lunes, 28 de enero de 2013

La Torre Dorada

Visitamos imaginariamente la Torre Dorada, que estuvo presidiendo el ángulo suroccidental del Real Alcázar de Madrid hasta 1734, cuando todo el edificio desapareció en un pavoroso incendio.


Recreación de Carmen García Reig, en el Museo Imaginado.

Se trata de una de las obras más singulares del Renacimiento español, no sólo por su valor artístico, sino, principalmente, por lo que supuso de innovación, al sentar las bases del llamado estilo de los Austrias, antes incluso de que se proyectase el Monasterio de El Escorial.

La torre fue un encargo de Felipe II (1527-1598) que Juan Bautista de Toledo (1515-1567) materializó en 1560. El arquitecto recogía así el testigo de Gaspar de Vega, Luis de Vega y Alonso de Covarrubias, sus antecesores en el largo proceso de reforma que pretendía transformar el viejo alcázar medieval en un palacio renacentista.


El alcázar con la torre a la izquierda. A. Van den Wyngaerde (1567).

Juan Bautista de Toledo supo plasmar los gustos personales del monarca, con un claro apego por la arquitectura flamenca, algo que resulta muy visible en la cubierta de pizarra, coronada con un chapitel.

Pero también introdujo modelos italianos, que el maestro conoció en primera persona durante sus años de formación en Roma y Florencia. Sin olvidar sus propias aportaciones, como el cromatismo surgido al combinar diferentes materiales de fábrica.

Al rojo del ladrillo empleado en los muros se le unía el negro de los tejados, además de los tonos dorados de los balcones, veletas y bolas decorativas. Ni que decir tiene que la torre tomó su nombre de este último color, que era especialmente abundante.


El alcázar, toscamente dibujado por el viajero alemán Hieremias Gunlach (1598-99). La torre presenta un aire arabizante.

Uno de los rasgos más llamativos era el elevado número de balcones, en lo que constituye una demostración de hasta qué punto la torre era un proyecto personal de Felipe II. Amante como era de la naturaleza, las balconadas le permitían divisar unas espléndidas vistas del río Manzanares y de la Casa de Campo, con la Sierra de Guadarrama como telón de fondo.

No en vano el soberano se estableció en el ala oeste del Real Alcázar, situada sobre el Campo del Moro, donde quedaban las mejores panorámicas, mientras que las dependencias de la reina se extendían por el lado este.

Justo en esta parte, en el vértice suroriental, fue levantada durante los reinados de Felipe III y Felipe IV la Torre de la Reina, hecha a imagen y semejanza de la Torre Dorada. Fue diseñada en 1610 por Juan Gómez de Mora (1586-1648), dentro de su proyecto de remodelación de la fachada principal del palacio, que buscaba la unificación de estilos y la simetría de trazas.


Maqueta de Gómez de Mora de su proyecto (1625).

Desde su construcción, la Torre Dorada se convirtió en el principal hito arquitectónico del alcázar. Símbolo del poder, su fisonomía y materiales fueron replicados en distintas edificaciones de la capital, desde la Plaza Mayor hasta la Cárcel de Corte, en un intento de sugerir la presencia de la monarquía, más allá de palacio.

Interior

Si, en lo que respecta al exterior de la torre, Felipe II hizo valer sus gustos flamencos, para el interior apostó claramente por el arte italiano. Distintas dependencias fueron pintadas al fresco, como era usual en Italia, en primer término por Gaspar Becerra (1520-1568), un buen conocedor de la pintura romana, y más tarde por Giovanni Battista Castello "Il Bergamasco" (1500-1569), que llegó a España en 1567.

Este último pintor recibió la ayuda de su hijo Fabrizio Castello y su hijastro Niccoló Granello, así como de los hermanos Francesco y Giovanni Maria da Urbino. Les acompañaron el dorador Francesco da Viana y el estuquista Pietro Milanese, todos ellos de origen italiano, al igual que el maestro.

