lunes, 28 de abril de 2014

Los jardines renacentistas del Real Alcázar (1): el Jardín del Cierzo y El Parque

El Real Alcázar de Madrid fue la sede de la monarquía española desde 1561, año de la proclamación de la capitalidad de Madrid, hasta 1734, cuando sucumbió bajo las llamas. Erigido sobre una fortaleza medieval, donde hoy se ubica el Palacio Real, suscitó el interés de los reyes desde tiempos de los Trastámara y, muy especialmente, de los Austrias, quienes transformaron el viejo castillo en un lujoso palacio.

Felipe II (r. 1556-1598) fue uno de sus principales impulsores. No solo actuó sobre el edificio, sino también sobre su entorno, con la anexión de las parcelas colindantes para la creación de jardines y plazas. El proceso de adquisición de terrenos alrededor del alcázar dio comienzo en 1556, cinco años antes del establecimiento de la Corte en Madrid.


El alcázar y su entorno en el plano de Pedro Teixeira (1656).

Movido por el ideal renacentista de aproximación a la naturaleza, Felipe II promovió una organización del espacio a partir de tres principios rectores: una zona de placer y disfrute, una huerta para el abastecimiento y un coto de caza.

Sin embargo, las peculiares características del terreno, con profundos barrancos y desniveles, impidieron que ese ideal quedara plenamente materializado. Se construyeron diferentes jardines, que, si bien respondían a la triple funcionalidad antes apuntada, resultaron ser recintos fragmentados, con graves carencias compositivas, como la falta de coaxialidad o la articulación a partir de ejes quebrados.

La orografía también complicó otra de las aspiraciones de Felipe II: la conexión del Real Alcázar con la vecina Casa de Campo, que el soberano había concebido como una villa suburbana de recreo.

A pesar de todo, estamos ante uno de los primeros intentos de introducir el jardín renacentista en España, que, a diferencia del medieval, plantea una apertura al mundo exterior, buscando la integración de la naturaleza y de la arquitectura. Constituye también una de las primeras aproximaciones de la jardinería española a los modelos italianos, aunque muy limitada a los temas decorativos.

En esta serie de tres reportajes que hoy iniciamos, nos centramos en los principales jardines de la época de Felipe II: el del Cierzo, el Campo del Moro (El Parque), el del Rey y la Huerta de la Priora. Comenzamos con los dos primeros.

Jardín del Cierzo

Se trata del único jardín que existía en el Real Alcázar antes de la llegada al trono de Felipe II. De pequeñas dimensiones, se encontraba en la cara norte, en el solar actualmente ocupado por los Jardines de Sabatini. Estaba delimitado, además de por el propio edificio, por varios lienzos y cubos de la muralla, que servían de muros de contención.


'Vista de la fachada norte del Alcázar de Madrid' (dibujo anónimo). Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona. 

La comunicación con el palacio se hacía a través de la Galería del Cierzo, un corredor descubierto de dos plantas, formado por arcos en el nivel inferior y dinteles sobre zapatas en el superior. A través de este pasillo se accedía también a la Torre del Rey de Francia, una torre esquinera llamada así porque, en 1525, sirvió de prisión al monarca francés Francisco I (1494-1547).

La Galería del Cierzo fue levantada en 1539, por orden del emperador Carlos V, que quería suavizar la sobria fachada septentrional del palacio y abrirlo a la naturaleza. No olvidemos que, desde este punto, se divisaban unas espléndidas panorámicas de la Casa de Campo y de la Sierra de Guadarrama.

Plano del alcázar (Juan Gómez de Mora, 1626). Biblioteca Apostólica Vaticana, Ciudad del Vaticano. En tonos rojos, la Galería del Cierzo.

Nada más establecerse en Madrid, Felipe II ordenó intervenir en este recinto, con objeto de transformarlo en un lugar para el retiro. En 1562 encargó al arquitecto Juan Bautista de Toledo (1515-1567) que acristalara la planta alta de la galería, según la moda inglesa que había visto en Londres, y que remodelara el jardín. Para éste, se optó por un trazado a cuadros, dispuestos de manera coordinada con las columnas del corredor.

