lunes, 12 de agosto de 2013

El verdadero origen del lienzo de la Paloma

A diferencia de otras imágenes marianas, la Virgen de la Paloma no es una talla escultórica, sino un sencillo lienzo de limitado valor artístico, que ni siquiera es original, sino una de las muchas copias que se hicieron en el pasado de la Virgen de la Soledad.

Su origen, por tanto, hay que buscarlo en esta última advocación, una de las más veneradas del mundo católico, que, como veremos a continuación, también surgió en Madrid. 


Virgen de la Paloma. Anónimo del siglo XVIII. Iglesia de San Pedro el Real o de la Paloma.

Cuando Isabel de Valois (1546-1568), la tercera esposa de Felipe II (1527-1598), llegó a España, se trajo consigo una pintura por la que sentía gran aprecio. En ella se representaba a una Virgen arrodillada, detrás de una cruz vacía.

La reina encargó a Gaspar Becerra (1520-1568) que materializara en una escultura la imagen del cuadro. Siguiendo la costumbre de la época, el artista andaluz realizó una estatua vestidera, que debió acabar hacia 1561, año en el que Madrid fue proclamada capital de España. 


Virgen de la Soledad, de Gaspar Becerra (anterior a 1925). Fototeca del Patrimonio Histórico.

Fue María de la Cueva y Álvarez de Toledo, condesa de Ureña y camarera de la soberana, quien sugirió el atuendo de la talla, así como su nombre. Tal vez influida por la reciente pérdida de su marido, propuso llamarla Nuestra Señora de la Soledad y donarle uno de sus vestidos de viuda, la característica saya blanca y manto negro que, en tiempos de los Austrias, utilizaban las nobles castellanas cuando enviudaban.

"Cierto que supuesto que este misterio de la Soledad de la Virgen parece que quiere decir cosas de viudas, que si se pudiese vestir como viuda, de la manera que yo ando, que me holgaría, porque tuviese yo también parte en esto y pudiese servir a Nuestra Señora con un vestido y tocas como estas mías".


Convento de la Victoria, según dibujo de E. Lettre.

La imagen fue bendecida en 1565 y llevada al desaparecido Convento de la Victoria, situado muy cerca de la Puerta del Sol, en la actual Calle de Espoz y Mina, donde fue objeto de una intensa devoción por parte de los madrileños. En muy poco tiempo, logró convertirse en la Virgen más popular de Madrid.

En 1567 se fundó la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, que la procesionaba cada Viernes Santo. En 1611 fue construida una capilla propia para la talla, anexa al Convento de la Victoria, que tuvo que ser ampliada en 1660, ante el incesante desfile de fieles.


Virgen de la Soledad, de Gaspar Becerra, procesionando (anterior a 1936).

La Soledad fue copiada hasta la saciedad entre los siglos XVI y XVIII. No hubo iglesia española que no contara con una réplica, ya fuera escultórica o pictórica. Además, la costumbre madrileña de sacarla en procesión en Viernes Santo fue adoptada por numerosas congregaciones religiosas de todo el país.

El patrocinio regio del que gozaba la advocación facilitó también su expansión internacional, en concreto por los dominios hispanos de Europa, América y Filipinas, gracias a una iconografía que encajaba perfectamente con los principios de la Contrarreforma.

El investigador Armando Rubén Puente estima que, durante el barroco, hubo al menos veintisiete pintores en Madrid que hacían copias “a un ritmo de dos o tres por semana”.

Según este autor, el Museo del Prado guarda en sus almacenes nueve pinturas que siguen el patrón de la Soledad, mientras que en iglesias y conventos de la ciudad se contabilizan aproximadamente veinte. Entre ellas cabe citar la existente en el humilladero de la Calle de Fuencarral.


Virgen de la Soledad. Anónimo del siglo XVII.

Una de esas copias fue la que, a principios de 1787, dio origen a la advocación de la Virgen de la Paloma, que, pese a ser relativamente reciente, se ha convertido en una de las de mayor fervor de la capital, hasta el punto de desplazar a la Soledad, de la que procede.

Su historia es muy conocida. Al parecer, unos niños estaban jugando en los llamados Corrales de la Paloma con una tela pintada con la Virgen de la Soledad, cuando Isabel Tintero, una vecina del barrio, los convenció para que se la entregaran, a cambio de unas monedas.

La mujer instaló el lienzo en un altar dentro de su propia vivienda, que pronto se convirtió en un lugar de peregrinación. En 1796 se edificó una capilla en condiciones, que quedó bajo la advocación de Nuestra Señora de la Soledad, si bien el nombre que se impuso fue el de la Paloma, en alusión a la calle donde había sido levantada.

