lunes, 25 de agosto de 2014

Bañarse en el Manzanares (2)

Hace más de cuatro años publicamos el reportaje "Bañarse en el Manzanares", en el que, por medio de fotografías antiguas, dábamos cuenta de esta vieja costumbre, que, por increíble que parezca, todavía pervive en lugares como el Monte de El Pardo o, fuera de la capital, La Pedriza.

Hemos encontrado nuevas imágenes, la mayoría de los años treinta del siglo XX, cuando las excursiones a los tramos agrestes del río empezaron a popularizarse entre las familias madrileñas. Pero también hay fotos urbanas, aunque, en este caso, no se ven familias, solamente niños, a quienes no parecía importarles que el Manzanares estuviese canalizado.

















Siguiendo un orden cronológico, comenzamos con esta fotografía de 1930, en la que creemos reconocer el Puente de San Fernando. Llama la atención la mezcolanza de tipos que se dan cita en el lugar, desde personas vestidas de calle hasta bañistas ataviados como tales, pasando por niños que van completamente desnudos.

















Continuamos en el año 1930. La búsqueda de enclaves naturales, donde la calidad de las aguas era mayor, era una constante en las excursiones al río. Las riberas arenosas, libres de vegetación, eran las más concurridas por los bañistas.














La escasa profundidad de las aguas permitía que los niños se bañaran sin apenas peligro, más allá de determinadas zonas de charcas o pozas, estas últimas provocadas por la extracción de arenas. La fotografía es de 1931.

















Nos situamos ahora en 1933, en el tramo urbano del río. La primera canalización del Manzanares nunca fue un obstáculo para los bañistas. Muy al contrario, las pequeñas presas que salpicaban el cauce constituían auténticas piscinas naturales, a las que acudían niños y adolescentes.















Esta imagen de 1934, tomada a la altura del Puente de Segovia, corrobora la idoneidad de la primera canalización para la práctica del baño. El canal tenía una inclinación muy suave, que posibilitaba un acceso muy cómodo al cauce.















La apertura de la Playa de Madrid en 1932 supuso un punto de inflexión, al dignificar al río y a los bañistas. Considerada la primera playa artificial que se construyó en España, estaba articulada alrededor de un embalse de 80.000 metros cúbicos, en las cercanías del Hipódromo de la Zarzuela.















No abandonamos la Playa de Madrid, un complejo que, además del baño, permitía la realización de otras actividades recreativas, entre ellas los paseos en barca, como éste que vemos en la imagen superior, captada en julio de 1933.



Las excursiones que se hacían al Manzanares durante los meses estivales han generado miles de fotografías personales, convertidas hoy día en verdaderos documentos históricos. Aquí vemos a un niño posando junto al río, en el año 1946.













El Puente de los Franceses era uno de los sitios preferidos para el baño, tal vez por su ubicación a medio camino entre la parte urbana y los parajes silvestres. La imagen es de la década de los cincuenta.













Y terminamos en 1955, en las inmediaciones de Puerta de Hierro. Varias personas se refrescan los pies en la corriente, haciendo honor al embajador Rhebiner, cuando pronunció la lapidaria frase de que el Manzanares era "el mejor río de Europa" pues tenía la ventaja de ser "navegable a coche y a caballo". Y, por supuesto, a pie.

lunes, 4 de agosto de 2014

La cruz de Puerta Cerrada



Nos dirigimos a la Plaza de Puerta Cerrada, donde se encuentra el único monumento público dedicado a la Santa Cruz que existe en Madrid. Y no es que la capital no tuviera otras cruces, solo que fueron eliminadas a principios del siglo XIX, por orden del corregidor José de Marquina Galindo, que quiso evitar así que fueran objeto de profanaciones.

Estamos, por tanto, ante una auténtica superviviente. Según diferentes cronistas, la cruz de Puerta Cerrada fue salvada para que la ciudad tuviera un recuerdo de su conquista cristiana, aunque desde aquí entendemos que no fue demolida porque, además de su función simbólica, tenía un cometido como infraestructura hidráulica.

En su Guía de Madrid (1875), Ángel Fernández de los Ríos afirmaba que la cruz era realmente "un adorno de un arca de agua que constituye su pedestal". Algo perfectamente comprensible si consideramos que en este lugar se encontraba el manantial del Arroyo de San Pedro (que discurría por la Calle de Segovia), donde nacía un viaje de agua de origen islámico.

Sea como sea, los madrileños celebraron la decisión de conservar la cruz colocando a sus pies un cartelón con el siguiente verso: "¡Oh, cruz fiel! ¡Oh, cruz divina, que triunfaste del pérfido Marquina!"



La cruz fue construida en el año 1783 y, a juicio de Mesonero Romanos, en el mismo sitio donde antes estuvo la Puerta Cerrada, una de las entradas de la muralla cristiana, que fue derribada en 1569. Conocida inicialmente como de la Culebra, en alusión a un relieve de un dragón, esta puerta cambió su nombre cuando, debido a los numerosos asaltos que se producían en su interior, tuvo que ser clausurada.

Al parecer, hubo una cruz anterior, posiblemente medieval, si bien no hay constancia de su existencia hasta 1588. En el siglo XVII tuvo su propia cofradía, como así se desprende de algunos documentos en los que varios mayordomos solicitaban permiso para "poner luminarias y tener clarines y tambor". Pese a ello, no hemos conseguigo localizarla en ningún plano de la época, ni siquiera en el de Pedro de Teixeira (1656).

Hecha en caliza blanca de Colmenar, la cruz presenta un diseño muy sencillo. Es lisa en todos sus lados y la única decoración se concentra en el plinto, formado por una especie de espiral, así como en la base, donde hay esculpida una corona de laurel. Antiguamente había otro ornamento floral, que ha desaparecido. Con respecto al pedestal, se trata de un simple prisma, rematado por una pequeña estructura a cuatro aguas.


Año 1928.

Nota explicativa

Existen otros monumentos públicos con cruces en Madrid, pero, a diferencia del de Puerta Cerrada, no están dedicados a la Santa Cruz. Es el caso de la columna de piedra de la Plaza de Ramales, con una cruz de hierro forjado en su parte superior, que fue levantada en homenaje a Velázquez, para señalar el lugar donde recibió sepultura.