lunes, 30 de marzo de 2015

Dos calvarios medievales madrileños

Coincidiendo con la Semana Santa, centramos nuestra atención en dos grupos escultóricos medievales, conservados en la Comunidad de Madrid, que abordan el tema de la crucifixión. Ambos siguen el modelo de los calvarios, donde no solo se representa al crucificado, sino también algunas de las figuras que, según la tradición, acompañaron a Jesús en su agonía.



Nuestro primer destino es la Basílica de la Concepción de Nuestra Señora, en la Calle de Goya, la primera parroquia con la que contó el Barrio de Salamanca, aunque, en sus orígenes, estuvo ubicada en otro enclave.

La iglesia actual es de estilo neogótico y fue construida entre 1912 y 1914 por el arquitecto Eugenio Jiménez Corera, sustituido, tras su muerte, por Jesús Carrasco. Si bien la mayor parte de los elementos que decoran su interior fueron elaborados en el primer tercio del siglo XX, guarda piezas artísticas de épocas anteriores.



Entre ellas sobresale el llamado Cristo de la Salud, un calvario de procedencia desconocida, que se encuentra en una pequeña capilla, en una de las naves laterales. Se corresponde con una etapa primitiva del gótico, que podría datarse en la primera mitad del siglo XIII.

El calvario está integrado por tres imágenes policromadas (Jesucristo, la Virgen María y San Juan Evangelista), que, a pesar de mantener una posición rígida, propia del románico, dejan entrever un suave movimiento y una cierta actitud dialogante, conseguida por medio de las expresiones que se dibujan en los rostros.

Los citados rasgos vuelven a observarse, todavía con mayor rotundidad, en el calvario de la Iglesia de Santo Domingo de Silos, en Prádena del Rincón. Se trata de uno de los templos románicos más singulares que tenemos en la Comunidad de Madrid, posiblemente del siglo XII, como tuvimos ocasión de comprobar cuando lo visitamos en 2010.



Este grupo escultórico, del que solo han sobrevivido las tallas de la Virgen y San Juan, se exhibe en estos momentos en la exposición El triunfo de la imagen, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que se muestran obras religiosas restauradas en los últimos tiempos por la Comunidad de Madrid.

Las figuras fueron descubiertas en muy mal estado en el año 2011. Se hallaban dentro de un nicho horadado en el atrio norte de la iglesia, junto a restos humanos, como si hubiesen recibido sepultura. A modo de hipótesis, cabría pensar que la parroquia adquirió unas nuevas imágenes y que, dada la prohibición medieval de vender o destruir los objetos religiosos, optó por enterrar ritualmente las antiguas.



Al igual que el calvario anterior, el de Prádena del Rincón es gótico, aunque dentro de una fase más avanzada. Podría ser de la primera mitad del siglo XIV, como se desprende de su mayor sentido del movimiento o del tratamiento de los ropajes. No obstante, se observan ciertos toques arcaizantes, sobre todo en las facciones.

En los dos grupos escultóricos se repiten las mismas posturas. María aparece ataviada con túnica, cruzando las manos sobre su pecho, como símbolo de asociación al sacrificio de su hijo. Por su parte, Juan se lleva la mano derecha al rostro, mientras que con la izquierda sostiene un libro (desaparecido en el caso de Prádena), en clara referencia a su Evangelio.


viernes, 27 de marzo de 2015

Paul Delvaux con 'Los laberintos del arte'

El pasado domingo acudimos a una exposición de la mano de 'Los laberintos del arte', un grupo cultural que, más allá del rígido concepto de visita guiada, nos invita a hacernos preguntas, a desarrollar un espíritu crítico y a descubrir nuevas perspectivas, sin las ataduras de lo preestablecido.

Sus recorridos no son lineales, sino que, huyendo de los prejuicios, exploran multitud de caminos, a los que no solemos entrar por entender que pertenecen a la esfera de unos pocos. Con ese ánimo llegamos al Museo Thyssen-Bornemisza, donde visitamos la muestra dedicada al pintor belga Paul Delvaux (1897-1994), que se celebrará hasta el próximo 7 de junio.



