo con los postulados europeos de la época, defendió el realismo en el género, a partir de una rigurosa observación del paisaje durante la fase de preparación de los bocetos, que culminaría después con un minucioso trabajo de taller.

La naturaleza de Madrid estuvo siempre presente en su paleta, sobre todo a raíz de su nombramiento como académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde tuvo como alumnos a Darío de Regoyos y a Aureliano de Beruete, otros dos célebres paisajistas. En la citada institución se exhibe este Paisaje de la ribera del Manzanares, que el autor concluyó en 1857.



Casimiro Sainz Saiz

Casimiro Sainz Saiz (1853-1898) fue un pintor cántabro que tuvo una vida muy corta, marcada desde la juventud por una terrible enfermedad mental. Siguió la estela naturalista de Carlos de Haes, con un cierto gusto por el misterio, rasgo que resulta especialmente visible en el cuadro que recogemos. Lleva por título Orillas del Manzanares y es propiedad del Museo Municipal de Bellas Artes de Santander.



Darío de Regoyos

Darío de Regoyos (1857-1913) se alejó de los planteamientos naturalistas de su maestro, Carlos de Haes, para abrazar en su etapa de madurez el impresionismo, que el artista abordó con una atrevida técnica puntillista, no muy apreciada en su momento.

Hizo paisajes de numerosos puntos de la geografía española, entre los que no podía faltar Madrid, la ciudad donde se formó y donde pintó esta Ribera del Manzanares, que se conserva en una colección particular.



Artículos relacionados

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El río Manzanares, según Mesonero Romanos

lunes, 23 de enero de 2012

El viaje de Cosme de Médici (2): Reales Sitios, Valdemoro, Torrelodones y Las Rozas

Proseguimos con el viaje que Cosme III de Médici realizó por España y Portugal en el último tercio del siglo XVII y, más en concreto, por tierras madrileñas, donde permaneció los meses de octubre y noviembre de 1668.

Después de haber conocido su opinión sobre Alcalá de Henares y Madrid, le toca ahora el turno a El Pardo, El Escorial, Aranjuez, Valdemoro, Torrelodones y Las Rozas. Todos estos lugares fueron plasmados por el pintor Pier Maria Baldi, que acompañó al duque.


'El Escorial' (Pier Maria Baldi, 1668).

El Escorial, Torrelodones y Las Rozas

Cosme de Médici aprovechó su estancia en Madrid para visitar el Real Sitio de El Escorial. El trayecto se hacía aproximadamente en una jornada, por lo que se vio obligado a realizar una parada a medio camino, para descansar y comer.

La comitiva se detuvo en Torrelodones, "una aldehuela miserable situada al pie de unas colinas rocosas", que aparece identificada en el relato oficial con el curioso topónimo de la Torre de los Oidores.

No se sabe exactamente la razón de este nombre, a todas luces erróneo, aunque cabe entender que fuese una licencia, tal vez por la coincidencia durante el almuerzo con uno o varios oidores, un antiguo cargo judicial del Reino de Castilla.


'Torrelodones' (Pier Maria Baldi, 1668).

Debe tenerse en cuenta que Torrelodones era una parada casi obligada en el camino que conducía hasta El Escorial, al encontrarse a cinco leguas de Madrid, distancia que normalmente se recorría en media jornada yendo en coche de caballos.

Las Rozas, "otra pequeña aldea, pero fabricada más regularmente", fue otro de los lugares por los que la comitiva pasó, aunque, en esta ocasión, de regreso desde El Escorial y tomando como destino el Convento del Santo Cristo de El Pardo.


'Las Rozas' (Pier Maria Baldi, 1668).

El Pardo

A Cosme de Médici le impresionó gratamente el Real Sitio de El Pardo, principalmente sus parajes naturales. "Es una quinta del rey, colocada en el fondo de un valle habitado de gamos que, en grandísima cantidad, esperando servir los placeres del rey, gozan de la seguridad que les da un bellísimo boscaje de carrascas".

"Los bordes de este valle están formados por una serie continua de montañas poco elevadas, desde las cuales la vista no deja ser agradable y el aire salubre. En la parte más baja, corre el Manzanares".


'El Pardo' (Pier Maria Baldi, 1668).

En cambio, su impresión concreta del Palacio Real, por entonces mucho más pequeño que ahora, fue menos entusiasta. "El edificio no tiene nada de extraordinario; para un caballero privado no estaría mal. Pero la regularidad de su arquitectura le da una apariencia superior a lo que es realmente".