Aunque también trabajaron artistas españoles, caso del trazador vallisoletano Francisco de Salamanca (1514-1573), quien se responsabilizó de las obras de carpintería.


'Los volatineros delante del alcázar'. Jean L'Hermite (1596). La Torre Dorada queda al fondo.

Además de su valor artístico, la Torre Dorada tuvo una enorme relevancia histórica. Fue el lugar donde Felipe II situó el despacho real -que utilizarían posteriormente sus sucesores-, razón por la cual la torre también fue conocida como Torre del Despacho, además de como Torre Alta.

En el primer tercio del siglo XVII, Felipe IV (1605-1665) ordenó instalar, en la planta inmediatamente superior al despacho, la Biblioteca Real, que el monarca concibió para su uso personal y que puede considerarse como el antecedente más remoto de la Biblioteca Nacional.

Según describió Vicente Carducho en sus Diálogos de la Pintura (h. 1634), los libros estaban "encuadernados curiosa y uniformemente en estantes dorados, en correspondencia a la hermosura de la pieza (estancia)". En un inventario de 1637, se contabilizaron 2.234 obras, clasificadas en cincuenta apartados.

A la librería se entraba por una puerta donde podía leerse la inscripción "Animi Medicamentum" (medicina para la mente), que, según la tradición, era el mismo lema que presidía la biblioteca del rey egipcio Osimandias.


Detalle de un dibujo de Pier Maria Baldi (1668). La Torre de la Reina aún no tenía chapitel.

Acorde con su importancia como centro de decisiones, la Torre Dorada albergó valiosísimas piezas de arte, además de una extensa documentación, desde archivos oficiales hasta una rica cartografía (como los dieciséis mapas de Pedro Teixeira que colgaban de las paredes).

En el terreno de la pintura, la torre dio cabida a la famosa colección de desnudos de los Austrias, además de obras religiosas, como diferentes cuadros de Durero, Luca Giordano y Jusepe Leonardo, que decoraban el oratorio.

A todo ello hay que añadir el llamado Cubillo de las Trazas, una sala donde se custodiaban varios dibujos, encargados por Felipe II, con las plantas y alzados de los Reales Sitios.

La torre también destacó en materia científica. Aquí tuvo su taller el célebre Juliano Turriano (1500-1585), un ingeniero, matemático y relojero que gozó de la máxima confianza de Felipe II.

Lamentablemente, todo ello desapareció, pasto de las llamas, en la Nochebuena del año 1734.


Durante el reinado de Carlos II (1661-1700), la Torre de la Reina fue rematada con su chapitel.

Artículos relacionados

- El viaje de Cosme de Médici: Alcalá y Madrid
- Torre de la Parada
- El Palacio de Santa Cruz (1): historia
- El Palacio de Santa Cruz (2): descripción

lunes, 21 de enero de 2013

La terminal de llegadas de la Estación de Atocha

Dos años después de entrar en funcionamiento, visitamos la nueva terminal de llegadas de la Estación de Atocha, una magnífica obra que, pese a su importancia en el entramado ferroviario madrileño y su valor arquitectónico, ha pasado prácticamente inadvertida.

La decisión de realizar esta infraestructura se tomó en 2001, en el contexto de apertura de nuevas líneas de alta velocidad. El proyecto recayó sobre Rafael Moneo, el mismo arquitecto que, años atrás, se puso al frente de la primera gran ampliación acometida en Atocha, culminada en 1992.

En su segunda intervención sobre la estación, Moneo ha apostado por un trazado continuista, absolutamente respetuoso con lo existente: "no queríamos una actuación que desvirtuara la anterior, se trataba de aumentar la capacidad sin cambiar mucho su forma".



Sin embargo, los materiales y tonos utilizados sí que marcan una ruptura con el pasado e introducen un lenguaje propio, no compartido, acorde con los nuevos tiempos.

