lunes, 29 de octubre de 2012

Monumento funerario de Goya, Donoso Cortés, Meléndez Valdés y Moratín

Coincidiendo con las festividades de Todos los Santos y Todos los Difuntos, regresamos al Cementerio de San Isidro, donde se guarda un valiosísimo patrimonio arquitectónico y escultórico, prácticamente desconocido.



Una de sus joyas es el Monumento funerario de Francisco de Goya, Donoso Cortés, Juan Meléndez Valdés y Leandro Fernández de Moratín, cuatro grandes personalidades de nuestra cultura que tienen en común el haber fallecido en Francia.

Fue realizado a finales del siglo XIX, a partir de una iniciativa del Ministerio de Fomento, bajo el gobierno liberal de Práxedes Mateo-Sagasta. 

Concebido como un pequeño Panteón de Hombres Ilustres, su diseño corrió a cargo del arquitecto Joaquín de la Concha Alcalde, con Ricardo Bellver como autor de los grupos escultóricos.

El monumento en 1887, cuando fue erigido. Fuente: 'La Ilustración Española y Americana'.

El proyecto inicial constaba de tres tumbas, ya que, en un principio, no estaba contemplado traer aquí a Goya, cuyos huesos ni siquiera se encontraban en España cuando se aprobó la construcción del monumento.

La decisión de enterrar al pintor en este panteón se tomó sobre la marcha, una vez que, en 1884, el gobierno español comenzase las primeras diligencias para la repatriación de su cuerpo.

En un primer momento se pensó en dejar fuera del mausoleo a Moratín, para que su sepultura fuera ocupada por Goya. Aunque, finalmente, se optó por su ampliación, con el fin de que pudieran tener cabida los cuaro. Los trabajos de remodelación fueron desarrollados por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco.

A pesar de que se terminó en 1887, el panteón estuvo vacío hasta 1900, en espera de la llegada de los restos mortales de Goya, cuyo proceso de repatriación se había dilatado de manera incomprensible. 

Algo que sólo cabe explicar en clave de desidia, como bien dejó reflejado Mesonero Romanos en uno de sus escritos: “siempre fue España perezosa y olvidadiza con sus hijos esclarecidos.”



En 1899 los restos mortales de Goya llegaron a España y en 1900 fueron llevados, junto con los de Donoso Cortés, Meléndez Valdés y Moratín, al Cementerio de San Isidro. 

El traslado de los féretros se hizo el día 11 de mayo, en solemne procesión, ante una multitud de madrileños que literalmente se echó a la calle para presenciar el desfile.

Hoy sólo se encuentran aquí tres de ellos. En 1919 el cuerpo de Goya fue exhumado y enterrado en la Ermita de San Antonio Florida, donde descansa rodeado de sus célebres frescos.

Descripción

El conjunto está integrado por una esbelta columna, que se apoya en un pedestal de planta cuadrangular. Cada uno de los lados de la base muestra un medallón labrado con la efigie de las personalidades enterradas, a modo de cabecera de las sepulturas que rodean el monumento, dispuestas en aspa.



Los medallones están hechos en mármol de Rabbaggioni y miden 46 centímetros de diámetro. Unas hojas de acacia los circundan parcialmente y, en la parte inferior, se despliega la estrella flamígera de cinco puntas.

La columna presenta fuste estriado, dividido en cuatro cuerpos. Su basamento es octogonal y se encuentra custodiado por cuatro alegorías infantiles de las disciplinas a las que se dedicaban los sepultados: la Poesía, la Elocuencia, la Literatura y la Pintura.

En la parte superior descansa la figura de una mujer alada, en insinuante movimiento, que representa a la Fama. Está hecha en mármol y piedra.

lunes, 22 de octubre de 2012

La antigua presa de Santillana

Madrid posee un rico patrimonio de infraestructuras hidráulicas, de enorme valor histórico y artístico. Aunque la mayor parte se concentra en las comarcas bañadas por el río Lozoya, en el curso alto del Manzanares se conservan varias obras de principios del siglo XX, concebidas para el suministro de agua y electricidad.


Restos de la antigua presa de Santillana. Foto de Fernando Manso.

Nos centramos en estas últimas, fruto del impulso de Joaquín de Arteaga y Echagüe (1870-1947), marqués de Santillana y duque del Infantado, quien empleó buena parte de su fortuna en un ambicioso plan, del que salió la primera red hidroeléctrica que llevó energía a Madrid.