"Consiste en un edificio cuadrado, de ladrillos con encuadramientos de piedra, en cuyos ángulos se destacan cuatro torrecillas que, por tener dos pisos, se alzan por encima de la casa. Alrededor le da vuelta un foso seco, aunque bastante profundo, utilizado como jardín".

Aranjuez y Valdemoro

Cosme III de Médici abandonó Madrid el 25 de noviembre de 1668, para dirigirse a Andalucía. De camino, pasó por Villaverde, Pinto y Valdemoro, "un lugar muy grande del Duque de Cardona", que aparece "en el fondo de un valle", aunque, de salida, "se presenta notablemente levantado sobre el camino real".


'Valdemoro' (Pier Maria Baldi, 1668).

En Aranjuez, el soberano toscano estuvo alojado como huésped del rey. Aunque no pudo forjarse una opinión cerrada del Palacio Real, al estar "sólo un lado construido", sí que hizo una detallada descripción de los jardines.

El río Tajo, "poco antes de llegar allí dividiéndose al pasar por un depósito, forma artificiosamente una isla no muy grande donde hay un jardín. El llano de la isla está dividido por varios paseos cubiertos, aunque estrechos y bajos, en cuyos entrecruces se encuentran numerosas fuentes".

"Muchas son ricas de materia por la abundancia de los bronces y de los mármoles, pero sobre poco más o menos todas pobres de agua, pues consisten solamente en surtidores".


'Aranjuez' (Pier Maria Baldi, 1668).

"Fuera de la isla todo el resto del campo a uno y otro lado del Tajo está revestido de olmos altísimos que plantados por todas partes en dos filas forman vastísimos paseos, los cuales, al encontrarse en diversos puntos y con diversas disposiciones, ya forman una estrella de doce paseos, ya una media estrella de cinco".

Bibliografía

Viaje de Cosme III por España (1668-1669): Madrid y su provincia, de Ángel Sánchez Rivero. Publicaciones de la "Revista de la Biblioteca, Archivo y Museos", volumen primero. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1927.

lunes, 16 de enero de 2012

El viaje de Cosme de Médici (1): Alcalá y Madrid

Entre 1668 y 1669, poco antes de su proclamación como Gran Duque de Toscana, Cosme III de Médici (1642-1723) realizó un largo viaje por la Península Ibérica, con Madrid como uno de sus destinos preferentes.

La expedición no hubiese tenido mayor trascendencia de no ser por la amplia y rica documentación, tanto gráfica como textual, que nos ha llegado. No quedó ninguna localidad donde pararan el duque y su séquito de la que no se hiciera una crónica, además de un dibujo representativo.

Especialmente relevante fue la figura de Pier Maria Baldi, un desconocido pintor que acompañó a Cosme III y que, ajeno a las cuestiones protocolarias, no dudó en plasmar sitios insignificantes y deprimidos, que, en otras circunstancias, jamás hubiesen sido representados por ser considerados indignos para el arte.

Todo este inmenso legado, de enorme valor para entender los tremendos contrastes de la España imperial, se encuentra en la Biblioteca Laurenciana, de Florencia. En un voluminoso tomo de casi un metro de alto y medio metro de ancho, se conservan las descripciones de numerosas ciudades españolas y portuguesas, ilustradas, en la mayoría de los casos, con los esmerados paisajes de Baldi.

En lo referente al territorio actualmente ocupado por la comunidad madrileña, hay dibujos de ocho localidades: Madrid, Alcalá de Henares, Aranjuez, El Pardo, El Escorial, Valdemoro y, sorprendentemente, Las Rozas y Torrelodones, que, en aquel entonces, eran minúsculas aldeas.

Existe un denominador común en todas las valoraciones y son las constantes alusiones al mal olor y a la suciedad. Así, Giacomo Ciuti, tesorero de la expedición, se refería a Alcalá como una "ciudad de hermosa apariencia, pero sucia, según uso de España".

Mayores son los detalles que, sobre este aspecto, se daban de Madrid. "Tiene calles muy anchas, rectas y largas; pero como no hay retretes arrojan todas las inmundicias por las ventanas y sobre los tejados, o a un canalillo que las lleva fuera de casa, de suerte que toda la ciudad es una pocilga  y se camina siempre a media pierna".

Hoy centramos nuestra atención en Alcalá de Henares y en la propia capital y dejamos para una próxima entrega los restantes lugares madrileños que Cosme de Médici visitó en el otoño de 1668.