Gracias a Manuel, nuestro maestro de ceremonias, nos preguntamos hasta qué punto cabe catalogar a este artista dentro del surrealismo, como los propios organizadores de la exposición se encargan de enfatizar. Y descubrimos que, por su origen acomodado, su tensa relación con René Magritte, su propia concepción de la pintura y la forma de proyectar su obra, esa etiqueta tal vez no sea del todo exacta.

Asimilamos su singular lenguaje pictórico, dominado por mujeres desnudas, esqueletos, espejos, arquitecturas y estaciones ferroviarias. Y comprendimos que las teorías que intentan explicarlo, las que suelen reflejar los libros académicos, quizá pequen de ser demasiado conclusivas, movidas por ese afán de que todo tiene que tener una intención, cuando a lo mejor solo hay que buscar motivaciones.

Descubrimos que era un hombre muy culto, que admiraba a Julio Verne, que conocía a los clásicos y que todo ello tiene un reflejo directo en sus cuadros.

Y que, en contra del lema de la exposición, ‘Paseo por el amor y la muerte’, su pintura está llena de vida, incluso en sus famosos esqueletos, que, lejos de ser expresiones macabras, propias del Tánatos, se comportan como los vivos.

Fueron muchas las sensaciones, muchas las experiencias y mucho lo aprendido. Agradecemos a ‘Los laberintos del arte’ su buen hacer y su capacidad para hacernos traspasar las numerosas puertas que se disponen alrededor de un cuadro, una escultura, una fotografía o un edificio. Nuestra enhorabuena a Manuel y a todo su equipo. 


lunes, 23 de marzo de 2015

De la Fuente del Tritón a la Fuente del Castaño

La entrada de hoy está dedicada a la Fuente del Tritón, uno de los muchos tesoros que adornaron los Jardines del Buen Retiro, de la que no queda nada, ni siquiera existen pistas que nos aclaren las circunstancias de su desaparición.

Fue configurada a mediados del siglo XVII, a partir del reciclaje de dos elementos principales, un grupo escultórico y un pedestal, que, si bien procedían de proyectos diferentes, tenían en común haber sido elaborados en la Florencia del Cinquecento.


Fuente del Tritón del Buen Retiro. Dibujo de Edward Montagu, 1668.

El grupo escultórico

La escultura que presidía la fuente fue realizada hacia 1560 por el artista italiano Battista Lorenzi (1527-1583), en su taller florentino. Estaba hecha en mármol y representaba a un tritón a lomos de un delfín, en suave escorzo, con el brazo derecho levantado, tocando un cuerno (o tal vez una caracola), a modo de instrumento musical.

El primer destino de esta figura fue la ciudad siciliana de Palermo, que en aquellos momentos estaba bajo dominio español, y más en concreto, el Palacio de los Normandos, donde tenía su sede el virreinato.

En el año 1644, el virrey de Sicilia y Nápoles, Juan Alfonso Enríquez de Cabrera (1597-1647), decidió llevársela a Madrid y entregársela como regalo al rey Felipe IV (1605-1665), quien, diez años después, ordenaría ubicarla en el Buen Retiro.

Podemos hacernos una idea de cuál era su aspecto, gracias a la copia existente en el Museo Archeologico Regionale de Palermo, que fue encargada por el propio virrey, poco antes de su partida a España.


Fontana del Tritone, Museo Archeologico Regionale de Palermo. 
(Wikimedia Commons).

El pedestal

La fuente tenía como base una pieza de excepción. Se trataba del pedestal de la Fontana del Cortile, que estuvo situada en Florencia, una creación de Juan de Bolonia (1529-1608), compuesta, además de por esta estructura, por el grupo escultórico Sansón dando muerte a los filisteos.


Fontana del Cortile. Dibujo de Juan de Bolonia, hacia 1560.