Con el paso del tiempo, la parte norte del palacio fue perdiendo en importancia, a favor del ala meridional. El Jardín del Cierzo dejó de usarse como tal y terminó convertido en un patio de servicios. Por su parte, la galería fue transformada en un espacio de arte (aquí fueron depositados tres de los vaciados escultóricos que Velázquez se trajo de Italia, además de la célebre copia del Hermafrodito de la Colección Borghese, que el pintor encargó en 1652).


'Hermafrodito' (Mateo Bonuccelli, 1652). Museo del Prado, Madrid  (fotografía del Museo del Prado).

El Parque (Campo del Moro)

En 1556 Felipe II decidió adquirir las tierras situadas a los pies de la fachada occidental del Real Alcázar, que, según la documentación de la época, estaban divididas en cuarenta parcelas, cada una de distinto propietario. Uno de ellos era el párroco de la Iglesia de Santa María, que tenía en esa zona un pequeño huerto.

La nueva posesión real recibió el nombre de El Parque. Era mayor que el actual Campo del Moro, pues llegaba hasta las mismas orillas del río Manzanares y, a través del Campo de la Tela (Parque de Atenas), hasta la Puente Segoviana (Puente de Segovia). Estamos hablando de 22 hectáreas, aproximadamente, que se extendían 55 metros por debajo de la cota del palacio.


Madrid en el siglo XVII (pintura anónima). Museo de Historia, Madrid. El alcázar aparece a la izquierda, con El Parque a sus pies.

Fue un espacio reservado a la caza menor. De ahí que fuera concebido como un bosque, con alguna que otra pradera, destinada a la alimentación de las especies animales. En las partes más próximas al Arroyo de Leganitos (Cuesta de San Vicente), las plantaciones se hicieron sin ningún tipo de orden, simulando la naturaleza virgen, mientras que en las restantes sí que se buscó la alineación de los árboles, tal y como puede apreciarse en el plano de Teixeira (primera imagen incluida).

La realidad es que El Parque apenas fue utilizado como cazadero, dada la mayor riqueza cinegética de la vecina Casa de Campo, que le desplazó de esta función. Terminó siendo una zona de paso, por lo que finalmente fueron trazados unos caminos, que dirigían directamente hacia las puertas de salida.

El acceso a la Casa de Campo desde el alcázar era muy complicado. Los coches salían del palacio desde su lado meridional y tomaban una senda junto a la fachada oeste, que, bordeando la barranquera, les llevaba cerca del Arroyo de Leganitos. Desde aquí cruzaban diagonalmente El Parque, hasta llegar al Puente de Segovia. Un camino paralelo a la margen derecha del Manzanares les conducía a la entrada principal del Real Sitio.


Proyecto de Caxés (1570-75). Biblioteca del Palacio Real de Madrid.

Entre 1570 y 1575, el arquitecto y pintor italiano Patricio Caxés (1544-1611) proyectó unir el Real Alcázar con la Casa de Campo, a través de El Parque. Su propuesta, que no pudo llevarse a cabo, no solo habría mejorado la comunicación entre los dos enclaves, sino también la fisonomía del propio palacio, al romper su silueta de edificio cerrado y compacto.


Proyecto de Caxés (detalle de la escalera, pérgola y galería).

Caxés contempló la construcción de una doble escalera en espiral que, arrancando desde las estancias reales y confluyendo en una pérgola elíptica, se conectaba con una galería que llegaba hasta las orillas del Manzanares. Un puente de tres ojos, hecho en madera y cubierto con un tejadillo y celosías para proteger la intimidad de los reyes, permitía enlazar con la Casa de Campo.


Proyecto de Caxés (detalle de la galería y del puente).