Alcalá de Henares

Alcalá de Henares fue la primera parada que realizó Cosme III en suelo madrileño, proveniente de tierras catalanas, donde había desembarcado. "Es una pequeña villa floreciente por la Universidad, en la cual florecieron y se pretende que singularmente florezcan hoy todavía la Teología y la Medicina".

La Universidad "es un edificio ricamente ornamentado; sólo la primera entrada resulta verdaderamente infeliz; pero subidos pocos escalones se entra en un patio bastante amplio con tres órdenes de columnas, todas de piedra berroqueña. De aquí se pasa a otros dos patios fabricados asimismo de piedra blanca".

"Por lo general, los edificios son bastante buenos, y los peores, como más antiguos, se encuentran en los sitios principales, o sea en la Calle Mayor, casi toda ella con pórticos sostenidos por mezquinísimas columnas de piedra blanca, y la Plaza del Mercado".



'Alcalá de Henares' (Pier Maria Baldi, 1668). 

"Las dos calles mejores son la de Santiago y la de Roma, así llamada por las frecuentes iglesias y conventos que en ellas se encuentran. Todas, por lo general, son intolerables a causa del mal olor que se produce por la costumbre de arrojar a ellas en pleno día las inmundicias más fétidas".

Madrid

Cosme de Médici estuvo en Madrid desde el 24 de octubre hasta finales de noviembre de 1668. Acostumbrado al esplendor renacentista de Florencia, la capital española le pareció algo humilde, calificativo que hizo extensible a algunas de las propiedades del rey, tales como la Casa de Campo o el Buen Retiro.

Su primera impresión al ver este último palacio no fue muy positiva. "La fachada carece de adornos, la construcción es de ladrillos, toscamente hecha, y su vista sólo puede disfrutarse de cerca por impedirlo los edificios que lo circundan".

Tampoco se sintió demasiado impresionado con la Casa de Campo. "A mano derecha se angosta en un paseo muy corto que conduce a la casa del rey, la cual en Toscana no sería en nada impropia de un particular acomodado. Podría decirse que es un pedazo de casa construida toda ella de ladrillo, excepto las columnas de una mísera galería que está en medio de las dos alas del edificio".



'Madrid por la parte del Retiro' (Pier Maria Baldi, 1668).

En cambio, el Real Alcázar sí que le mereció una buena impresión. "Todo este edificio tiene muy buen aspecto, situado como está en el frente de una plaza oblonga, aunque no del todo regular". No obstante, hubo salas que le desagradaron profundamente, caso de la capilla, que era "de lo más vulgar, exceptuando la tabla del altar, un Cristo que lleva la cruz al Calvario, obra de las más célebres de Rafael".

Con todo, no pudo resistirse a la belleza de la cornisa madrileña. "El paseo abajo por el río no puede ser más hermoso, extendiéndose las orillas con gran amplitud y no más altas de lo que es el lecho del río, cubiertas, en toda su extensión, de chopos altísimos y de otros árboles de sombra". 

"La vista encuentra allí por todas partes su satisfacción; por un lado se contempla sobre la cima de una larga cuesta extendida por igual en gran trecho, el palacio del rey con una larga cinta de edificios interrumpida de cuando en cuando por frondosos jardines y por varias plantaciones de árboles que, rompiendo con su verdura la continuación de las casas, hacen una mezcla agradable de ciudad y de campo".

"Por encima se extiende una amplia vista que, más allá de una magnífica quinta del marqués de Castel Rodrigo, llamada la Florida, acaba en la perspectiva de unas montañas lejanas; y del otro lado, que cierra la tapia de la Casa de Campo, los árboles de ésta, alzándose por encima del muro, no dejan faltar la verdura por esta parte."

"Debajo se ve todo el bellísimo puente del Manzanares, de 770 pasos de longitud y 23 de anchura, completamente fabricado de piedra y adornado en los bordes de gruesas bolas, igualmente de piedra, colocadas encima de pedestales que descansan sobre cada uno de los pilares del mismo".



'Madrid por la parte del río' (Pier Maria Baldi, 1668). 

Con respecto a las iglesias, Cosme de Médici las visitó casi todas. Ninguna le deslumbró especialmente, salvo la del Noviciado, tristemente desaparecida, "la más bella de todas las iglesias vistas, por el tamaño, por el dibujo, por la alegría, por el adorno de las capillas y por las pinturas con las cuales está enriquecida la bóveda".