La Fontana del Cortile fue comprada en 1601 por el Duque de Lerma y colocada tres años después en el Palacio de la Ribera, la residencia veraniega que Felipe III tuvo en Valladolid.

En 1623, reinando ya Felipe IV, la estatua de Sansón fue donada al Príncipe de Gales (a la postre, Carlos I de Inglaterra). No así el pedestal, que terminaría en el Buen Retiro, tras descartarse el Real Sitio de El Pardo como posible enclave.


'Sansón dando muerte a los filisteos', de Juan de Bolonia, 1562 (Victoria & Abert Museum, Londres).

Tanto gustó este soporte que, casi en paralelo, se hizo una réplica para el Jardín de la Isla de Aranjuez, según ha podido documentar el historiador italiano Fernando Loffredo (2012). Se pone así fin a la opinión generalizada de que el cuerpo principal de la Fuente de Baco, en la citada localidad, era el original de Juan de Bolonia.


Fuente de Baco, Aranjuez (Wikimedia Commons)

El resultado final

La Fuente del Tritón fue levantada entre 1654 y 1656 en el Jardín de la Reina, una de las grandes plazas que dividían el Palacio del Buen Retiro. Aquí compartía eje con el llamado ‘caballo de bronce’, la célebre estatua ecuestre que Pietro Tacca (1577-1640) le hizo a Felipe IV y en la que también intervino Juan de Bolonia. Como sabemos, este monumento se encuentra hoy en la Plaza de Oriente.


'El Palacio del Buen Retiro y la estatua de Felipe IV', grabado de Pieter Van den Berge, 1701.

A pesar esta integrada por partes inconexas y dispersas, se logró una composición bastante armoniosa. A ello contribuyó la traza del tritón, no muy diferente a la que concibió Juan de Bolonia para su Sansón. Mientras que el primero eleva su brazo derecho para tocar un cuerno, el segundo lo hace para dar muerte a un enemigo.

Conocemos cómo era la fuente en el siglo XVII por un elocuente dibujo que Edward Montagu, primer conde de Sandwich, hizo durante su embajada en Madrid (1666-1668). Se incluye al inicio del presente reportaje.

La desaparición

Si bien no hay constancia de ello, cabe pensar que el pedestal quedara destrozado durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). En cambio, el grupo escultórico sí que consiguió salvarse, aunque lamentando la pérdida del cuerno que sostenía con la mano.



Convenientemente restaurado, el tritón fue ubicado en la Casa de Campo, probablemente a mediados del siglo XIX, cuando la antigua posesión real se quedó prácticamente sin elementos decorativos, con el traslado de la estatua ecuestre de Felipe III a la Plaza Mayor y la desmantelación de la Fuente del Águila. Pudo haber sido llevada en esos momentos para compensar el vacío creado.

Fue instalado encima de una modesta fuente, denominada del Castaño. Tenemos constancia de este emplazamiento gracias a una fotografía de finales del siglo XIX o principios del XX y a un dibujo publicado por primera vez en 1901 por una guía turística. A partir de ahí, se pierde completamente el rastro, sin que se conozca ningún tipo de detalle sobre su desaparición.


Dibujo incluido en la guía 'Real Casa de Campo', 
de Manuel Jorreto, 1901.

lunes, 16 de marzo de 2015

La antigua Casa Municipal del distrito de la Inclusa

Llegamos al número 2 de la Ribera de Curtidores, donde se levanta un soberbio edificio de aire escurialense, perteneciente al Ayuntamiento de Madrid. Fue inaugurado en 1935 para albergar la Tenencia de Alcaldía de la Inclusa, un antiguo distrito en el que quedaba englobado Lavapiés, llamado así por la casa de beneficencia que existió en Mesón de Paredes.

Desde entonces ha tenido múltiples usos. Entre ellos, ha sido Casa de Socorro, Junta Municipal de Arganzuela, Juzgado, Escuela Mayor de Danza, Departamento de Estadística y sede de organizaciones no lucrativas, como el Banco de Alimentos y Mensajeros de la Paz.