Artículos relacionados

Los jardines renacentistas del Real Alcázar (3): la Huerta de la Priora y otros jardines

Bibliografía consultada

El jardín clásico madrileño y los Reales Sitios, de Alberto Sanz Hernando. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2009

Jardines que la Comunidad de Madrid ha perdido, artículo de Carmen Ariza Muñoz. Revista Espacio, tiempo y forma, serie VII, número 14 (páginas 269-290). UNED, Madrid, 2001

De castillo a palacio: el Alcázar de Madrid en el siglo XVI, de Veronique Gerard (traducido del francés por Juan del Agua). Xarait Ediciones, Bilbao, 1984

La Casa del Campo, de Pedro Navascués, María del Carmen Ariza y Beatriz Tejero, sección del libro A propósito de la 'Agricultura de los Jardines' de Gregorio de los Ríos (páginas 137-159). E. T. S. Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid, Madrid, 1991

Pervivencia de los elementos defensivos medievales en el Real Alcázar de Madrid, del siglo IX a 1734, de Enrique Castaño Perea. IV Congreso de Castellología, Madrid, 2012

La Real Capilla del Alcázar de Madrid: análisis de la documentación gráfica existente para completar una reconstitución gráfica, de Enrique Castaño Perea. Universitat Politècnica de València, Valencia, 2012

Catálogo de la exposición Ecos de Velázquez, de Elena Castillo Ramírez e Irene Mañas Romero. Fundación Cajamurcia, Murcia, 2008

Cercas, puertas y portillos de Madrid (siglos XVI-XIX), de Luz Maria del Amo Horga. Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2003

lunes, 21 de abril de 2014

En el Museo Arqueológico Nacional

Nos acercamos a la Calle de Serrano para visitar el Museo Arqueológico Nacional, que acaba de reabrir sus puertas, después de más de seis años cerrado por obras. Los trabajos de remodelación han durado más de la cuenta, pero los resultados finales no han podido ser mejores.

No solo se ha intervenido sobre el edificio, con una nueva organización espacial, que ha permitido ganar un 26% más de superficie útil, sino que también se han introducido nuevos criterios museográficos, que facilitan una mejor comprensión de los 13.000 objetos expositivos que se muestran al público.



Nuestro recorrido se inicia por las salas dedicadas a la Prehistoria, donde el territorio actualmente ocupado por la Comunidad de Madrid cobra un protagonismo especial. De los abundantes yacimientos existentes en nuestra región han salido piezas de enorme valor histórico, como el célebre Vaso de Ciempozuelos, de la Edad de Bronce, que ha dado nombre a uno de los estilos artísticos de la cultura campaniforme.



No podía faltar alguno de los innumerables objetos descubiertos en las terrazas del Manzanares, como este bifaz del Pleistoceno Medio, que nuestros antepasados utilizaban en tareas relacionadas con la carnicería o la talla de madera, entre otras.



Después de admirar la soberbia colección de estatuas ibéricas que posee el museo, tal vez su principal seña de identidad, damos el salto a la Hispania Romana, donde nos encontramos con este mosaico del Genio del Año, descubierto en Aranjuez y datado a finales del siglo II.



Continuamos por las salas dedicadas a la Antigüedad Tardía, centradas en el periodo visigótico, y de ahí pasamos al Mundo Medieval. Aquí nos esperan tres espléndidas esculturas de origen madrileño, de las que hemos hablado en varias ocasiones desde estas páginas.



La estatua orante de Pedro I el Cruel, realizada en la primera mitad del siglo XV, y el sepulcro gótico de Constanza de Castilla (1478), su nieta, comparten el mismo recinto, casi frente a frente. No en vano fue ésta quien ordenó trasladar los restos mortales de su abuelo a Madrid.


Detalle del sepulcro de Constanza de Castilla.

Ambos grupos escultóricos se encontraban en el desaparecido Convento de Santo Domingo el Real, al igual que esta delicada cabeza de paje, del siglo XV o XVI, que formaba parte de un cenotafio.


Las salas correspondientes a la Edad Moderna nos sorprenden con varias piezas de la capilla funeraria del obispo Alonso de Castilla, que también estuvo situada en Santo Domingo, según vimos en el primer capítulo de la serie "Escultura madrileña del primer Renacimiento". Fue construida entre 1538 y 1541.



De aquel conjunto se conserva la estatua del obispo, realizada por Esteban Jamete y Gregorio Virgany, además de una Asunción de María, obra del último autor citado, y de una Virgen con el Niño, que diferentes investigadores atribuyen a Francisco Hernández.



