martes, 28 de febrero de 2012

La entrada triunfal de Ana de Austria

Uno de los capítulos más interesantes de la historia de nuestra ciudad es el de las arquitecturas efímeras, especialmente las desarrolladas durante el Renacimiento y el Barroco.

Eran construcciones hechas en materiales maleables y poco consistentes (maderas, cañas, telas, cartones, papeles, cal, escayola...), que cumplían una finalidad escenográfica de primer orden en las celebraciones de fiestas públicas y actos institucionales.

Se mantenían en pie muy poco tiempo, apenas una o dos semanas, no mucho más de lo que duraba la ceremonia para la cual habían sido planteadas. Este carácter efímero no significaba que no fuesen arquitecturas relevantes, con un interés artístico muy notable, acorde con la elevada función política, sociocultural y religiosa que tenían encomendadas.

En ellas participaban los artistas más destacados del momento. Sus obras debían estar a la altura de los grandes acontecimientos que se festejaban: la entrada de un monarca en una ciudad, una boda real, el nacimiento de un príncipe, una victoria militar, la canonización de un santo, una rogativa o un desfile procesional como el del Corpus Christi.

Las arquitecturas efímeras levantadas en 1570 en honor de Ana de Austria (1549-80), la cuarta esposa de Felipe II (1527-98), se encuentran entre las más espectaculares de la historia de Madrid.

La recién proclamada capital de España fue el punto culminante de un recorrido triunfal que, desde la localidad cántabra de Laredo, donde la reina desembarcó el 3 de octubre de 1570, y pasando por Burgos, Valladolid y Segovia, llevó a la soberana a las puertas del Real Alcázar.

La entrada a Madrid se hizo por su lado oriental, concretamente por el Prado de San Jerónimo, donde fue erigido un primer arco conmemorativo, para después entroncar con la Puerta del Sol, engalanada con un segundo arco con dos estatuas colosales, y con la Calle Mayor, que lucía el tercer y último arco de triunfo.

Y, desde aquí, por la Puerta de Guadalajara y por las Platerías, hasta el Arco de Santa María, uno de los accesos de la primitiva muralla musulmana, que también fue reformado, con la eliminación de uno de sus viejos torreones.

Conocemos los detalles de esta celebración gracias a Juan López de Hoyos (1511-83), que no sólo hizo la crónica del evento, sino que también intervino en la organización del mismo, aportando los conocimientos de Historia Clásica necesarios, a fin de que la puesta en escena fuese "a imitación de la Magestad antigua Romana".

Valga como ejemplo el "prelio naval" que tuvo lugar en el Prado de San Jerónimo, en el que se quedó escenificado el asalto a un castillo por parte de ocho galeras, emulando un ritual romano. Fue necesario construir un estanque artificial de "500 pies de largo y 80 de ancho", que se consiguió terminar en apenas diez días.


Primer arco efímero de Ana de Austria.

Pero centrémonos en el tema que nos ocupa, las construcciones efímeras realizadas en honor de Ana de Austria. No se sabe quienes fueron sus arquitectos, pero sí que Lucas Mitata y Pompeyo Leoni hicieron los grupos escultóricos y que Alonso Sánchez Coello y Diego de Urbina trabajaron en la decoración pictórica.

El primero de los arcos triunfales citados era de orden corintio y tenía tres vanos, con el central duplicando el tamaño de los laterales. Tenía representaciones escultóricas de Carlos V, Fernando I, Don Pelayo, Fernando III el Santo, Fernando el Católico y Rodolfo, el primer duque de Austria, a las que se sumaban diferentes cuadros sobre hazañas bélicas.

En el cuerpo superior se alineaban tres figuras femeninas: a los lados, la Justicia y la Fortaleza y, en el centro, España pisando a la herejía. El conjunto se coronaba con las armas reales y seis amorcillos portando los escudos heráldicos de la Villa de Madrid.

Frente al planteamiento clasicista de este arco y del tercero, el situado en la Puerta del Sol presentaba un aspecto rústico, tal vez como un símbolo de la fortaleza y poder de la monarquía. Estaba custodiado por dos colosos, uno representado a España y otro con una imagen del Inca Atahualpa, en alusión a las posesiones hispanas de las Indias.


Tercer arco efímero de Ana de Austria.