Todo empezó en 1899, cuando el marqués adquirió los derechos de tres metros cúbicos por segundo de las aguas del río Manzanares.

En 1905 se constituyó la Sociedad Anónima Hidráulica Santillana y en 1908 se inauguró el embalse que ocupa nuestra atención, cuya finalidad era regular el caudal con el que se iban a alimentar diferentes saltos de agua, para la producción de electricidad.


Croquis elaborado por Hidráulica Santillana (no está en escala).

Se pusieron en marcha tres saltos (uno en la propia presa, otro en Navallar, en el término municipal de Colmenar Viejo, y otro en el Cerro de la Marmota, en las lindes del Monte de El Pardo), según el proyecto desarrollado por los ingenieros Antonio González Echarte, Carlos Mendoza y Alfredo Moreno.

El complejo, que era capaz de generar una corriente de 15 kw, daba servicio a Colmenar Viejo, Fuencarral, El Pardo, Chamartín, San Sebastián de los Reyes, Alcobendas, Pozuelo de Alarcón y a distintas instituciones radicadas en Madrid, como el Palacio Real y la desaparecida Diputación Provincial.

Además, llevaba agua potable a la zona septentrional de la capital, allá donde no llegaba el Canal de Isabel II, entidad que, por otra parte, realizó una feroz oposición a la labor de Hidráulica Santilllana, recelosa de su rápida expansión.


El Embalse de Santillana en el primer tercio del siglo XX, custodiado por el Castillo de Manzanares el Real.

En 1930 Hidráulica Santillana fue absorbida por Hidroeléctrica Española y Unión Eléctrica Madrileña. En 1965 un decreto ley permitió al Canal de Isabel II hacerse con el control del Embalse de Santillana, que, desde entonces, tiene como uso principal el abastecimiento de agua.

Para reforzar esta función, en 1971 se construyó una nueva presa junto a la antigua, que, con una altura de 40 metros, permitió duplicar la capacidad del embalse original (de 47 a 91,2 hectómetros cúbicos).

La estructura primitiva fue sumergida, aunque quedaron al descubierto varios elementos arquitectónicos de gran singularidad, de los que hablamos a continuación.


La presa moderna se antepone a la antigua. Fotografía perteneciente al Archivo del Canal de Isabel II.

Descripción

Joaquín de Arteaga y Echagüe no sólo fue un audaz empresario, sino también un mecenas de las artes. Compró diferentes edificios históricos para su recuperación monumental, caso del Castillo de Viñuelas, que se levanta en las cercanías del Monte de El Pardo.

También procedió a la restauración del Castillo de Manzanares el Real, que pertenecía a su linaje, a partir de un proyecto del arquitecto Vicente Lampérez (1861-1923).

La presa en 1930.

Cuando el marqués decidió construir el Embalse de Santillana, puso un especial empeño para que la presa que iba a anegar el entorno del Castillo de Manzanares no desentonase con la fortaleza.

Con tal fin volvió a contratar a Lampérez, quien propuso una recreación historicista, que no sólo recordase la arquitectura del castillo, sino que también le sirviese de antesala.



La presa se hizo en mampostería de granito. La forman dos ramales en arco que cierran el valle el río y que alcanzan una altura máxima de 28 metros.

En el punto de confluencia de ambas secciones se eleva la torre de toma, que fue diseñada en estilo gótico isabelino, utilizando modelos de Juan Guas (1430-1496), el arquitecto que hizo las galerías exteriores del Castillo de Manzanares el Real y, entre otras obras, el Palacio del Infantado, de Guadalajara.


A la izquierda, Palacio del Infantado (foto de 'El poder de la palabra'). A la derecha, la torre de la presa (foto de Amontiel53).

Citamos este último edificio, porque entendemos que fue la fuente más directa que inspiró a Lampérez, aunque nuestro buen amigo Antonio, autor del magnífico blog Pessoas en Madrid, seguramente también le encuentre parecido con la Torre de Bélem, de Lisboa. Al menos en lo que respecta a su ubicación en medio del agua.

La torre de toma alcanza los 35 metros de alto y es de forma octogonal, la misma planta que tiene la torre del homenaje del Castillo de Manzanares.