Otro de los objetos que llaman nuestra atención es la reja del sepulcro del Cardenal Cisneros, procedente de la Iglesia de San Ildefonso, de Alcalá de Henares. Nicolás de Vergara el Viejo comenzó su fabricación en 1566, pero fue su hijo, Nicolás de Vergara el Mozo, quien la terminó en 1599.



Del segundo tercio del siglo XVII es esta magnífica estatua funeraria de Juan de Solórzano Pereira, hecha en alabastro posiblemente por Juan Correa. Estuvo instalada en la capilla mayor de la iglesia del Convento de monjas del Caballero de Gracia.



Y aunque nos quedan muchas salas por ver, terminamos nuestra visita con esta suntuosa silla de manos, que el pintor madrileño Luis Paret decoró con temas mitológicos que simbolizan el Amor y la Amistad. Está fechada entre 1770 y 1775.


lunes, 14 de abril de 2014

La Semana Santa de Madrid, tal y como era (2)

Con esta segunda entrega damos por concluida la serie dedicada a las tallas religiosas que, por alguna que otra razón, ya no desfilan en la Semana Santa madrileña.

'Virgen de la Soledad'

La Virgen de la Soledad es una de las grandes aportaciones madrileñas a la imaginería católica, tanto a escala nacional como internacional. Esta talla fue realizada por el artista andaluz Gaspar Becerra (1520-1568), a petición de Isabel de Valois (1546-1568), la tercera esposa de Felipe II (1527-1598). 

La reina le encargó que materializase escultóricamente un cuadro en el que aparecía una Virgen arrodillada, detrás de una cruz vacía. La estatua debió terminarse hacia 1561, cuando Madrid fue proclamada capital de España.


Talla original de Gaspar Becerra (anterior a 1925). Fototeca del Patrimonio Histórico.

Fue María de la Cueva y Álvarez de Toledo, condesa de Ureña y camarera de la soberana, quien sugirió el atuendo de la talla, así como su nombre. Tal vez influida por la reciente pérdida de su marido, propuso llamarla Nuestra Señora de la Soledad y donarle uno de sus vestidos de viuda, la característica saya blanca y manto negro que, en tiempos de los Austrias, utilizaban las nobles castellanas cuando enviudaban.

La Soledad se convirtió muy pronto en una de las imágenes marianas más populares de Madrid, por no decir la que más. En 1565 fue bendecida y llevada al Convento de la Victoria, situado muy cerca de la Puerta del Sol, en la actual Calle de Espoz y Mina, donde llegó a tener una capilla propia, construida como un anexo en 1611.

El 21 de mayo de 1567 fue fundada la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y en 1568 tuvo lugar su primera salida procesional en una Semana Santa. La costumbre era llevar a la Virgen hasta el alcázar, donde era recibida por la Familia Real.


La 'Virgen de la Soledad' procesionando cerca de la Plaza de la Armería (anterior a 1936).

Tras la Desamortización de Mendizábal, que supuso el derribo del Convento de la Victoria, la talla fue trasladada en 1837 a la Colegiata de San Isidro, en la Calle de Toledo. Aquí estuvo apenas un siglo, ya que, en 1936, nada más comenzar la Guerra Civil, fue pasto de las llamas.

A pesar de su desaparición, hoy día existen miles de copias de la Soledad, tanto pictóricas como escultóricas, que se encuentran repartidas por todo el mundo católico. En Madrid se conservan numerosas réplicas (sin ir más lejos, el popular lienzo de la Virgen de la Paloma), algunas de las cuales procesionan en Semana Santa. Es el caso de la talla que se custodia en la Parroquia de San Ginés, del siglo XVIII.

'Cristo de la Agonía y de la Buena Muerte'

El Cristo en la Calle del Arenal. Años cincuenta del siglo XX.

Las procesiones del Cristo de la Agonía y de la Buena Muerte dieron comienzo en 1881 y finalizaron en el último tercio del siglo XX. La primera talla, realizada en el siglo XVII por el artista vallisoletano Pedro Alonso de los Ríos (1641-1702), fue quemada durante la Guerra Civil (1936-1939). 