Su arquitecto fue Francisco Javier Ferrero (1891-1936), quien tuvo listos los planos en 1932. Estamos hablando de uno de los grandes maestros del racionalismo madrileño, artífice de obras tan indispensables como el Viaducto de la Calle de Segovia, el Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, el Mercado Central de Pescados de la Puerta de Toledo, el Edificio Parque Sur o la Imprenta Municipal.

Sin embargo, el inmueble que ocupa nuestra atención nada tiene que ver con el movimiento racionalista, sino con el neobarroco, un estilo que Ferrero cultivó en los inicios de su carrera y que recuperó con este encargo, en la recta final de su corta vida, tal vez condicionado por el carácter histórico del barrio en el que actuaba.

El neobarroco fue uno de los numerosos historicismos que se desarrollaron en el siglo XIX, si bien en nuestro país no eclosionó hasta el XX, una vez que los círculos académicos superaron sus prejuicios sobre la arquitectura barroca original.

Tanto es así que muchos de los rascacielos que se hicieron en la capital en la primera mitad del siglo XX presentan elementos que replican las creaciones de Pedro de Ribera, especialmente las portadas. Así ocurre en edificios tan conocidos como el de Telefónica, el España o el de Seguros Ocaso.























Aunque, para su proyecto, Ferrero empleó este tipo de modelos en los vanos y portada, su inspiración principal no fue Ribera, sino un barroco mucho más temprano.

Optó por el arquetipo palaciego de los Austrias, definido a comienzos del siglo XVII, en el que se plantea un trazado de planta rectangular, con cubiertas de pizarra, torres angulares y chapiteles en punta, siguiendo la línea herreriana.

Uno de los retos que tuvo que afrontar fue el fuerte desnivel del terreno. El inmueble fue construido en el solar donde antes estuvo el Matadero del Cerrillo del Rastro, en cuesta abajo y a espaldas del promontorio sobre el que hoy día se asienta la Plaza del General Vara de Rey (entonces denominada de Antonio Zozaya).

















De ahí que Ferrero ideara una terraza para la base, que, a modo de muro de contención, le permitió igualar la rasante y mantener el mismo número de plantas en todos los lados.

Este elemento no solo actúa como un terraplén, sino que, en sí mismo, es un espacio funcional, en el que tienen cabida diferentes dependencias y almacenes. Pero, sobre todo, constituye una grandiosa plataforma que realza y magnifica la fachada principal.

















La terraza cuenta con una escalinata en el extremo meridional, una fuente de ornato y varias aberturas, ente las que destaca el arco central, muy decorado, que facilita el acceso a las citadas dependencias.

Los materiales empleados en la fábrica son los característicos de la arquitectura de los Austrias, ladrillo y granito, que se combinan con revoco y caliza de Colmenar de Oreja, esta última reservada a distintas partes de la terraza. Todo ello da lugar a una gran riqueza cromática, con el rojo, el blanco, el marrón y el gris, en diversos tonos, como colores dominantes.























La prensa de la época fue muy elogiosa con el edificio, calificado por La construcción moderna como “uno de los más bellos de Madrid” (15 de mayo de 1935). Esta misma publicación llegó a decir que sus proporciones eran incluso “más armónicas que las de la Casa de la Villa”, al tener ésta únicamente dos pisos, frente a los tres del diseño de Ferrero.

Este equipamiento fue un revulsivo para una zona tradicionalmente deprimida y carente de servicios. Junto a las oficinas municipales, fue habilitada una moderna Casa de Socorro, que vino a sustituir al viejo ambulatorio de la Calle de la Encomienda, que, según El Sol (4 de mayo de 1934), era tan deficitario que los enfermos que ahí acudían "se resistían entrar en aquellas instalaciones y preferían estar en la escalera".


lunes, 9 de marzo de 2015

La Biblioteca del Senado

Entre los numerosos tesoros que se esconden en Madrid, merece una mención especial la Biblioteca del Senado, una obra maestra del interiorismo decimonónico.