Al igual que ésta, se encuentra decorada con bolas de piedra en todos sus lados y, en el principal, tiene labrado un grandioso escudo del Real de Manzanares, una de las posesiones históricas de los duques del Infantado.


A la izquierda, el castillo. A la derecha, la presa.

En la base de la torre se extiende una especie de barbacana, hoy inundada, en la que se abre una puerta de ingreso, que emula a la portada principal del Castillo de Manzanares el Real.

Con respecto al muro de contención, éste se asemeja a una muralla, con sus almenas, matacanes y torres defensivas adosadas. Incluso hay una puerta de acceso, en la margen izquierda del embalse, que también sigue la línea de la existente en la fortaleza más famosa de la Comunidad de Madrid.


Archivo del Conde de Polentinos. Fototeca del Ministerio de Cultura.

La torre fue acondicionada como museo cuando, en 1971, se erigió la nueva presa, al tiempo que se habilitó una pasarela sobre las aguas para facilitar su visita. En la actualidad se encuentra cerrada y ni siquiera es posible acercarse a sus inmediaciones, salvo en contadas excepciones.

Por esta razón, y contrariamente a nuestra costumbre, nos hemos tomado la licencia de utilizar fotografías de otros autores, a los que queremos felicitar por su espléndido trabajo. Vayan por delante nuestras disculpas por el atrevimiento.


Puerta de la margen izquierda. Fotografía de Carlos Altuna.

Artículos relacionados

lunes, 15 de octubre de 2012

El Palacio del Marqués de Perales

Hoy nos detenemos en el Palacio del Marqués de Perales del Río, una de las obras de madurez de Pedro de Ribera (1681-1742), donde tiene su sede desde el año 2002 la Filmoteca Nacional.



Se trata de uno de los palacios barrocos más importantes que se conservan en Madrid, no sólo por la calidad de su traza, sino también porque mantiene íntegra buena parte de su estructura primitiva.

Se eleva majestuoso sobre la Calle de la Magdalena, muy cerca de la Plaza de Tirso de Molina, en un área que, pese a su carácter fronterizo con el popular barrio de Lavapiés, fue muy valorada por la nobleza a la hora de edificar sus casas palaciegas.

El máximo apogeo de esta zona tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVII y en la primera del XVIII. Es a este último periodo al que pertenece el palacio que, hacia 1730, mandó levantar el matrimonio formado por Ventura de Pinedo Rodríguez de Ubierna, conde de Villanueva de Perales de Milla, y Antonia de Velasco y Moreda, marquesa de Perales del Río.



Aunque casi no hay dudas de que Ribera se hizo cargo del proyecto, algunos investigadores limitan su contribución únicamente a la portada principal y atribuyen el resto del edificio a los maestros de obras José López de Sojo y Agustín de Castro.

La primera gran reforma del inmueble tuvo lugar en 1781, después de ser adquiridas dos viviendas contiguas, que fueron utilizadas para ampliar el lado derecho, a partir de un diseño de Manuel Serrano.

En 1808, en plena invasión napoleónica, el palacio se convirtió en el escenario de un hecho luctuoso. José Miguel Fernández de Pinedo, tercer marqués de Perales y responsable de una fábrica de cartuchos, fue asesinado por un turba de gente, tras extenderse el rumor de que la munición que iba a emplearse contra los franceses llevaba arena en lugar de pólvora.

En 1888 hubo una segunda reforma, esta vez firmada por José María Aguilar, mediante la cual se remodeló la segunda planta, se ampliaron las cubiertas y fue sustituido el alero original.

El palacio dejó de ser residencia nobiliaria en 1914, cuando fue vendido al Estado Español. En un primer momento fue la sede de la Dirección General de Aeronáutica para posteriormente, durante la Guerra Civil, servir como juzgado, para la celebración de bodas civiles.



En 1954 el arquitecto Carlos Sidro de la Puerta lo acondicionó como estafeta de correos, modificando su distribución interior, y en 1976 volvió a ser intervenido, a partir de un proyecto de Antonio de Sala.

En esta época se planteó su demolición, pero, al estar incluido en un precatálogo de monumentos madrileños, consiguió salvarse de la piqueta. Un auténtico milagro, conociendo cómo nos las hemos gastado en esta ciudad, incluso con edificios protegidos.

Entre 1979 y 1983 se hizo una nueva rehabilitación, a cargo de Manuel Sáinz de Vicuña y García Prieto y Manuel Sáinz de Vicuña y Melgarejo, destinada a acoger los fondos de la Hemeroteca Nacional.