Frente al ladrillo visto y el hormigón desnudo de la anterior remodelación, se emplean estructuras de acero pintadas de blanco, un "color más preciso y que permite un mejor mantenimiento", al tiempo que refleja mejor la luz.



La nueva terminal se ha concebido únicamente para las llegadas, en lo que constituye un planteamiento ciertamente novedoso, más en línea con un aeropuerto que con una estación ferroviaria al uso.

De ahí que muchos madrileños no la conozcan, ya que no puede visitarse libremente, sino que sólo es accesible para los viajeros que llegan a Madrid.

Las obras duraron dos años (de 2009 a 2010) y fueron dirigidas por Pedro Elcuaz, en calidad de colaborador de Rafael Moneo. El 12 de diciembre de 2010 tuvo lugar el acto de inauguración, aunque el complejo no entró en servicio hasta siete días después.

Descripción



La nueva terminal de llegadas se sitúa en la parte meridional de la Estación de Atocha y alberga un total de quince vías, que se reparten en ocho andenes.

Las cubiertas son, sin duda alguna, el elemento más destacado del conjunto, especialmente la denominada cubierta alta, que descansa sobre vigas de veinte metros de altura.

Consiste en una marquesina en paraboloide hiperbólico, con forma de abanico, en la que se abren grandes lucernarios de vidrio, orientados al norte, que permiten la entrada de la luz.



Un pasillo de 200 metros de largo por 31 de ancho, dotado con pasarelas rodantes, comunica los andenes con el vestíbulo de llegadas, que, a su vez, conecta con el intercambiador de Cercanías y Metro, así como con la salida y los aparcamientos. Varias bóvedas de acero modulado sirven de cubierta.



El citado vestíbulo se encuentra junto al cilindro rojizo que Moneo construyó durante la remodelación de 1992, todo un símbolo de la estación. Consta de dos plantas, que suman aproximadamente 2.800 metros cuadrados de superficie.



La salida al exterior se organiza alrededor de una plaza de nueva creación, que da a la Avenida de la Ciudad de Barcelona. Está decorada con dos esculturas de Antonio Löpez, hechas en 2008, que antes estaban colocadas en el interior, en uno de los vestíbulos.

Se trata de dos cabezas de niño, una con los ojos abiertos y la otra con los ojos cerrados. Llevan por nombre Dìa y Noche, respectivamente, y hacen una alusión alegórica a los ritmos y tiempos de una estación ferroviaria.

lunes, 14 de enero de 2013

El mastodonte mayrití

La existencia de animales prehistóricos en el subsuelo madrileño no es un descubrimiento reciente, sino que se conoce desde la propia fundación de la ciudad, en el siglo IX. Aunque cabe entender que, en aquel entonces, no se pensara en términos paleontológicos y se hablara de prodigios de la naturaleza, bestias monstruosas, demonios o dragones.

Una de las crónicas más detalladas que se conservan del Madrid islámico hace referencia precisamente a la aparición de una osamenta de grandes proporciones, mientras se excavaba el foso exterior de la muralla musulmana.


Muralla musulmana, en la Cuesta de la Vega.

Estamos hablando, por tanto, de los tiempos del emir Muhammad I (823-886), considerado el fundador de Mayrit, o quizá de su primogénito y sucesor, Al Mundir (844-888).

Sin embargo, la crónica en cuestión es muy posterior a ese momento. Es de finales del siglo XV y la firma el geógrafo Al Himyari, quien, haciéndose eco de las palabras del historiador Ibn Hayyan (987-1075), describía el hallazgo de este modo:

"Se encontró una tumba con un esqueleto gigantesco, cuya longitud era de cincuenta y un codos, es decir, ciento dos palmos, desde la punta de la cabeza a los pies."