Asimismo, San Antonio de los Portugueses le dejó un buen sabor de boca. "No es muy grande, pero bonita por la arquitectura extraña, de planta ovalada, lo mismo que la cúpula, toda pintada al fresco".

Bibliografía e ilustraciones 

Viaje de Cosme III por España (1668-1669): Madrid y su provincia, de Ángel Sánchez Rivero. Publicaciones de la "Revista de la Biblioteca, Archivo y Museos", volumen primero. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1927.

Debido a su formato apaisado, nos hemos tomado la licencia de mostrar los dibujos de Pier Maria Baldi por partes, dividiéndolos por la mitad, con objeto de facilitar su mejor visualización dentro del artículo. No obstante, más abajo los reproducimos íntegramente, con su configuración original (para conseguir un mayor detalle, hacer click sobre la imagen).



martes, 10 de enero de 2012

La casa de Ricardo León, en Torrelodones

Uno de los atractivos de la Sierra de Guadarrama son las suntuosas residencias surgidas a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Fueron erigidas por burgueses acomodados, nobles de nuevo cuño, intelectuales, militares y políticos de renombre, que buscaban un lugar para el descanso, en contacto con la naturaleza.

Estas construcciones heredaban el espíritu de las viejas quintas nobiliarias que proliferaron en las afueras de Madrid en los siglos XVIII y XIX, pero desde un planteamiento arquitectónico más cercano a la mansión que al palacio propiamente dicho, en el que la verticalidad estaba permitida.

Eran soberbios edificios, realizados con gran despliegue de medios, que expresaban la posición social de sus propietarios. Los estilos eran muy variados, con profusión de modelos historicistas o de inspiración regional, entre los que no podía faltar una idealización de la vivienda rural guadarrameña, con la piedra berroqueña como indiscutible protagonista.


La casa de Ricardo León en 1935. Hemeroteca de 'ABC'.

Nos dirigimos hasta Torrelodones en busca de una de las residencias más impresionantes de la sierra madrileña. Se trata de la casa de Ricardo León (1877-1943), un novelista, poeta y académico encuadrado dentro del modernismo, que no es muy conocido en el momento actual, pese a que fue uno de los autores más prestigiosos y de mayores ventas de su época.

El escritor bautizó a la finca con el nombre de Santa Teresa, personaje por el que sentía verdadera pasión. Además, su cumpleaños era el 15 de octubre, día en el que la comunidad católica festeja a la santa abulense.


Puerta de acceso a la finca.

La mansión está situada en la Colonia del Rosario, como se conocía antiguamente a esta parte de Torrelodones, en la actual Calle de Antonio Lasso, justo en el límite con Galapagar.

Se encuentra cerca de otros palacetes, igualmente edificados a principios del siglo XX, como Panarras, que fue propiedad del político Manuel García Prieto (1858-1938); el Canto del Pico, donde vivió el coleccionista de arte José María del Palacio (1866-1940); o El Pendolero, que perteneció al estadista Antonio Maura (1853-1925).

La casa se convirtió en un importante foco cultural. A ella acudían figuras literarias de la talla de Jacinto Benavente (1866-1954), José Martínez Ruiz "Azorín"(1873-1967) o Camilo José Cela (1916-2002), que iba a ver a Ricardo León para pedirle consejo sobre la edición de su novela La familia de Pascual Duarte.

Otro de sus ilustres visitantes era el ya citado Maura, al que el escritor consideraba como su mecenas.

Pero Santa Teresa también fue escenario de hechos trágicos. El 9 de octubre de 1936 sufrió el ataque de un grupo combinado de milicianos y guardias de asalto, en el que resultó muerto Fernando León Garrido, hijo pequeño del autor, al ser aplastado contra una puerta.



La mansión en dos postales antiguas.

La casa está levantada enteramente en granito, en forma de sillares en los vanos, en los esquinales y en la fachada principal, mientras que los muros se revisten con mampostería. Los tejados son de piedra de pizarra.

Estos materiales le confieren un aire inequívocamente escurialense, como el propio escritor se encargó de subrayar al referirse a la finca como su "pequeño Escorial".

Aunque tal vez el elemento más típicamente herreriano sea el enorme chapitel con el que se cubre la torre. Ésta es de planta cuadrangular y en su parte superior se abre un espléndido un mirador porticado, que se orienta al valle del río Guadarrama.