No fue la última reforma. En 1998, tres años después de que el inmueble fuera declarado Bien de Interés Cultural, Javier Feduchi Benlliure recibió el encargo de adaptar sus instalaciones para uso de la Filmoteca Española. Las obras concluyeron en 2002.

Feduchi fue el mismo arquitecto que, años antes, había asumido la celebrada reconstrucción del Cine Doré, en el entorno de Antón Martín, la sala de exhibiciones cinematográficas que posee la propia Filmoteca.

Descripción

El palacio fue descrito por Benito Pérez Galdós (1843-1920) como una "casa suntuosa, pero de bastarda y ridícula arquitectura, por haber puesto en ella su mano don Pedro de Ribera, autor de la fachada del Hospicio" (Episodios nacionales: Napoleón en Chamartín).

El escritor canario se hacía eco de la corriente de animadversión hacia el barroco avanzado -del que Ribera es uno de sus representantes más sobresalientes-, que estuvo arraigada entre los intelectuales españoles desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XX.

Afortunadamente el tiempo ha hecho justicia y hoy día Pedro de Ribera es considerado como una figura imprescindible de nuestra arquitectura.

Su inconfundible estilo puede reconocerse fácilmente en el palacio que ocupa nuestra atención, sobre todo en la portada principal, concebida como un impresionante retablo, a base de una rica ornamentación floral.



El edificio es de planta casi cuadrangular y se estructura en tres patios interiores. Fue construido sobre cuatro primitivas viviendas, que fueron derribadas para liberar el solar, a las que se añadieron otras dos en 1781, cuando se procedió a la ampliación del palacio.

Hay dos fachadas. La principal, donde se encuentra la portada que acabamos de describir, da a la Calle de la Magdalena y ha llegado hasta nosotros prácticamente intacta, más allá de los procesos de restauración realizados, especialmente en el último tercio del siglo XX.

Su composición es muy sencilla. Tiene tres niveles de ventanas y balcones sin embocadura, y se soporta sobre un zócalo de piedra de granito, donde se alojan los vanos del semisótano. Se cubre con estuco rojo.

En cambio, la fachada posterior, que asoma a la Calle de la Cabeza, ha tenido peor suerte. Dado el estado de ruina que presentaba la trasera del palacio, tuvo que levantarse un edificio nuevo en toda esta parte, cuando se procedió a la rehabilitación de 1979.



Con respecto al interior, la distribución de las dependencias ha sufrido fuertes alteraciones a lo largo del tiempo, que fueron corregidas parcialmente durante la citada reforma, cuando se restauró la disposición original de las salas que dan a la Calle de la Magdalena, así como de la escalera principal.

Estos trabajos de acondicionamiento también permitieron recuperar el sótano, un entramado de galerías, vestíbulos abovedados y pasadizos cuya calidad de fábrica y complejidad arquitectónica hacen pensar que, con independencia de su función de almacenamiento, fue concebido como un espacio de recreo.

lunes, 8 de octubre de 2012

La réplica americana de la Estatua de Colón


Central Park. Nueva York.

Coincidiendo con la próxima festividad de la Hispanidad, visitamos la Estatua de Colón, pero no la que preside la plaza madrileña del mismo nombre, sino la réplica que adorna uno de los paseos de Central Park, en la ciudad de Nueva York. Recuperamos así la sección "Madrid fuera de Madrid".

Pero vayamos por partes. El monumento neogótico existente en Madrid fue construido por Arturo Mélida entre 1881 y 1885, si bien la escultura que lo remata, en la que se representa al almirante, salió del cincel de Jerónimo Suñol y Pujol.


Plaza de Colón. Madrid.

Su inauguración se había previsto para enero de 1886, pero la muerte del rey Alfonso XII dos meses antes, obligó a suspender la entrega de la obra. Seis años después, el 12 de octubre de 1892, cuando se cumplían cuatro siglos del Descubrimiento de América, el monumento fue erigido, aunque sin ceremonia oficial.

En 1892, la New York Genealogical and Biographical Society le encargó a Suñol una copia de la estatua, para donarla al pueblo neoyorquino, igualmente con motivo del Cuarto Centenario. La inauguración tuvo lugar el 12 de mayo de 1894.


Central Park. Nueva York.