La capilla fue derribada en 1896. Ese mismo año empezaron las obras de la iglesia neomudéjar que ha llegado a nuestros días, tal y como la proyectó el arquitecto Lorenzo Álvarez Capra (1848-1901). Fue inaugurada el 23 de marzo de 1912.


Iglesia de San Pedro el Real o de la Paloma, altar mayor (anterior a 1936). Fototeca del Patrimonio Histórico.

¿Y qué pasó con la primitiva Virgen de la Soledad? Tras la Desamortización de Mendizábal, que supuso el derribo del Convento de la Victoria, la talla de Gaspar Becerra fue trasladada en 1837 a la Colegiata de San Isidro, en la Calle de Toledo.

Aquí estuvo apenas un siglo, ya que, en 1936, nada más comenzar la Guerra Civil, desapareció en un incendio. De todos modos, el templo cuenta con otra imagen de la Soledad, que fue labrada en el siglo XIX.

lunes, 5 de agosto de 2013

El río Manzanares, según Eugenio Lucas Villaamil

Eugenio Lucas Villaamil (Madrid, 1858-1918) es uno de los pintores españoles menos conocidos del siglo XIX, a pesar de lo ingente de su producción. Nació en Madrid, hijo de Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870) y nieto de Genaro Pérez Villamil (1807-1854), ambos prestigiosos pintores, aunque su obra queda muy lejos de la calidad artística de éstos.

No obstante, supo suplir esta carencia especializándose en imitaciones goyescas, con las que consiguió ganarse una clientela de tipo medio. De sus manos surgieron numerosas estampas costumbritas, la mayor parte de ellas ambientadas en Madrid, que destacan por su vivaz colorido y su pincelada suelta.


La Pradera de San Isidro.

Como escenario de las principales fiestas y celebraciones madrileñas, el Manzanares no podía faltar en su obra. El río hace acto de presencia en varios cuadros, aunque nunca como motivo central, sino como un elemento escenográfico más, supeditado a la escena que se está mostrando.


Fiesta campestre.

En muchas de sus pinturas los personajes aparecen ataviados con vestimentas dieciochescas, al más puro estilo de Goya. Eugenio Lucas Villaamil no solo se apropia de los majos y manolos que el genio aragonés inmortalizó en sus cartones, sino que también parece imitar sus modelos compositivos.


Merienda con personajes goyescos.

Al final de su carrera, fue descubierto por el mecenas José Lázaro Galdiano (1862-1947). Bajo sus órdenes, estuvo trabajando en el Palacio de Parque Florido (actual Museo Lázaro Galdiano), en la Calle de Serrano. A él se deben las pinturas murales que decoran los techos de este edificio.


Un día de fiesta en la Pradera de San Isidro con la ermita al fondo.

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sábado, 3 de agosto de 2013

'Maribel y la extraña familia'

Durante estos meses estivales, en los que Madrid parece haber echado el cierre, sorprende encontrar en la cartelera de teatro un montaje tan brillante como el de 'Maribel y la extraña familia', de Miguel Mihura (1905-1977), que estos días llena el Teatro Infanta Isabel.

Lucía Quintana y Markos Marín.

El prestigioso director Gerardo Vera recupera esta comedia, una de las más aplaudidas y representadas de la historia del teatro español, y lo hace con tal maestría que me atrevería a decir que estamos ante una de las mejores puestas en escena que se hayan hecho en la capital en los últimos años.

Vera saca todo el partido al genio de Mihura y nos pone en bandeja su refinado e inteligente humor, basado en situaciones inverosímiles, personajes atípicos y un lenguaje dislocado. El autor madrileño convierte el absurdo en un fin en sí mismo, pero también en un potente medio para destapar las incongruencias de los convencionalismos sociales, todo ello bajo un barniz poético que conduce a la ternura.

Porque, como dijo el propio Mihura, "el humor es un género literario al que se suelen dedicar los poetas cuando la poesía no da lo suficiente para vivir bien". 

"El humor es a la literatura seria lo que el agua de Seltz al agua de Lozoya. El mismo líquido, pero adornado con unas burbujitas para que haga más mono. En realidad, nada, un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone uno en el sombrero, un modo de pasar el tiempo".


Alicia Hermida y Sonsoles Benedicto.

La obra fue estrenada en el año 1959. Un año después, se rodó su primera versión cinematográfica, dirigida por José María Forqué, en la que participó la actriz madrileña Alicia Hermida, que curiosamente también interviene en esta representación teatral.