'Salón de lectura', óleo de Asterio Mañanós (1917).

Fue diseñada en el año 1882 por Emilio Rodríguez Ayuso, uno de los muchos arquitectos que, a lo largo de todo el siglo XIX, intervinieron en la remodelación del antiguo convento y colegio que hoy acoge a la Cámara Alta.

Rodríguez Ayuso quiso borrar todo rastro que recordara el carácter religioso del primitivo edificio y ubicó la biblioteca en uno de los dos claustros del monasterio, concretamente el situado en el ala oeste (en el otro se habilitó la Sala de Conferencias). Procedió a su cerramiento, aunque dejando abierto un amplio lucernario para facilitar la entrada de la luz natural.
























El proyecto fue materializado en hierro dulce por Bernardo Asins, tal vez el mejor herrero de su tiempo y un personaje clave para entender la arquitectura y las artes decorativas de la segunda mitad del siglo XIX, al que, sin embargo, no se le ha reconocido lo suficiente.

Puede sorprender la elección de este material, pero, en aquel momento, se entendía que era el mejor medio en la lucha contra el fuego. En la memoria de todos estaba el pavoroso incendio que, en 1851, se llevó por delante casi dos tercios de los fondos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en Washington.













De planta rectangular, la Biblioteca del Senado presenta un trazado de corte historicista, un neogótico de origen inglés, claramente inspirado en la fachada que Augustus Pugin y Charles Barry idearon para el Palacio de Westminster, de Londres.

Llama la atención que Rodríguez Ayuso optase por un estilo foráneo, con marcadas vinculaciones británicas, en un momento en el que muchos arquitectos estaban buscando un historicismo de raíces hispanas, que definiese la esencia de nuestro país. 

Aún más chocante resulta si se considera que él mismo había sentado las bases del neomudéjar, uno de los estilos de identificación nacional que triunfaron en la época, con la edificación en 1874 de la desaparecida plaza de toros de Goya.

















La Biblioteca del Senado fue una de las primeras incursiones del historicismo en la arquitectura del hierro madrileña, aunque debe tenerse en cuenta que Rodríguez Ayuso no había sido ajeno a esta experiencia, como prueban las columnillas de fundición, de inconfundible perfil nazarí, que realizó para las arquerías de la citada plaza de toros.

Por todo ello, diferentes investigadores, caso de Pedro Navascués, sostienen que estamos ante un trabajo muy poco representativo dentro de la producción de Rodríguez Ayuso, casi siempre ligada al neomudéjar. No puede afirmarse lo mismo en relación a Bernardo Asins, que precisamente convirtió las bibliotecas de forja en una de sus señas de identidad.

De su prestigioso taller también salió la Biblioteca del Casino de Madrid, que replica el modelo neogótico utilizado en el Senado, así como la del Palacio de Buenavista, la del Instituto Geográfico Nacional y, en otro orden, el gran depósito de libros, de nada menos que siete plantas, de la Biblioteca Nacional, perdido en su mayor parte.



La Biblioteca del Senado consta de dos pisos que se comunican entre sí por medio de dos escaleras de caracol, disimuladas en dos ángulos de la estancia.

El primero se asienta sobre un cuerpo inferior con cajonería, mientras que una galería volada recorre el segundo. Todo ello adornado con elementos característicos del gótico, como ventanas ojivales con tracerías y parteluces, pináculos y cresterías.





















A pesar de estar hecha enteramente en hierro, la sensación que se transmite es que es de madera. Este efecto se consiguió gracias al trabajo del dorador Francisco Watteler, que actuó tanto sobre las estanterías como sobre las entrepuertas. Por su parte, el pintor Vicente del Río se encargó de la decoración del techo.