En 1940 el imaginero Enrique Cuarteto hizo una nueva escultura, que se venera actualmente en la Iglesia de San Andrés, aunque con el nombre del Cristo del Perdón. En la fotografía adjunta podemos apreciar esta última pieza, desfilando junto a San Ginés.

'La Piedad'

'La Piedad' en la Calle Mayor. Años diez del siglo XX.

La Piedad fue tallada en madera por Juan Adán (1741-1816), un artista que llegó a ser escultor de cámara del rey Fernando VII. A diferencia de otros conjuntos que estamos comentando, la imagen primitiva sí que ha llegado a nuestros días, aunque lejos de la Iglesia de las Escuelas Pías de San Fernando, en la Calle del Mesón de Paredes, a la que pertenecía. 

Con la desaparición de este templo durante la Guerra Civil, fue trasladada en un primer momento a un local del barrio de Argüelles y finalmente al Convento de los Padres Escolapios de Pozuelo de Alarcón. Hoy día no procesiona.


La talla en su ubicación de Pozuelo de Alarcón. Fuente: Forocofrade.

'Cristo de los Alabarderos'

Hablar del Cristo de los Alabarderos, como popularmente se conoce al Santísimo Cristo de la Fe, es hablar de seis tallas escultóricas. La original, de estilo barroco, se veneraba en la Iglesia de San Sebastián, en el Barrio de las Letras, y empezó a procesionar en el primer tercio del siglo XVII, aunque no fue hasta 1753 cuando los alabarderos del Palacio Real comenzaron a portarla.


El 'Cristo de los Alabarderos' por la Calle Mayor (anterior a 1936).

En 1806 el imaginero Ángel Monasterio realizó un segundo Cristo, que se rompió en pedazos al caerse en la salida de 1835. Un año después José Piqué Duart hizo uno nuevo, que apenas duró un siglo, ya que en noviembre de 1936, recién estallada la Guerra Civil, desapareció durante unos bombardeos.

Finalizada la contienda, Ricardo Font realizó una cuarta escultura, que estuvo saliendo hasta el último tercio del siglo XX. Esta imagen no se ha perdido, sino que se guarda en la Parroquia de San Sebastián, aunque su estado de conservación no es muy bueno.


El paso en la Plaza de Oriente (hacia 1910).

A principios del siglo XXI se quiso recuperar la procesión del Cristo de los Alabarderos, razón por la cual José Antonio Martínez Horche recibió el encargo de hacer una nueva figura. Sin embargo, no es ésta la que desfila en el momento actual, sino una obra de Felipe Torres Villarejo, terminada en 2008.

El Cristo de los Alabarderos se custodia en la Iglesia Catedral Castrense, en la embocadura de la Calle del Sacramento con la Calle Mayor. Cada Viernes Santo sale en procesión, desde la Puerta del Príncipe del Palacio Real.


El Cristo desfilando por la Calle Mayor (año 1929).

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- La Semana Santa de Madrid, tal y como era (1)

lunes, 7 de abril de 2014

La Semana Santa de Madrid, tal y como era (1)

Iniciamos una serie de dos reportajes, dedicada a las tallas religiosas que la Semana Santa madrileña ha perdido, bien porque fueron destruidas, bien porque, aún conservándose, dejaron de procesionar por las calles de la ciudad. No pretendemos hacer un compendio de todas ellas, sino que hemos seleccionado diez, que creemos pueden ser representativas.

Para ilustrarlas nos valemos de diferentes fotografías históricas, recopiladas por la red, la mayoría correspondientes al primer tercio del siglo XX, cuando la Semana Santa madrileña solamente tenía una procesión, la de Viernes Santo.

Estaba formada por un nutrido grupo de pasos, pertenecientes a todas las cofradías de la capital, que, partiendo de sus respectivas parroquias, terminaban confluyendo en la Calle Mayor, desde donde se dirigían al Palacio de Oriente para rendir honores a la Familia Real (ésta solía presenciar el desfile desde el balcón del Salón del Trono).

La celebración de una única procesión fue una decisión tomada por el Consejo del Rey en 1805. Hasta entonces había procesiones prácticamente todos los días de la Semana Santa, que, según las crónicas de la época, eran tan multitudinarias como poco decorosas e, incluso, peligrosas. De ahí que la monarquía tomara cartas en el asunto unificando y regulando las salidas.