El tercer arco era de orden dórico. Tenía una única puerta y, según López de Hoyos, era "en su forma insulado, que quiere dezir, que no está arrimado ni coniucto con ninguna otra cosa". Estaba dedicado a Felipe II, cuya estatua sedente, ataviada con vestimentas romanas, se elevaba por encima del vano, protegida por un imponente frontón.

Otros elementos efímeros que acompañaron a Ana de Austria en su entrada triunfal a Madrid fueron las tres esculturas de divinidades clásicas (Palas, Baco y Neptuno), que se ubicaron en el Prado de San Jerónimo, antes del primer arco.

Además, en el Arco de Santa María se instalaron distintos aparatos decorativos, obra del ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli.

Bibliografía e imágenes

El poder de la imagen y la imagen del poder: la fiesta en Madrid en el Renacimiento, de Alicia Cámara Muñoz. Artículo incluido dentro de la obra Madrid en el Renacimiento. Dirección General de Cultura de la Comunidad de Madrid. Madrid, 1986.

lunes, 13 de febrero de 2012

La Casa-palacio del Marqués de la Vera

Carlos Díaz Ortiz, un buen amigo de 'Pasión por Madrid', nos informó de la existencia de un patio posiblemente renacentista en la Calle de Relatores, que, gracias a la espléndida restauración llevada a cabo hace poco, ha podido ser recuperado.

El patio se encuentra en un viejo caserón nobiliario, cuyas primeras referencias documentales hay que buscarlas a principios del siglo XVII. En el Archivo de Protocolos consta que "perteneció al Marqués de la Vera y Doña Manuela Antonia de la Yseguilla, su mujer" y que fue "Juan Pinedo quien la privilegió sin carga el 18 de mayo de 1615".


Sin embargo, todo parece indicar que el inmueble pudo ser construido en el último tercio del siglo XVI, coincidiendo con la proclamación de Madrid como capital, y que probablemente su primer propietario fue algún aristócrata con posible función de relator en la Corte.

La fisonomía renacentista o tardorrenacentista del edificio fue difuminándose con el paso del tiempo. Las principales transformaciones tuvieron lugar en el siglo XIX, cuando el patio fue mutilado y se añadió una nueva planta, al tiempo que se cubrió con revoco la fachada principal. 

La casa llegó al siglo XXI en un lamentable estado de deterioro, completamente abandonada. En el año 2004 fue descubierta por un grupo de arquitectos, quienes decidieron comprarla para su rehabilitación.

Después de más de cinco años de obras y trámites burocráticos, el palacio luce como casi como en sus orígenes. La intervención realizada se ha centrado en la eliminación de los elementos incorporados en el siglo XIX para devolverle al inmueble su verdadera identidad histórica.

Foto: Idealista.

Una de las actuaciones más destacadas ha sido la recuperación del patio hasta la planta baja, con la restitución de varias de sus columnas primitivas, si bien las fachadas al patio han tenido que ser reconstruidas, al haber desaparecido las originales.

También se ha recuperado la cúpula con linterna del oratorio, además de la fachada primitiva, con la típica combinación de ladrillo llagueado y mampostería de pedernal -tan característica de la arquitectura madrileña-, que ha sido descubierta tras la retirada del revoco aplicado en el siglo XIX.

En una ciudad acostumbrada a llevarse por delante los restos de su pasado, este tipo de iniciativas no sólo resultan bienvenidas, sino que nos hacen recobrar la esperanza. Tal vez las cosas estén cambiando.


lunes, 6 de febrero de 2012

Los colores del invierno



Se estaba haciendo de rogar, pero finalmente hemos podido verle la cara al invierno. Ha hecho falta que llegara una ola de frío siberiano para que la sierra madrileña se pintase con tonos blancos. No es que haya nevado mucho, pero lo poquito que ha caído nos ha permitido recordar los colores invernales. Con tanto cambio climático y efecto invernadero casi se nos habían olvidado los increíbles matices que los hielos y las nieves son capaces de generar.



Así de helado estaba el Embalse del Pradillo, una pequeña presa situada en el curso alto del Lozoya, en pleno Valle de El Paular, donde el río todavía no es conocido con su nombre, sino como el arroyo de Angostura. Todo un espectáculo para nuestros sentidos, por el cual merece la pena haber pasado tantísimo frío.

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