En cuanto al mobiliario, destaca el facistol de hierro dispuesto en el centro. Se trata de una vitrina neogótica en la que se exhiben la edición príncipe de la Constitución de Cádiz de 1812 y una edición de 1550 de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija.

Son solo una muestra de la soberbia colección de libros históricos que posee el Senado, con ejemplares impresos entre los siglos XV y XIX. No en vano estamos ante una de las mejores bibliotecas de España.





















El facistol debió instalarse con posterioridad al 15 de diciembre de 1883, cuando el recinto fue inaugurado oficialmente. Así se desprende de la observación de las primeras fotografías que se hicieron de la biblioteca, en las que esta pieza no figura.

Tampoco estaban las sillas actuales, sino unas más aparatosas, con respaldos de pináculos, según podemos ver en la imagen inferior, perteneciente a la Fototeca del Patrimonio Histórico.

J. Laurent (anterior a 1886). Fototeca del Patrimonio Histórico.

Otros elementos reseñables son la lámpara de araña, procedente del Palacio del Marqués de Salamanca, la alfombra de la Real Fábrica de Tapices y el busto de mármol que preside uno de los extremos, una obra de 1907 realizada por Rafael Algueró y su hijo Pedro Algueró.

En él se representa a Manuel García Barzanallana, primer presidente del Senado tras la restauración monárquica que llevó a Alfonso XII al trono y principal impulsor de la biblioteca.



Fotografías

Las fotografías a color incluidas en el presente reportaje han sido capturadas, en su totalidad, de la página web oficial del Senado de España.

lunes, 2 de marzo de 2015

Monumento nacional a los héroes de las guerras coloniales

Centramos nuestra mirada en el desaparecido Monumento nacional a los héroes de las guerras coloniales, una colosal estructura de treinta metros de alto -el equivalente a un edificio de diez plantas-, que estuvo emplazado en el Parque del Oeste.


Fotografía de António Passaporte (1927-36). 
Fototeca del Patrimonio Histórico.

A principios del siglo XX Madrid fue adornada con diferentes monumentos que recordaban a los héroes del llamado desastre de 1898, una serie de conflictos bélicos que provocaron la pérdida por parte de España de sus últimas colonias de ultramar (en concreto, Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam).

Fueron erigidos, entre otros, el célebre el Monumento a Eloy Gonzalo, que preside la Plaza de Cascorro; el dedicado a Vara de Rey y a los héroes de El Caney, en el Paseo de la Infanta Isabel; y el que ahora ocupa nuestra atención, sin duda el más ambicioso de todos ellos y uno de los hitos conmemorativos más grandiosos que se hayan hecho jamás en nuestra ciudad.


Fotografía de Otto Wünderlich (1920-36). Fototeca del Patrimonio Histórico.

La idea de este monumento surgió nada más arrancar el siglo XX, a partir de una iniciativa de la Cruz Roja, que apoyaron encendidamente intelectuales tan destacados como Ramiro de Maeztu, Pío Baroja y Azorín, como una expresión del movimiento regeneracionista que triunfaba en la época.

Sus escritos crearon una corriente de opinión favorable, que llevó a la constitución de una comisión encargada de recabar fondos y de convocar un concurso para su construcción. Estaba dirigida por el General Marqués de Polavieja y su secretario era el Comandante Burguete, quienes habían combatido tanto en Cuba como en Filipinas.


Fotografía de Otto Wünderlich (1920-36). 
Fototeca del Patrimonio Histórico.

En las bases del concurso se indicaba que el monumento no solo debía rendir homenaje a los héroes de guerra, sino también al pasado colonial de España. También se especificaba que tenía que ser de gran envergadura y que debía contar con una especie de capilla donde se pudiesen “esculpir los nombres de los conquistadores y de todos aquellos que perdieron su vida”.

El 2 de noviembre de 1906 el Ayuntamiento de Madrid, con el alcalde Alberto Aguilera a la cabeza, acordó cuál iba a ser su enclave, “un lugar apropiado del Parque del Oeste y en sitio principal que permitiera que fuese visto a su entrada en Madrid por los viajeros que llegaban a la capital por la estación del ferrocarril del Norte”.