'El Descendimiento'

Comenzamos con El Descendimiento (siglo XVII), uno de los pasos más relevantes de la Semana Santa madrileña, cuyos valores artísticos fueron resaltados por Antonio Ponz en su Viaje de España (1772), así como por Mesonero Romanos, en diferentes escritos.



Obra del escultor madrileño Miguel Rubiales (1642-1702), se veneraba en la iglesia del Convento de Santo Tomás, en la Calle de Atocha, de donde salía en procesión cada Viernes Santo. Aunque este templo fue pasto de las llamas en 1875, entendemos que la imagen logró salvarse, a juzgar por la fotografía incluida, que parece tener una factura muy posterior. Desconocemos en qué momento pudo desaparecer.

'Los Azotes'

'Los Azotes' a su paso por la Calle Mayor.

Otro de los grupos escultóricos perdidos es el de Los Azotes (siglo XVIII), que vemos en la imagen superior portado por ocho cargadores, a su paso por la embocadura de la Calle del Sacramento con la Calle Mayor. Se encontraba en el Hospital de San Juan de Dios, fundado en el siglo XVI por Antón Martín en la plaza que lleva su nombre y derribado a mediados del siglo XIX. Su autor fue el escultor granadino Pedro Hermoso (1763-1830).

'El Prendimiento'


En 1910 el imaginero murciano Manuel Sánchez Araciel (o tal vez su hermano Francisco) hizo el paso que vemos en las fotografías adjuntas. Conocido como El Prendimiento o El Beso de Judas, se trataba de una copia de la obra homónima de Francisco Salzillo (1707-1783), que se conserva en Murcia.

El paso en la Plaza de Oriente. Años veinte del siglo XX.

El grupo escultórico estuvo en la Iglesia de San Cayetano, en la Calle de Embajadores, hasta el año 1931, cuando fue donado a una cofradía de la Catedral de Ávila. Este traslado le salvó del incendio que sufrió la parroquia en 1936, poco después del estallido de la Guerra Civil. Hoy día es uno de los pasos más destacados de la Semana Santa abulense.


'El Prendimiento' por la Calle Mayor. Viernes Santo de 1913.

'La Caída' y 'La Santa Cena'

Además de El Prendimiento, Manuel Sánchez Araciel realizó otras dos copias de Francisco Salzillo, que se guardaban en la Colegiata de San Isidro. Una de ellas era La Caída, concluida en 1910, que vemos en la fotografía inferior.


'La Caída' frente al Palacio Real. Años veinte del siglo XX.

El otro paso era La Santa Cena, hecho en 1919, que, dada su particular disposición, tenía que desfilar en horizontal. Aquí lo vemos en una imagen precisamente de 1919, en su primera salida por las calles madrileñas.


'La Santa Cena' por la Puerta del Sol (año 1919).

Al igual que El Prendimiento, los grupos de La Caída y de La Santa Cena fueron trasladados en 1931 a Ávila, donde procesionan cada Viernes Santo.

'Cristo de la Vida Eterna'

La fotografía inferior nos muestra la talla original del Cristo de la Vida Eterna, desfilando junto al Palacio Real. Atribuido al escultor toledano Juan de Mena (1707-1784), este Cristo yacente desapareció en 1936, al comienzo de la Guerra Civil. 

En 1941 la cofradía titular le encargó a Jacinto Higueras una nueva escultura y, cinco años después, Francisco Palma Burgos (1918-1985), uno de los imagineros más importantes del siglo XX, haría un nuevo paso. Su procesión, denominada del Santo Entierro, sigue celebrándose en la actualidad, con salida desde la Parroquia de Santa Cruz, en la Calle de Atocha, donde el Cristo se custodia.


El paso a su llegada al Palacio Real. Años veinte del siglo XX.

Artículos relacionados

La segunda y última entrega de esta serie se centra en el Cristo de los Alabarderos, el Cristo de la Agonía y de la Buena Muerte, La Piedad y la Virgen de la Soledad.