Ricardo León vivió en esta casa desde 1922 hasta su muerte, en 1943. Según sus propias palabras, “ya hacía bastantes años que tenía mi hogar encendido en esta quinta, que quise que fuera casa para vivir y morir, con la doble ilusión de un retiro apacible y de una labor espiritual que me dispusiera dignamente para el descanso eterno".

“Aquí, frente a las cumbres carpetanas, con el martillo sobre el yunque, vuelvo a sentir muy dentro los oleajes del mar, del mar sagrado de España”.

A pesar del tiempo transcurrido, Santa Teresa sigue manteniendo el esplendor de sus primeros días, gracias al celo de los herederos del escritor. En ella se guarda su archivo, con cientos de documentos sobre su vida y obra, además de numerosos objetos personales.

Véase también

Otros artículos relacionados con Torrelodones:
- La Marca Media: el Puente de la Alcanzorla
- El arroyo de Trofa
- La Fuente de El Caño
- Los telégrafos ópticos de Cabeza Mediana y Torrelodones
- Lista Roja del Patrimonio (Palacio del Canto del Pico)
- El Puente Nuevo
- La Presa de El Gasco, el sueño de un Manzanares navegable

viernes, 6 de enero de 2012

Dos años de 'Pasión por Madrid'

Cuando iniciamos este blog, jamás imaginamos que íbamos a llegar tan lejos:
- Dos años
- Casi 100 seguidores
- Más de 205.000 páginas vistas
- 225 entradas
- 1.300 comentarios
Cifras que nos hacen sentirnos muy orgullosos y, a la vez, tremendamente responsables. Pero, sobre todo, muy agradecidos, porque, sin vuestro apoyo, nada de esto hubiese sido posible. Una vez más, nos quitamos el sombrero ante todos vosotros.

Plaza Mayor de Chinchón.

lunes, 2 de enero de 2012

La Cabalgata de Reyes en cinco imágenes históricas

La Cabalgata de Reyes es una de las fiestas más multitudinarias que tenemos en Madrid y, sin duda, la que más ilusión genera. Hacemos un breve repaso histórico por esta arraigada tradición que, en contra de lo que se pueda pensar, es relativamente reciente.

Hay remontarse a principios del siglo XX para encontrar los primeros desfiles en nuestra ciudad. Eran muy modestos y estaban promovidos por entidades privadas o colectivos sociales, buscando una finalidad benéfica. En 1953 tuvo lugar la primera gran cabalgata organizada enteramente por el Ayuntamiento de Madrid, con el concepto y puesta en escena que hoy día todos conocemos.



La primera imagen que reproducimos se conserva en el Museo de Historia. Corresponde a la Cabalgata de Reyes de 1929, que corrió a cargo del periódico El Heraldo de Madrid y contó con la colaboración de varios artistas del Circo Price.

En la línea de los desfiles de aquellos tiempos, los Reyes Magos visitaban los orfanatos e inclusas de la ciudad, donde repartían juguetes a los niños. Es probable que el edificio que aparece en la fotografía fuera el Asilo de las Mercedes, fundado en 1877 y demolido en 1967.



La Cabalgata de 1935 la organizó la Agrupación de Editores Españoles, que le imprimió un fuerte acento literario. Tuvo como protagonistas indiscutibles a los escritores Ramón Gómez de la Serna (en el centro), Salvador Bartolozzi (a la derecha) y Antoniorrobles (a la izquierda), que posaron así para el periódico Ahora. El trío hizo entrega de varios lotes de cuentos infantiles a diferentes organismos benéficos.



Saltamos hasta 1960 para comprobar que, más allá de las modas y de los adelantos de los nuevos tiempos, pocas cosas han cambiado en la mágica Noche de Reyes. La escena de los niños esperando el paso de Sus Majestades se repite año tras año y siempre acompañada de elevadas dosis de impaciencia.



Otro de los clásicos de estas festividades es acudir a algún almacén para entregar la carta a los Reyes Magos y hacerse la foto de rigor. La imagen que vemos aquí es del año 1966 y fue captada en la Calle de Preciados, seguramente en El Corte Inglés. Es propiedad de Manuel Gambin Mateos y procede del Archivo Fotográfico de la Comunidad de Madrid.



Finalizamos con una estrella del cine español. En los años sesenta del siglo XX, Carmen Sevilla hizo de intermediaria de Sus Majestades los Reyes Magos y visitó el Colegio-asilo de María Inmaculada, donde obsequió con varios regalos a las niñas huérfanas allí internadas. La fotografía pertenece al archivo del desaparecido diario Madrid.

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