A diferencia de la escultura original, labrada en mármol blanco, la de Central Park está fundida en bronce. Descansa sobre un sencillo pedestal, muy alejado del planteamiento grandilocuente de la columna que sirve de apoyo a la estatua madrileña.

El almirante, de pie y ataviado con ropas renacentistas, dirige su mirada hacia el cielo, tal vez en señal de agradecimiento por la proeza conseguida. En su mano derecha sostiene una bandera de Castilla, que apoya sobre un globo terráqueo, y tiene alzada la izquierda en actitud oferente.

El Colón neoyorquino fue colocado en el Literary Walk o Poets' Walk (Paseo de los Poetas) de Central Park, junto a las estatuas de cuatro grandes escritores anglosajones: William Shakespeare, Robert Burns, Walter Scott y Fitz-Greene Halleck.

Véase también

En la sección "Madrid fuera de Madrid" también puedes encontrar los siguientes reportajes:

- El Dos de Mayo madrileño, en Sevilla
- La sillería de Santa María de Valdeiglesias
- La Fuente del Águila, de la Casa de Campo
- De La Latina al Castillo de la Mota
- El templete de la Red de San Luis

lunes, 1 de octubre de 2012

El Viaducto del Aire

Puede parecer increíble que una estructura de casi veinte metros de alto se encuentre enterrada, pero es así, el subsuelo madrileño da para eso y para mucho más. En las mismas puertas del Palacio de la Moncloa, bajo la superficie, yace escondido un imponente puente, que irónicamente lleva por nombre Viaducto del Aire.



El Viaducto del Aire fue construido en el año 1935 por el insigne ingeniero madrileño Eduardo Torroja (1899-1961), a quien la ciudad debe instalaciones tan notables como el Hipódromo de la Zarzuela o el desaparecido Frontón Recoletos.

El proyecto se forjó en 1932, en el contexto de las obras de la Ciudad Universitaria, cuando se decidió reformar el trazado del viejo tranvía que pasaba por la zona, al cruzarse varias veces con la Avenida Principal de la Ciudad Universitaria, llamada en aquel momento de la República y actualmente Carretera de La Coruña.

Fruto de esta remodelación fue la bifurcación de la línea del tranvía, con un ramal hacia el campus y otro hacia los jardines del Palacio de la Moncloa -que, por entonces, estaban abiertos al público-, atravesando el Arroyo de Cantarranas.


Estación del Estadio.

Torroja recibió el encargo de realizar la estación de bifurcación, conocida como del Estadio o Stadium (1933), que hoy día se utiliza como almacén de jardinería, además del viaducto que ocupa nuestra atención, con el que se iba a salvar el citado cauce.

Éste fue levantado en "uno de los valles más hermosos de la ciudad", según las propias palabras del autor, en referencia a los barrancos por los que discurría el arroyo. Y empleamos el pretérito con toda la intención, ya que estas pendientes empezaron a ser rellenadas en los primeros años setenta del siglo XX.



El proceso de explanación culminó con la llegada de la democracia. Con el Palacio de la Moncloa convertido en la sede de la Presidencia del Gobierno, se procedió a la ampliación de su recinto, de tal suerte que el Viaducto del Aire quedó dentro de su perímetro, pero, eso sí, completamente soterrado.

Matizamos. No fue enterrado del todo. El tablero pudo salvarse y hoy forma parte de los sistemas de seguridad del Complejo de la Moncloa, a modo de vial o valla protectora.


Localización del tablero en Google Maps.

El Viaducto del Aire responde a una solución clásica de viaducto de amplia luz, muy apropiada para el perfil del terreno que debía salvar. Se apoya en dos arcos gemelos de 36 metros de luz y 18 metros de altura (para hacernos una idea, el Viaducto de la Calle de Segovia salva un desnivel de 23 metros, en su punto máximo).

Está hecho en hormigón armado y su tablero, concebido únicamente para el tránsito de tranvías, tiene una anchura aproximada de cuatro metros.



No muy lejos de su emplazamiento, se alza otra obra de Eduardo Torroja. Se trata del Viaducto de los Quince Ojos (1929-33), por encima del cual pasa la Carretera de La Coruña, otra edificación maltratada, no sólo porque trece de sus ojos han sido cegados para ser usados como almacenes, sino también porque buena parte de su estructura ha sido enterrada.


Otra vista, con el Viaducto de los Quince Ojos al fondo.