"Se confirmó la veracidad de esto por un comunicado del cadí de Mayrit, que fue en persona a verlo, junto a sus testigos oficiales, y notificó que el volumen de caja craneana alcanzaría ocho arrobas, más o menos. ¡Alabado sea quién ha puesto en todo su signo!"

¿Sería un mastodonte, un mamut o, tal vez, un dinosaurio?

Mastodonte de Cerámica Mirasierra, en el barrio de Tetúan (1959).

domingo, 6 de enero de 2013

'Pasión por Madrid' cumple tres años

Parece increíble, pero cumplimos tres años, una edad que, teniendo en cuenta la volatilidad y rapidez de Internet, debe ser casi de anciano. Es verdad que, por momentos, nos hemos sentido un poco cansados y que alguna vez, incluso, hemos pensado en claudicar.

Pero también es cierto que nos sentimos muy arropados y que esto nos permite renovar nuestras energías. Así que hacemos votos para seguir adelante, a ver si conseguimos alcanzar, por lo menos, los cuatro años.

Con independencia de lo que venga, los tres años que ya han venido nos han proporcionado un motón de satisfacciones, que os queremos agradecer especialmente.

Todos vosotros habéis hecho posible este proyecto, que sólo pretende que conozcamos algo más Madrid y si de paso aprendemos a querer la ciudad, mejor que mejor. Muchas gracias, de todo corazón.

Las entradas más visitadas de cada año

El reportaje sobre La Playa de Madrid fue el más visto de 2010. La primera playa artificial de España se construyó en 1932, a partir de un embalse arrebatado al Manzanares, en El Pardo. 

En 2011 el artículo con mayor número de visitantes fue el dedicado al Centro de Estudios Hidrográficos, una obra de Miguel Fisac, levantada en la ribera del Manzananres, junto al Puente de Segovia.

El pequeño río de Madrid volvió a ser protagonista en el año 2012 con el reportaje titulado El Manzanares, según el paisajismo del XIX, un repaso a las pinturas decimonónicas que se inspiraron en nuestro río.

miércoles, 2 de enero de 2013

Inviernos como los de antes

Cuando ya llevamos dos semanas de estación invernal, vale la pena recordar que, por más que ahora pasemos frío, hubo un tiempo en el que hablar de invierno en Madrid era hablar de heladas casi diarias, nevadas frecuentes, vientos esporádicos y demás fenómenos meteorológicos que, hoy día, saltan a la primera plana de los noticieros precisamente porque son escasos.

Para muestra de lo que decimos, sirvan como ejemplo estas siete imágenes históricas, correspondientes a la primera mitad del siglo XX, que reproducimos en orden cronológico.



En enero de 1914 las aguas superficiales de la ciudad permanecieron congeladas durante varias semanas, como puede comprobarse en estas dos fotografías (una del estanque del Palacio de Cristal y la otra de la Fuente de Cibeles), que fueron publicadas el día 7 del citado mes.



La situación se agravó diez días después, al caer una nevada que endureció aún más el hielo acumulado. En la imagen inferior vemos otra vez el estanque del Palacio de Cristal, convertido en una divertida pista de patinaje.



En marzo de 1916 la prensa madrileña dio cuenta de otra copiosa nevada, que dibujó de blanco las calles y los parques de la ciudad. En la foto que se incluye a continuación aparece el Estanque Grande de El Retiro.



Saltamos a febrero de 1928, con esta fotografía de los desaparecidos jardines de la Plaza Mayor, cubiertos con el gélido manto blanco.



Pero no siempre la nieve ha dado lugar a escenas apacibles, más bien lo contrario. Fuera de los jardines y de las plazas, suele ser un elemento molesto y peligroso, tal y como puede apreciarse en esta imagen de la Plaza de la Independencia, durante la nevada caída en febrero de 1938.



O en esta otra de la confluencia de la Gran Vía con la Calle de Alcalá (también de febrero de 1938), donde puede verse la fachada del Edificio Metrópolis semioculta por la nieve.