El monumento debió levantarse en los meses siguientes, en lo alto de una loma próxima al Paseo de Camoens, donde hoy se erige la estatua ecuestre de Simón Bolívar. Su presupuesto fue de un millón de pesetas, una cantidad financiada inicialmente por la Cruz Roja, aunque las principales aportaciones provinieron de la suscripción popular.


Monumento a Simón Bolívar.

El arquitecto Mariano Belmás fue el autor del proyecto. Concibió un basamento escalonado de tres metros y medio de altura, que servía de asiento a un cuerpo arquitectónico de aire clasicista, todo ello realizado con materiales pétreos, procedentes de Segovia y Monóvar.

Éste estaba formado por columnas de ocho metros, dispuestas en círculo, que soportaban un entablamento octogonal, con frontones triangulares en cuatro de sus lados. Como coronación había un globo terráqueo de quince metros de circunferencia, hecho en hierro, sobre el que se apoyaba un fuste con una mujer alada, que portaba en la mano derecha una corona de laurel y en la izquierda una cartela con la palabra ‘Patria’.

Antes de decantarse por este grupo escultórico, Belmás barajó la posibilidad de rematar el conjunto con una gran cruz. Así puede comprobarse en el siguiente dibujo del Museo de Historia de Madrid, que él mismo realizó en el año 1903.




Además de la citada escultura, el monumento contaba con otras nueve. Cuatro leones custodiaban la base, mientras que, en la parte superior, descansaban las estatuas de dos descubridores (Núñez de Balboa y Magallanes) y dos combatientes (Vara de Rey y Fernando Villaamil, que no solo murió heroicamente, sino que también protagonizó la primera vuelta al mundo a vela de un buque-escuela español). Fueron realizadas por Aurelio Cabrera y Gallardo.

Con todo, el grupo escultórico más importante era el que llevaba por título Patria, obra de Julio González Pola, que se encontraba dentro del cuerpo principal, bajo la cubierta. Medía 3,5 metros de alto y representaba a una mujer, símbolo de la nación española, que recogía en sus brazos a un soldado que había dado la vida por ella.

Esta escultura recibió la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en 1908. En el Palacio Real de El Pardo se conserva una reproducción en bronce del boceto original y en el Museo del Ejército existe otra versión, hecha también con este material.


Fotografía de Francisco José Pórtela Sandoval (1997).

El monumento poseía numerosas inscripciones, donde figuraban los nombres de los héroes de las campañas militares de Cuba y Filipinas, mezclados con los de descubridores y conquistadores. Estaban situadas en el entablamento superior, tanto en su parte interna como externa, así como en una serie de escudos, que sostenían con sus garras los leones de la base.


Servicio Histórico Militar.

Con el estallido de la Guerra Civil (1936-39), el conjunto quedó prácticamente destruido. Aunque con posterioridad ha habido varios intentos de reconstrucción, como el que protagonizó el escritor Francisco Anaya en 1954, ninguno de ellos llegó a prosperar.

No queremos despedir el presente artículo sin una breve referencia al Monumento a la memoria de los conquistadores del Nuevo Mundo, una arquitectura efímera de la que, creemos, Mariano Belmás tomó prestados varios elementos para su diseño. Fue llevado a cabo por Custodio Teodoro Moreno, con motivo del enlace de Fernando VII y María Cristina de Borbón el 11 de diciembre de 1829. 


Museo de Historia de Madrid.

Bibliografía

La Marina y el 98 en la escultura española, de Francisco José Portela Sandoval. Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, CSIC, Madrid, 1997.

Dibujos en el Museo de Historia de Madrid: arquitectura madrileña de los siglos XIX y XX, edición a cargo de Carmen Priego, con la colaboración de Eva Corrales y Ester Sanz. Museo de Historia, Madrid, 2010.